La luz del mar mediterráneo en el museo del prado

Junto a Carmen París pretendimos iluminar el momento en que estamos, en el que el mundo va a la deriva

05 marzo 2020 08:40 | Actualizado a 05 marzo 2020 11:41
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En el día de regalo que nos ofreció el mes de febrero de este año bisiesto, tuve la suerte de tocar el piano en el Museo del Prado de Madrid junto a la también artista tarraconense Carmen París. Frente al impresionante cuadro de San Miguel Arcángel, el guardián del bien contra el mal, y bajo el título Guerreras de la luz juntas ofrecimos un repertorio con el que pretendimos, en la medida de nuestras posibilidades, iluminar con nuestra música el momento en el que nos encontramos, en el que el mundo va a la deriva, donde la injusticia, la insolidaridad o el egoísmo tristemente se imponen.

Más allá de las emociones que sentimos actuando en un entorno tan privilegiado y con tantas connotaciones culturales e históricas, fuimos conscientes de que nuestra aportación no era más que un grano de arena en el desierto, pero como artistas entendemos que cualquier acto, por pequeño que parezca, es al final, junto con la suma de otros gestos, los que pueden llegar a mejorar sensiblemente nuestra sociedad. «Quien apuesta por la cultura, siempre gana», había dicho para la revista Scherzo días antes Pepe Mompeán, director del Festival Internacional de Arte Sacro (FIAS) donde se enmarcaba nuestra actuación. Y qué bonita verdad si se aplicara como medida de la riqueza de una ciudad, una región o un país. Y la ‘riqueza’, más allá de lo rentable en términos económicos, subyace en lo que nos mueve, y nos conmueve, para hacer un bien, desde ese motor interno que es nuestra voluntad y conciencia, para dar lo mejor.

El 29 de febrero en el Museo del Prado pronunciamos varias veces con orgullo y emoción, Tarragona y Mediterráneo. Nos sentimos embajadoras de la Ciudad de la Eterna Primavera, concluyendo esa velada interpretando el tan conocido Mediterráneo de Joan Manuel Serrat, que ya habíamos interpretado juntas en Tarragona en Octubre de 2018. Ese Mediterráneo tan nuestro, cuna de tantas culturas, en el que nuestra infancia sigue jugando es sus playas, del que llevamos su luz y su olor donde quiera que vayamos, debería simbolizar todo lo luminoso que, durante siglos, ha supuesto de confluencia de pueblos y su riqueza, en vez de lo que se está convirtiendo, en ciertos casos, un insalvable muro donde se frustran ilusiones de aquellos que huyen de situaciones dramáticas, o resultando ser, en el peor de los casos, una fosa común.

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