Javier Ramos, médico adjunto de urgencias: Adrenalina en el box

Un chico ebrio, una mujer con un cólico y un señor con un percance sexual... acompañado por su padre. A Javier le llena el estrés de urgencias

19 mayo 2017 15:36 | Actualizado a 19 mayo 2017 15:36
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Temas:

Al doctor Javier Ramos (Reus, 33 años) le va el trajín: «Me gusta esta adrenalina, la chispa de urgencias, porque cada día ves algo distinto, siempre hay cosas que te sorprenden». Este joven hizo la especialidad para ser médico de familia en un CAP pero pronto le llamó el pulso frenético de la prisa, de las órdenes en los boxes, de la velocidad para ganarle la partida al percance. «A lo mejor tienes más calidad de vida en un ambulatorio, pero a mí me gusta estar aquí. Para esto tienes que valer y saber aguantar», asume.

No sólo le seduce el cajón de sastre indescifrable de Urgencias, sino que también es médico de emergencias, el súmmum del trasiego y el estrés en el universo sanitario. Javier, formado en la Facultat de Medicina de la URV, es médico adjunto en las urgencias de Santa Tecla y está habituado a las noches. Los turnos de 15 horas a 8.00 de la mañana o de un día entero (de 9 h. a 9 h.) marcan su agenda. «Hacemos entre 9 y 10 guardias al mes. Dos de ellas son en festivos o fin de semana y hacemos 24 horas seguidas».

En esas noches largas, a veces si baja la actividad a eso de las 2 de la mañana, el turno procura partirse en dos y, en la medida de lo posible, descansar en las camas habilitadas para la residencia. «De madrugada el volumen de trabajo suele bajar un poquito», dice. Suele llevar entre tres y cuatro pacientes simultáneamente. Les atiende al llegar, les diagnostica, les procura un tratamiento y luego decide si pasan a planta o si pueden recibir el alta. Sólo algún respiro permite bajar las luces de los pasillos y fomentar la breve charla distendida entre los colegas, un cálido alivio para un ritmo que suele ser enloquecido.

La noche tiene sus particularidades. Llegan más agresiones, intoxicaciones etílicas, dolores de barriga y cólicos de riñón. «Las intoxicaciones las notamos sobre todo en fiestas como Santa Tecla, Sant Magí o San Juan. Vienen sobre todo menores de edad. Antes, cuando alguien estaba de fiesta y pillaba una cogorza se iba a casa. Ahora los amigos llaman a la ambulancia, colocan al ebrio y siguen la fiesta», cuenta Javier.

La noche en urgencias golpea especialmente: «A mí no me afecta dormir poco. Cuando tengo un momento, aprovecho y descanso. Pero sí es duro ver tanto drama, es una realidad a la que accedes al estar aquí. Lo peor es cuando muere gente joven».

Diagnosticar un cáncer a un treintañero o atender a algún accidentado forman parte del catálogo de tragos más difíciles de digerir. En el otro lado están las buenas noticias y los agradecimientos. «Lo mejor es cuando salvas vidas, o diagnosticas algo que se acaba curando. Nos encontramos a pacientes muy agradecidos. Pasa mucho con los infartos: alguien que viene con un dolor fuerte en el pecho y acabas haciendo un cateterismo urgente, o cuando tienes que reanimar a alguien con una parada cardiorrespiratoria».

Aliviar un insufrible cólico en plena madrugada es otra de esas situaciones en las que el médico se vuelve casi un héroe. Luego están, claro, las anécdotas, esa enorme casuística que se cuela en urgencias, a veces por no querer ir antes al CAP («el 60% de casos deberían atenderse en los ambulatorios», dice Ramos).

Los sustos sexuales se llevan la palma de lo grotesco. El doctor recuerda el caso de un hombre de unos 40 años que, después de hacer el amor, llegó a urgencias sangrando… y acompañado de su padre. Cosas así son luego la comidilla entre la parroquia sanitaria del hospital. Más allá de esa distensión, Javier se curte a pasos de gigante en la cara más exigente de la sanidad, unas urgencias y emergencias que son su vocación.

Comentarios
Multimedia Diari