«Seguro que he roto más cristales que nadie»

Paco Ramos, artesano del vidrio

05 junio 2021 17:53 | Actualizado a 06 junio 2021 06:03
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Ha estado la mayor parte de su carrera profesional en su taller del Museu del Vidre de Vimbodí. Y ahora, después de 23 años de profesión en este municipio de la Conca de Barberà, ha decidido prejubilarse a los 64 años. Paco Ramos no dejará del todo su profesión, sino que ha montado una empresa con unos amigos. Eso sí, seguirá viviendo con su familia en Vimbodí, donde, ahora sí, tendrá más tiempo para la música: «La estudié para tocar a Bach», confiesa. Y recuperará su guitarra para afinar las notas.
La semana pasada llegó a la edad para prejubilarse y dijo adiós al Museu. Era una decisión meditada desde hacía tiempo «y el alcalde lo entendió». Ha sido trabajador autónomo durante 22 años y hace tres lo contrataron. «No me salía a cuenta tener un ayudante». Por eso, siempre ha trabajado solo en Vimbodí. Y ello se ha traducido también en el número de piezas hechas: solía confeccionar diariamente unas veinte, mientras que cuando trabajaba en equipo llegaban a las 500.

Formado profesionalmente en Barcelona y Bélgica, inicialmente siempre estaba de viaje por el extranjero, de exposición en exposición. Su primer contacto con la comarca fue cuando vino a la Fira Medieval de Montblanc a hacer una demostración. En aquella época estaba buscando un horno donde trabajar y sabía que en Vimbodí había uno. Por aquel entonces ya estaba con Carme, su esposa, a la que había conocido en la escuela del Centre del Vidre de Barcelona. Pero ella no ha seguido por este oficio, como tampoco sus dos hijas –una ha estudiado Psicologia e Integració Social y la otra, Magisterio–.

La llegada

Llegó a Vimbodí en 1997. «Inicialmente, vine para ver cómo iba. En aquel momento, lo que me interesaba del vidrio era el color». Pero al final, este pueblo lo enganchó: «Me quedé porque Vimbodí es un pueblo muy tranquilo. Y a mis dos hijas les gustaba». 
Tanto en verano como en invierno, su taller es una estufa. «No te acostumbras nunca a los 1.250 grados» que irradian de su horno, que fue renovado hace dos años. «Lo que aprendes es a protegerte. Y a tomar mucha agua». En su recinto sagrado no tiene un solo horno, sino varios, cada uno con una función diferente. En uno está la masa blanda de la que saldrá su obra de arte; en otro calienta la barra de hierro; también hay otro para que no se enfríe mucho la pieza mientras la va confeccionando, y finalmente otro para enfriar lentamente dicha pieza –si se dejara a la intemperie, petaría–. 

En su taller ha llegado a estar a 55 grados. Y confiesa que se ha quemado muy pocas veces. Hace unos dos años que le pasó y tuvo que estar un mes de baja, «hacía 30 años que no lo estaba». Y para curar dichas quemaduras, «una crema de mano que hacía un vecino del pueblo».  

He llegado a hacer carburadores de vidrio para un Biscúter e incluso cafeteras

Cuando uno lo ve soplando a través del largo tubo puede pensar que se necesitan unos buenos pulmones para poder elaborar una obra de arte. Pero no, «normalmente no es fuerza física, aunque hay algunas piezas que sí. Tampoco hace falta tener un buen fuelle», recalca.

Su jornada laboral se situaba entre las cuatro y cinco horas realizando obras de arte, más dos horas en las preparaciones. «Es muy sacrificado», reconoce. Y está muy contento del legado que deja.

Sus piezas con más salida son el Matrimoni –para vino y aceite–, el Porró Vimbodí y el Setrill. Hacía también piezas por encargo, ya que algunas personas acudían con la idea preconcebida. Y ha llegado a confeccionar un carburador para un Biscúter, piezas de laboratorio, cafeteras y copas muy raras para coctelería.

Momentos bajos

Reconoce que en 2009, con la crisis, quiso dejar la profesión, «pero tenía 50 años y no podía decir adiós. Ahora no se desvinculará de la profesión, «continuaré pero no con la misma intensidad», reconoce, «porque cuando te jubilas, no te queda pensión». Ha montado una empresa en la Costa Brava con unos amigos para hacer demostraciones. 
Lo que sí tiene claro es que va a recuperar una de sus pasiones y que tenía abandonadas: la guitarra. «Estudié música en Cornellà de Llobregat –cuando vivía en L’Hospitalet– para tocar a Bach». Pero a medida que iba pasando el tiempo fue abandonando el solfeo. 

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