Maravilloso idilio (CF Reus 1 - 0 Valencia Mestalla)

El Reus cierra un año entero de imbatibilidad en casa con un éxito discreto pero suficiente ante el Valencia Mestalla, el último equipo que ganó en el Estadi en Liga. Los rojinegros, con gol de David Haro, mantienen en liderato

19 mayo 2017 21:03 | Actualizado a 24 diciembre 2019 20:50
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David Haro y Alberto Benito emularon a Zipi y Zape a los 35 minutos. Como los mellizos del cómic lucían el mismo vestido. Fueron igual de revoltosos en los metros de la verdad. En realidad, emergieron en la acción más talentosa del Reus. En un tarde de cuchillos largos, los solistas decidieron invertir un puñado de segundos para interpretar la perfecta sinfonía.
Todo empezó en el número 46 de pie de Folch. Hasta ahí nada extraño. El reusense se coló entre Olmo y Moyano para darle salida limpia al balón. Éste llegó puntual como un reloj suizo a Colorado, instalado en la sala de máquinas. El andaluz no lo retuvo, clave para la agilidad del movimiento. De refilón vio el arrastre hacia el enganche de Óscar Rico y allí prolongó. Con su movimiento hacia dentro, Rico le abrió la autopista a Alberto Benito, un lateral derecho con amor platónico por el ataque. Benito se desplegó para recibir con ventaja. La pelota de Rico era un helado de vainilla. Restaba lo más difícil. La concreción. El estribillo de la obra. Benito fue cuerdo. Levantó la cabeza cuando conquistó el fondo y eligió el punto de penalti. Edgar había ido al palo largo. Para el pase de la muerte se preparó el pillo David Haro. Hacia él corrió el balón. Haro convirtió de primeras, con algo de suspense, y Zipi y Zape se abrazaron con una media sonrisa gamberra. Sabían que ese delicioso gol prometía felicidad. La hubo.
Y eso que el éxito rojinegro ante el Valencia Mestalla no se decoró con un juego preciosista. En parte, porque el equipo anduvo quisquilloso con el balón. No halló la fluidez cuando quiso alcanzar el protagonismo. En cambio, su rival creció con la jerarquía del juego. Manejó la posesión  con un criterio casi excelso. Exigió al Reus, durante muchos minutos replegado, refugiado en su telaraña.
Quizás puede parecer hasta incoherente, pero los chicos de Natxo le han dado impulso a su trayecto cuando han aprendido a agruparse como un equipo menor en los días oscuros. Sus números defensivos no mienten. Un gol recibido en los últimos ocho partidos. El Reus concede poco. Ante el Mestalla corrió en exceso detrás del tesoro, pero apenas padeció.
De hecho, el bagaje ofensivo de los dos protagonistas casi suplicó al colega aburrido del cole, el que en esos partidillos interminables en el patio, solía soltar aquello de «el que marca gana». Así,  sólo un intento de control venenoso de Edgar ante Antonio pudo inaugurar la tarde. Se quedó en un intento, tras pase con cinta métrica de Olmo. Desde la cueva. Del Mestalla, antes del respiro, sólo se recuerda un remate cruzado de Víctor Ruiz.
El sesteo del Reus provocaba una sensación confusa. La mínima ventaja generaba incertidumbre. Alimentaba la  intriga y nadie había pedido a Sherlok Holmes. El escenario ya no sufrió modificación alguna. El Mestalla remaba, pero sin rumbo. No vislumbró el puerto del gol. A Badia sólo le exigió un remate de Cano a los 62 minutos. Provocó run run, aunque no cogió portería. 
Natxo miró al banco para encontrar auxilio en la rotación. Eligió guardar algo más el balón con el ingreso de Rafa y Vítor, pero las intenciones no acabaron  de darse. Mientras, David Haro no paraba de expresarse. Arrancó poderoso para cazar la transición definitiva. Le faltó un par de números de calzado de Folch para llegar ante Antonio. Precisamente, Ramon ejecutó desde la frontal a los 69 minutos. Le salió mordido, pero lo suficiente para que el balón acariciara el poste. El centrocampista se había incorporado tras uno de esos viajes de ida y vuelta que acostumbra a dibujar. Muy  a lo coast to coast del baloncesto.
El frío heló los méritos incuestionables de un Mestalla que enseñó personalidad, pero que topó con la fiabilidad de un líder casi de hierro. Ni siquiera el disparo sobre la bocina de Cano a las nubes instauró el tembleque en los hinchas, que celebraron la victoria 17 del Reus en el último año. Cuatro empates completan registros casi utópicos. Confirman un idilio maravilloso.
David Haro y Alberto Benito emularon a Zipi y Zape a los 35 minutos. Como los mellizos del cómic lucían el mismo vestido. Fueron igual de revoltosos en los metros de la verdad. En realidad, emergieron en la acción más talentosa del Reus. En una tarde de cuchillos largos, los solistas decidieron invertir un puñado de segundos para interpretar la perfecta sinfonía.

