Con emociones y fuego sigue Santa Tecla

La Cercavila de Santa Tecla. Bestias, danzas, ‘diables’ y otros elementos llenaron las calles de la ciudad

23 septiembre 2018 15:38 | Actualizado a 23 septiembre 2018 15:45
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Montones de gente esperaban impacientes el inicio de la famosa fiesta que se celebró ayer por la tarde con mucha alegría. Agrupados en la plaza de la Font, los presentes conversaban tomando copas en los bares, se hacían fotos con las collas que iban llegando o simplemente iban corriendo detrás de los niños.

Hubo una espera ansiosa minutos antes de que empezara el espectáculo que duró alrededor de tres horas. La tradición no falla desde hace más de cien años, formando parte de la fiesta más significativa de la ciudad. Fue uno de los actos más multitudinarios.

La deseada ruta vivida con mucha agitación, pasó por la Baixada Misericòrdia, la calle Major, la Plaça de les Cols y la calle Merceria, llegando a la Plaça del Fòrum, de donde siguió su largo itinerario por la Part Alta, la Rambla Vella, Rambla Nova, la calle Sant Agustí y la calle Portalet, para acabar de nuevo en su punto de partida.

Como siempre, los primeros en arrancar esta manifestación festiva fueron las collas de fuego seguidos por el Magí de les Timbales, y después, el resto de las collas, los Balls y Danses incluidas. Justo antes de que empezara la fiesta, muchos niños curiosos ayudados por sus padres se hicieron fotos encima del caballo llevado por el famoso mago. Lo representaba, como de costumbre, el pastelero Eduard. Algunos lo querían tocar, otros no se querían bajar del caballo una vez subidos. Mucha curiosidad provocaba la Víbria, que era la bestia con más puntos de tirar fuego. 

Los pequeños no paraban de saltar y correr alrededor de las imponentes figuras, tan amadas por todos. Emociones de alegría provocó también la colla más antigua en la ciudad, la del Drac de Sant Roc, cuya figura tradicional está recuperada por los vecinos del barrio del Cós del Bou. Pesa ciento cinco kilos y la llevaba solo una persona. «Hemos nacido aquí y nos ilusiona participar», exclamaron sus portadores que se iban turnando por el camino, y añadieron que «la emoción no es la misma, llevarla que solo verla». 

Otra de las bestias que causaban felicidad entre los espectadores más pequeños, fue el Griu, con sus dieciséis puntos por donde echaba fuego. Esta mezcla mitológica entre león y águila, la llevaban dos hombres. Uno de ellos era Josep Maria, de cuarenta años. Su compañero Javier es uno de los portadores desde hace cinco años. «Nos turnamos cada trescientos metros», destacó él que participa «por euforia y alegría».

Y de estas no faltaron; mucho interés mostraron también los turistas que se acumulaban con copas en la mano, e incluso los vecinos desde sus balcones. Con caras de ganas que no parara la fiesta, las gentes seguían a las collas pintorescas, otros, estaban esperando sentados o de pie por los dos lados de las calles. El aire se percibía denso y cargado por la multitud que no cesaba de llegar a los puntos.

Una de las collas que no tiraba fuego era la de la Cucafera. Su peso llegaba a los doscientos setenta kilos, y contaba con siete portadores. Su largo de cinco metros impresionaba, haciendo reflexionar sobre la enorme pasión por esta tradición celebrada de una forma tan audaz. Esta colla destaca con cien miembros que han recuperado la figura antigua de la bestia hace veintisiete años. «Tira caramelos y  los niños la adoran», contaron desde esta agrupación llamativa. 

Otra atracción fue el Ball de Turcs i Cavallets, cuyos orígenes se remontan al año 1990. Reflejaban la eterna lucha entre el Bien y el Mal. La figura del caballo de Jaume I, personalizado por Jordi Pous, atraía a los más pequeños. «Les hace gracia», comentó Jordi. También había la Moixiganga, que simboliza el origen de las famosas torres humanas, los castells. Una vez más, la peculiar costumbre de la Cercavila de Santa Tecla mostró que el amor por las raíces  es eterno y tiene sus fieles seguidores.
 

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