Los suecos quieren seguir siendo suecos

Que nadie se haga el sueco. Hace años que una parte de la ciudadanía europea siente amenazada su identidad. El populismo xenófobo pesca en ese caladero     

12 septiembre 2018 11:29 | Actualizado a 12 septiembre 2018 11:33
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A los racistas hay que combatirlos. A los xenófobos también. La suya es una ideología ruin que llevada al extremo deshumaniza al diferente, lo despoja de la dignidad de persona, lo estereotipa hasta el extremo y, llegados ahí, lo desnuda de derechos convirtiéndolo en objeto de cualquier atrocidad.

Hay que combatirlo siempre y a todas horas porque nos hace peores, nos animaliza, violenta la razón y convierte al instinto, al peor instinto, en el guía de las sociedades.

Viene todo esto a cuento del resultado de las elecciones suecas que han apuntalado al partido Demócratas Suecos como árbitro de la gobernabilidad en ese país. ¿Oferta ideológica? Los inmigrantes tienen la culpa de todo. Del debilitamiento del estado del bienestar, del alza de la criminalidad, de las violaciones y de cuantos males uno quiera enumerar. 

Que sea un país pequeño, con poco más de diez millones de habitantes y que en los últimos años haya acogido el mayor número de refugiados per cápita de Europa ha sido definitivo para que buena parte de la población se haya sentido atraída por el discurso antiinmigrante.

¿Pero es el 20% de la población sueca que les ha votado, racista y xenófoba? ¿También lo son el 33% de los votantes que querían a Marie Le Pen como presidenta de Francia? ¿O los italianos que han aupado al Gobierno a la Liga? ¿O los holandeses que votan al Partido para la Libertad? ¿O los británicos del UKIP? 

Puede que acaben siéndolo. Pero aún no lo son. Son grupos de personas que sienten amenazada su identidad. Son amplios colectivos que después de décadas con un discurso público colonizado por las bondades de la inmigración y en el que toda voz crítica era acallada bajo el peso de la acusación de racismo han dicho basta y, ante la indiferencia con la que se han sentido tratados por los partidos políticos convencionales, han decidido pegar una patada al tablero de juego y dejarse seducir por otras formaciones con discursos de tinte xenófobo.

La oferta electoral ultra, de derechas o de izquierdas, ha existido siempre. Algo se habrá hecho mal cuando un producto que sólo merecía la atención de un porcentaje marginal de la población se convierte ahora en muchos países en una oferta política sólida, central y que en algunos casos ha llegado ya al gobierno o influye directamente en sus políticas.

No podremos evitar nunca que haya formaciones políticas dispuestas a sacar tajada del miedo de la gente. Tampoco podrán evitarse que la desinformación y los mitos alrededor de la inmigración existan como lo han hecho siempre. Valga como ejemplo que en Italia la percepción de los ciudadanos es que en su país hay un 35% de inmigrantes cuando en realidad son el 10%.

Pero lo que sí podría evitarse es la negativa a mantener debates serios sobre asuntos como el de la inmigración. ¿Debe o no debe Europa tener una política activa y común de fronteras? ¿Debe o no debe esa política ser eficaz? ¿Qué ventajas e inconvenientes aporta el multiculturalismo? ¿Qué es un sueco, o un alemán, o un francés o un italiano? ¿Una persona que vive en Suecia, Alemania, Francia o Italia o alguien que comparte los valores de dichas sociedades y se integra plenamente en ellas?

Lo que está pasando en particular en el norte de Europa no es un tema económico. Lo que ha pasado, lo que pasa y lo que pasará, no sólo en Suecia si no en casi todos los países y en particular en los del norte de Europa, tiene que ver con la identidad. Los suecos sienten amenazada su manera de vivir, su manera de ser suecos. Se dirá que todo esto suena muy casposo, muy antiguo y muy poco moderno. Y es verdad.

Pero cerrar los ojos a esta realidad nos situará en un escenario mucho peor dentro de unos años. Quizás, para no acabar siendo racistas, lo que algunas sociedades europeas empiezan a exigir a gritos son menores dosis de multiculturalismo. No sirve ponerles un bozal. Hay que escucharlos. Y rápido.

 

Josep Martí  es ‘calero’, es decir, de L’Ametlla de Mar. Es empresario y periodista. Actualmente en Londres analizando el Brexit. En breve publicará: ‘Fuck you, Europe!’

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