Todo empezó en el número 46 de pie de Folch. Hasta ahí nada extraño. El reusense se coló entre Olmo y Moyano para darle salida limpia al balón. Éste llegó puntual como un reloj suizo a Colorado, instalado en la sala de máquinas. El andaluz no lo retuvo, clave para la agilidad del movimiento. De refilón vio el arrastre hacia el enganche de Óscar Rico y allí prolongó. Con su movimiento hacia dentro, Rico le abrió la autopista a Alberto Benito, un lateral derecho con amor platónico por el ataque. Benito se desplegó para recibir con ventaja. La pelota de Rico era un helado de vainilla. Restaba lo más difícil. La concreción. El estribillo de la obra. Benito fue cuerdo. Levantó la cabeza cuando conquistó el fondo y eligió el punto de penalti. Edgar había ido al palo largo. Para el pase de la muerte se preparó el pillo David Haro. Hacia él corrió el balón. Haro convirtió de primeras, con algo de suspense, y Zipi y Zape se abrazaron con una media sonrisa gamberra. Sabían que ese delicioso gol prometía felicidad. La hubo.

Y eso que el éxito rojinegro ante el Valencia Mestalla no se decoró con un juego preciosista. En parte, porque el equipo anduvo quisquilloso con el balón. No halló la fluidez cuando quiso alcanzar el protagonismo. En cambio, su rival creció con la jerarquía del juego. Manejó la posesión  con un criterio casi excelso. Exigió al Reus, durante muchos minutos replegado, refugiado en su telaraña.

Quizás puede parecer hasta incoherente, pero los chicos de Natxo le han dado impulso a su trayecto cuando han aprendido a agruparse como un equipo menor en los días oscuros. Sus números defensivos no mienten. Un gol recibido en los últimos ocho partidos. El Reus concede poco. Ante el Mestalla corrió en exceso detrás del tesoro, pero apenas padeció.

De hecho, el bagaje ofensivo de los dos protagonistas casi suplicó al colega aburrido del cole, el que en esos partidillos interminables en el patio, solía soltar aquello de «el que marca gana». Así,  sólo un intento de control venenoso de Edgar ante Antonio pudo inaugurar la tarde. Se quedó en un intento, tras pase con cinta métrica de Olmo. Desde la cueva. Del Mestalla, antes del respiro, sólo se recuerda un remate cruzado de Víctor Ruiz.

El sesteo del Reus provocaba una sensación confusa. La mínima ventaja generaba incertidumbre. Alimentaba la  intriga y nadie había pedido a Sherlok Holmes. El escenario ya no sufrió modificación alguna. El Mestalla remaba, pero sin rumbo. No vislumbró el puerto del gol. A Badia sólo le exigió un remate de Cano a los 62 minutos. Provocó run run, aunque no cogió portería. 

Natxo miró al banco para encontrar auxilio en la rotación. Eligió guardar algo más el balón con el ingreso de Rafa y Vítor, pero las intenciones no acabaron  de darse. Mientras, David Haro no paraba de expresarse. Arrancó poderoso para cazar la transición definitiva. Le faltó un par de números de calzado de Folch para llegar ante Antonio. Precisamente, Ramon ejecutó desde la frontal a los 69 minutos. Le salió mordido, pero lo suficiente para que el balón acariciara el poste. El centrocampista se había incorporado tras uno de esos viajes de ida y vuelta que acostumbra a dibujar. Muy  a lo coast to coast del baloncesto.

El frío heló los méritos incuestionables de un Mestalla que enseñó personalidad, pero que topó con la fiabilidad de un líder casi de hierro. Ni siquiera el disparo sobre la bocina de Cano a las nubes instauró el tembleque en los hinchas, que celebraron la victoria 17 del Reus en el último año. Cuatro empates completan registros casi utópicos. Confirman un idilio maravilloso.

 

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