'Pase lo que pase hoy a las siete, a trabajar'

Barrios de Ponent Normalidad absoluta durante las horas previas a la comparecencia de Puigdemont. Los vecinos relativizan la situación política

11 octubre 2017 07:08 | Actualizado a 11 octubre 2017 07:12
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Los niños al parque o haciendo sus actividades extraescolares. Los adultos tomando la caña de cada martes en la terraza de debajo de casa. La gente mayor sentada en el banco y presumiendo de sus nietos. Y los amigos, jugando al dominó en el bar La Amistad, de Torreforta. Normalidad absoluta en una tarde que se preveía clave para Catalunya. Pero de repente, a las siete y doce minutos de la tarde, la vida de casi todos los vecinos de los barrios de Ponent se paró y todas las miradas tenían una sola dirección: la televisión y el rostro del presidente de la Generalitat Carles Puigdemont.  

Hasta entonces, los ciudadanos de Torreforta y La Granja no dejaron de hacer todo aquello que hacen cada tarde de martes. A las seis de la tarde, –hora en la que estaba prevista la comparecencia de Puigdemont–, la mayoría de televisores de los bares y restaurantes estaban apagadas. Si alguna estaba encendida, nadie se la miraba. Goyi, acompañada de su yerno Raúl, esperaba sentada en un bar a qué su nieta saliera de clase de baile en una escuela de La Granja, como cada martes. «Ya estamos hartos de tanta política. Sabemos que no pasará nada», decía Goyi, convencida y dando la espalda a la televisión. 

A unos pocos metros de allí y unos minutos después, Sonia Vernet, vecina de La Granja, iba a comprar con toda normalidad. Le acompañaba otra vecina, Montse García, que llevaba a su hijo a clase de inglés. «Lo estoy grabando para verlo cuando llegue a casa», aseguraba García, quien añadía que «me interesa porqué me preocupa esta situación. Si Puigdemont declara la independencia, será un desastre económico».

Cuando faltaban cinco minutos para la comparecencia de Puigdemont, en el bar La Amistad, en Torreforta, un grupo de hombres jugaban al dominó de espaldas a la televisión. «La solución es fusilar al presidente», decía uno. Los otros le tranquilizaban. «No nos interesa el tema, todo lo que hablan es ilegal», comentaba otro, intentado suavizar el tema.

Aunque preocupados y algunos indignados por la inestabilidad política, en los barrios de Ponent nadie cambia sus planes. La explicación la tiene una vecina de la Granja, Núria Díaz, quien aseguraba que «aquí la gente es práctica, aquí nadie se ha dejado de hablar por la política, aquí solamente queremos vivir en paz». Y esto es exactamente lo que se desprende de casi todos los vecinos. No se discuten por el sí o el no a la independencia. Ellos hace tiempo que comparten vida con otras culturas, pensamientos y religiones. «El día 1 tocó defender urnas y si hoy se declara la independencia, nos adaptaremos, pero no cambiaremos nuestras vidas. Así vivimos aquí», explicaba Díaz, quien añadía que «los vecinos tienen claro que lo que pase hoy no depende de nosotros». Núria quedó con unos amigos, Mercedes y Santiago, para ir a tomar algo. «Mi hermana vive en Calatayud y nos dice que nos traslademos allí. Pero nosotros aquí vivimos bien, tenemos trabajo y lo valoramos», asegura Mercedes. Por su parte, Santiago aseguraba que «pase lo que pase, mañana a las siete me levantaré para ir a trabajar». Frase que resume a la perfección el sentimiento de los vecinos.

Llega el momento

Bar Restaurante Nou Centre. En el corazón de Torreforta. En la terraza se habla del plan del fin de semana y en el interior se oye la reportera de La Sexta y el ruido de la máquina de café. De repente, el mundo se para. Son las siete y doce minutos y Puigdemont empieza a hablar, aunque él no se escucha, ya que La Sexta añade una voz en off, en castellano. Los vecinos dejan de hacer lo que hacían y contemplan la televisión. Silencio absoluto. La concentración dura diez minutos. Acaba el discurso y hay pocas reacciones. Vicente Valero, jubilado y vecino de Torreforta, está contento. «Ahora es tiempo de diálogo», dice. La vida continúa. 

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