Adiós a Ramón Ginovart, 'El Avi' de Salou

Daba gusto ver al toldero de la Platja de Capellans de Salou, en esa transmutación del atuendo de trabajo playero al aspecto de un Lord inglés

04 marzo 2019 09:42 | Actualizado a 04 marzo 2019 09:57
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Hace ya unos años, que Ramón Ginovart, el espíritu de la Platja de Capellans, no lo veíamos bailar como un príncipe con su mujer Rosita, por la pista del Envelat de Salou, durante las fiestas d'Hivern. Nos acaba de dejar para irse a bailar y a mirar el mar allá dónde esté.

Dejaban impresionados al público, viéndolos dar giros y vueltas absolutamente encantados. Ramón, guapísimo - siempre fue un hombre guapetón- vestido casi como David Niven - pantalón claro, blazer marino con botones dorados, corbanda al cuello y pañuelo en el bolsillo. Su mujer Rosita hecha un pincel.

Daba gusto ver al toldero de la Platja de Capellans de Salou, en esa transmutación del atuendo de trabajo playero al aspecto de un Lord inglés. Cada año me invitaba a bailar una pieza , y el pobre, cada año se desesperaba conmigo y me decía ¡Pero qué mal bailas, Madrazo!.

La missa funeral estava prevista aquest dilluns al matí a les 10.00 hores, a la parròquia de Santa Maria del Mar de Salou. La seva esposa Rosa, fills Ramon i Marilen, néts Ramon i Irene, Marc i Marta, besnéts Aura i Roc i família tota han comunicat als seus amics i coneguts la trista notícia

Ramón y su primo Salvador, dos de los más antiguos hijos de Salou, se han ido en un año, y nos han dejado huérfanos a tantos amigos que hemos pasado más de media vida con ellos. Desde su chiringuito "La Barcarola" - el nombre se lo pusieron recordando el vals de Hoffmann, que Salvador bailaba con su mujer,  hermana de Rosita-. Desde aquella terraza, los veraneantes  y los vecinos de Salou, podíamos tomar un café relajados porque Ramón " El Avi", vigilaba a nuestros chavales, y con silbato de árbitro de fútbol que llevaba colgado, les pegaba tremendos pitidos a nuestros hijos, cuando veía que el mar cambiaba y podían correr peligro. Todo un personaje entrañable. Tenía geniazo, y de repente se "subía a la parra", como decimos en Aragón; pero como el cava a los cinco minutos se había pasado el enfado. Era de los que cuando te daba la mano, te la rompía del apretón.

Un catalán, un salouenc que amaba profundamente su tierra, que vio con sus cansados ojos de pescador, cómo nació el turismo en Salou; y cómo su hijo y su nieto continúan con la familia el negocio que modestamente iniciaron con su primo Salvador Ginovart, en Capellans. Del “Avi” y de Salvador aprendimos muchas cosas, porque fueron gente sabia. Eruditos del Mar. Nos enseñaron sobre el Mediterráneo de la Costa Daurada, lo que muy pocos ingenieros del entonces Ministerio de Fomento y algunos responsables de la Comandancia de Marina de Tarragona saben sobre los secretos de las corrientes marinas, las barras de arena, la “mangas” de mar, los vientos, - “Cuando sople Mestral, guarda los muebles de la terraza, volará todo con fuerza imparable” nos decía a menudo, Ramón. Y su primo Salvador, se desesperaba porque siempre enviaban a Tarragona a ingenieros del Ministerio, que habían nacido en Cáceres o Soria; que no les escuchaban su consejos precisos de hijos del mar, cuando se diseñaban defensas contra los temporales, en su opinión, equivocadas; o empezó la moda de la regeneración de las playas y se mezclaba tierra con nuestra blanquísima y fina arena.

Una tarde de diciembre, hace muchos años. El otoño en que se derribaron los chiringuitos históricos de Salou, nos encontramos solos los tres: Ramón, Salvador y yo. De pié, mirando impotentes como las excavadoras destruían la obra de su vida. “La Barcarola”.  Quizá era el único edificio con licencia de obras firmada por el Ministerio. Contaban, que habían ido los dos en un modesto coche a Madrid y regresaron con el permiso lleno de sellos. Lloramos juntos y yo llegué tarde a trabajar al Diari.  Años después, sus nietos, Ramón, Dani  y Jordi convencieron a la segunda generación para reeditar “La Barcarola”. Ahora, no se lo digan a nadie, pero es uno de los rincones más chulo  y tranquilo de la Costa Daurada.

Ramón Ginovart y su familia, se han cuidado de cuatro generaciones de la mía. Mis hijos y nietos se han criado escuchando sus consejos y ayudando a plegar hamacas. Es un tesoro de amistad, que cuidamos con todo respeto. Mucho más interesante que las monedas de oro que escondía el pirata Sir William Drake, en sus aventuras. Nosotros además somos tan afortunados, que los nietos y sobrinos de Ramón, esconden por la arena, monedas de oro de chocolate, en los cumpleaños de nuestros niños. Hasta siempre, amigo.

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