Mons Badia (Vila-seca, 1991) preside desde el 2022 el Col·legi d’Ambientòlegs de Catalunya, una institución que cuenta con cerca de mil profesionales inscritos y que busca fomentar la conservación y protección del medioambiente. Con motivo de su 20º aniversario, los ambientólogos de Catalunya celebraron este sábado en Vila-seca un acto para reivindicar y analizar la situación de su profesión.
¿Cómo define cuál es el trabajo de un ambientólogo?
Nuestra función es asegurar que la naturaleza y los ecosistemas puedan continuar siendo suficientemente saludables como para que las personas y los animales podamos seguir viviendo en este planeta. Eso incluye materias como cuidar la calidad del agua, la calidad del aire, garantizar que lo que comemos sea saludable, repensar los productos que consumimos, cómo tratamos los residuos...
Una parte vital es la divulgación para generar consciencia, ¿no?
Es muy importante transmitir a la ciudadanía, las empresas y a todos los actores, mediante educación ambiental en escuelas o museos, así como a través de la comunicación, promocionando libros, publicaciones y demás. Ahora, estamos colaborando con el Col·legi de Psicologia de Catalunya para ver cómo transmitir de la mejor forma a la ciudadanía lo importante que es velar por el medioambiente.
¿Qué parte hay de responsabilidad individual y qué parte política?
Las personas tienen el tiempo y el dinero que tienen. No les podemos exigir individualmente que hagan todos los cambios. Por eso son cruciales las políticas. Es necesario hacer políticas que generen directrices muy claras de hasta dónde se puede contaminar, hasta dónde se pueden generar residuos...
¿Hay suficiente voluntad política para cambiar las cosas?
Estamos avanzando, pero falta más ambición. En Catalunya es imprescindible disponer de un departamento o una conselleria propia de medioambiente, o incluso una vicepresidencia. Europa tiene claro que los dos pilares de su política son la transición digital y la transición ecológica. Eso es lo que tendríamos que trasladar a Catalunya.
Todo parece indicar que estamos en un punto crítico para el planeta. ¿Hay razones para el optimismo?
No nos podemos permitir el desánimo. Si sencillamente lo damos por perdido, entonces sí que estaría perdido. Es cierto que estamos en un punto crítico y que los próximos 10 o 20 años van a ser estratégicos, pero no nos queda otra que conseguir que la vida sea factible. Ahí, la función de los ambientólogos es crucial para envalentonarnos a todos.
¿Puede dar algún indicador concreto para la esperanza?
Las formas de hacer mejor las cosas existen. Sabemos por dónde tenemos que ir y hay muchas soluciones. Sólo falta contundencia y voluntad política. Por ejemplo, existe la permacultura, un tipo de agricultura que aprovecha unos cultivos que ayudan a los otros y que permite producir hasta tres veces más. Si nos da miedo no poder alimentar a toda la población en el futuro, ya tenemos esta solución.
