Semejanzas y diferencias con el 11-M

La forma de actuar de la célula yihadista catalana fue similar a la que perpetró los atentados de los trenes. En cambio, la gestión posterior de los ataques y el escenario político fueron muy distintos

27 agosto 2017 15:07 | Actualizado a 27 agosto 2017 15:12
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Los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid y del 17 de agosto en Barcelona y Cambrils tienen muchas similitudes en el aspecto operativo y algunas diferencias en el tratamiento político. Podría considerarse que las quince víctimas mortales y el centenar de heridos en Las Ramblas y el paseo marítimo de la localidad tarraconense son un minucia frente a los 193 muertos y más de 1.600 heridos que dejaron las bombas en los trenes de la capital, pero más allá de las cifras los hechos se asemejan mucho.

- La organización. Tanto la célula yihadista de Ripoll como la de Madrid llevaban meses rumiando sus atentados sin que la policía detectase sus movimientos. Eran grupos organizados, no lobos solitarios autoradicalizados en sus casas, y contaban con capacidad logística importante. Los terroristas del 11-M adquirieron los explosivos en las minas de Asturias, los de Barcelona los fabricaron ellos con materiales comprados en comercios de la zona, y si no llega a ser por la explosión en la casa de Alcanar su potencia nada habría tenido que envidiar a las mochilas-bomba que llevaban los terroristas en la estación de Atocha.

Semejanzas

- Lazos de sangre. Los miembros de ambas células, –la de los atentado en Barcelona y Cambrils, y la de Madrid–, en su mayoría marroquíes, tenían fuertes vínculos entre sí, lo que dice mucho de su endogamia. Los hermanos Ahmidan, con ‘el Chino’ a la cabeza, y los Rachid formaron parte del grupo terrorista que actuó hace trece años. En la célula de Las Ramblas participaron los hermanos Oukadir, Hichamy, Aboyaaqoub y Aalla.    

El objetivo de ambos grupos terroristas era la repercusión internacional

- Las bases operativas. El comando del 11-M, con mayor poderío económico derivado de sus trapicheos con hachís, se reunió durante meses y preparó sus artefactos explosivos en una casa alquilada en el municipio madrileño de Morata de Tajuña. La célula de Ripoll contaba con menos posibles y ocupó el chalé de Alcanar como laboratorio para sus bombas y se adoctrinaba en un inmueble abandonado de Riudecanyes. Las bases operativas de ambas células tienen alguna diferencia.

- Terroristas muertos. La mayoría de los terroristas en ambos atentados murieron antes de ser detenidos. El núcleo duro de los autores materiales de la masacre de Madrid se inmolaron en Leganés, solo dos fueron enjuiciados en un proceso que sentó en el banquillo a 28 personas. De los doce miembros de la célula de Ripoll, ocho perdieron la vida, dos en la explosión de Alcanar, y seis cayeron por los disparos de la policía durante los atentados, en Barcelona y Cambrils. De los cuatro detenidos, dos quedaron en libertad, y no es probable que en el juicio haya un banquillo de acusados muy numeroso.

- Objetivos. Los dos grupos planificaron atentados de repercusión internacional, con la intención de que todo el mundo los conociera. Los trenes de cercanías de la capital en un caso, y templos de Barcelona en otro, aunque al quedarse sin explosivos  tuvieron que cambiar de planes sobre la marcha para perpetrar atropellos masivos en Las Ramblas y el paseo marítimo de Cambrils.

El comando del 11-M tenía mayor capacidad económica a raíz de la venta de drogas

- Justificación. La célula del 11-M enmarcó su masacre en una venganza contra España por la participación en la guerra de Irak, conforme a las tesis ideológicas de Al Qaida, el grupo yihadista hegemónico en aquel momento. Los terroristas de Barcelona, reclamados como hijos por el Estados Islámico, apelaron a la participación de España en «la coalición cristiana» que opera en Siria e Irak. En ambos casos Al Qaida y el Daesh aludieron a la quimera de la recuperación de Al Andalus.

Diferencias

- El relato. Tras los atentados de los trenes de cercanías, el Gobierno de José María Aznar dejó en manos del ministro del entonces ministro del Interior, Angel Acebes, la información de las investigaciones y el relato de los hechos con un claro sesgo político para apuntalar la teoría de la autoría de ETA. El resultado fue una explicación confusa, inconsistente y partidista. El Ejecutivo catalán asignó la portavocía al mayor de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero, que protagonizó unas comparecencias profesionales, claras y despojadas de tintes políticos aplaudidas desde todos los sectores.

- Unidad política. A pesar de las tensiones entre el Gobierno de Rajoy y la Generalitat por el proceso soberanista, la unidad entre las administraciones y las fuerzas políticas apenas ha mostrado fisuras. Se reunió el pacto antiterrorista y el presidente del Ejecutivo central compareció junto al gobernante catalán. Todo lo contrario de lo que ocurrió tras el 11-M, cuando la gestión posterior de los atentados desembocó en una fractura social y fue una batalla campal entre las fuerzas políticas, con movilizaciones de protesta contra el Ejecutivo de José Maria Aznar, que se negó a reunir el pacto antiterrorista ni a convocar a los líderes políticos a la Moncloa para dar una respuesta unitaria.

- Respuesta policial. Los ataques en los trenes cogieron a las fuerzas de seguridad en mantillas en la lucha contra el terrorismo yihadista. Poco más de un centenar de agentes se dedicaban a esa tarea y con medios precarios. La Guardia Civil, la Policía y los Mossos d’Esquadra cuentan ahora con miles de experimentados agentes dedicados a combatir el yihadismo.

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