Avenida Carles Buïgas de Salou: 'En territorio de los cazaclientes'

Sábado por la noche en la avenida Carles Buïgas de Salou: nadie escapa a los ofrecimientos, en plena acera, de los relaciones públicas de los locales de ocio nocturno

19 mayo 2017 19:37 | Actualizado a 21 mayo 2017 20:36
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El reto era pasar desapercibidos por la avenida Carles Buïgas. Son cerca de las once de la noche. Sábado. Los crápulas más madrugadores empiezan a dejarse ver. Se cruzan con aquellos rezagados que buscan sitio para cenar. Se nota trasiego en la calle. Es abril en Salou. No hay tanto movimiento como en julio y agosto, pero ya hay alboroto. Con acento catalán, de Bilbao, Córdoba o Santander. También de Tarragona, Vila-seca, Cambrils o La Canonja. Coches con matrícula de Francia están aparcados junto a la acera. Estamos en la zona con más comercios y bares para turistas del municipio y quizá de toda la Costa Daurada.

Desde el inicio de la avenida, presidido por la sempiterna discoteca La Gage, hasta la frontera con el paseo Jaume I hay apenas un kilómetro. Yendo andando tranquilamente se puede recorrer en diez minutos. Algo más si durante el trayecto uno tiene que hacer paradas involuntarias. Nadie es invisible en la concurrida Carles Buïgas. Todo el que la cruza es objetivo de los rel cazaclientes de los garitos. Carne fresca.

No hemos recorrido ni cincuenta metros y ya nos ha abordado el primero. Es un hombre de cuarenta y pocos que nos ofrece aposento en un local donde tan pronto puedes cenar un plato combinado a base de huevos fritos y bacon como una hamburguesa completa o un perrito caliente. Escuchamos su ofrecimiento porque su cara nos es familiar, es el mismo que hace una década repartía flyers para beber copas en un conocido pub situado en una calle de atrás. Rechazamos su proposición con educación. Ya hemos salido cenados de casa y lo que nos apetece es tomar algo en jarra o vaso de tubo. Seguimos avanzando.

Chupitos y cachimba

En un santiamén nos plantamos en pleno mogollón, en la zona de los añorados slammers. Ay que ver cómo ha cambiado aquello. El local donde golpeábamos los vasos de chupito contra la barra es ahora una pizzería. Hay menos pubs, pero continúa habiendo ambiente de fiesta. Los relaciones públicas hacen cola para soltarnos la matraca y llevarnos a su territorio.

Prácticamente nos hacen un pasillo, como en el fútbol cuando un equipo ha ganado un título. Nos dejamos tentar. El más rápido nos ofrece una velada animada con cubatas a buen precio y chupitos gratis por ir de su parte. Seductor. Pero queremos sopesar más opciones.

Una joven nos invita a ir a otro que está enfrente. Es el lugar ideal para arrancar la noche, para ir calentando antes de darlo todo en una discoteca, nos dice con un claro deje de Zaragoza. En apenas treinta metros nos han parado cinco veces. Fumar en cachimba es lo más exótico que nos han querido vender. Casi todos los que han intentado persuadirnos siguen un mismo patrón: tienen veintipocos años, son de trato amable y van arreglados. Ellos, hasta con chaleco y corbata. Unos son del pueblo, otros vienen de fuera para ganarse la vida.

Pasamos de largo. De los dominios del ocio nocturno pasamos a terreno de restaurantes. Las cocinas todavía están a tope y sus empleados callejeros cuentan las bondades de sus platos a todos los que pasan por allí. El mismo que nos convenció por la mañana para comer intenta ahora, sin suerte, que repitamos en la cena. Los dependientes de las tiendas que aún quedan abiertas son más silenciosos.

Ya hemos llegado al final de la calle. Por más que nos han tentado no hemos cedido. La primera idea que llevábamos en la cabeza es la que ha ganado. Ya tenemos claro dónde vamos a dar el primer golpe de la noche. Enfilamos la calle Zaragoza, al final de esta vía peatonal está nuestro destino. Hoy toca rock and roll de akí. Son las once y veinte. No hemos superado el reto de atravesar la avenida Carles Buïgas sin ser avasallados, pero ya estamos sentados en la barra del bar. Que empiece la juerga.

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