Cala Crancs, mi lugar de inspiración

Rincón especial. Me enamoré de su clima familiar, de sus paredes de piedra, de sus rojos atardeceres... y de aquel anillo que perdí, el que más me gustaba

12 agosto 2020 07:30 | Actualizado a 12 agosto 2020 07:38
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Una vez alguien me dijo que el éxito se podía medir según donde vivieras... y me quedé pensando qué era el éxito para mí...

Para mí el éxito es vivir en un lugar privilegiado, es poder hacerlo con la gente que uno quiere, disfrutar las cosas que uno tiene, con los recursos que uno cree, pero, sobre todo, el éxito es alcanzar los sueños de manera tal que integren parte de nuestra vida.

Cala Crancs en Cap Salou es para mí la representación natural del éxito.

Siempre acudo aquí para desconectar en lo personal, y para encontrar aquellas emociones y sensaciones que profesionalmente me hacen seguir creciendo en cada trabajo o proyecto que emprendo.

Vengo de las llanuras pampeanas donde las rutas son tan rectas que se van angostando hasta perderse en un horizonte infinito y verde, de un delta donde los ríos y los arroyos se cuentan por miles, donde los cambios en los niveles y corrientes del agua son continuos y donde una vegetación exuberante da cobijo a animales, peces e insectos muy poco peligrosos…

Ese tipo de entorno te confiere la seguridad suficiente para aceptar nuevas aventuras, por ello tal vez, solo tal vez, mi vida ha sido una constante búsqueda de nuevos desafíos.

Cargada de esa sensación de libertad a la que todos aspiramos, hace casi dos décadas recalé en Cap Salou. Llevo 18 años enamorada de la que creo es la mejor playa de la provincia de Tarragona: la Cala Crancs.

Me enamoré de ella de muchas maneras. Por su clima familiar, crié a mis hijos durante veranos interminables de playa con la tranquilidad de poder vigilarlos siempre, pues sus rocas escarpadas y su ligero desnivel en el mar actuaban como barrera contenedora de miedos parentales.

Me enamoré cuando limpiando el culito de mi hijo una tarde de verano perdí el anillo que más me gustaba, aquel que mi amor me había regalado en no sé qué aniversario (llevamos muchos), pero ese anillo fue especial... y aquí sigue, escondido en la arena bañado por las aguas mediterráneas

Me enamoré de sus paredes de piedra, de sus escaleras interminables para subir y bajar (para ‘hacer ejercicio’ o ‘abrir el apetito’ y así justificar las comilonas con amigos o las cervecitas mirando el mar).

Me enamoré de sus rojos atardeceres perdidos en la otra punta de la bahía de Sant Jordi; de los distintos chiringuitos que fueron cambiando con los años, algunos con música, otros sin…, de las tumbonas alquiladas para festejar muchos cumpleaños veraniegos.

Me enamoré del anonimato que representa estar escondida entre paredes de piedra; de la emoción de sumergirte en un mar transparente, de seguir en kayak a los míos hasta una roca (no muy lejos de la costa) en el medio del mar donde puedes hacer pie con el agua a la rodilla para recuperarte del esfuerzo de haber nadado hasta allí.

Esta cala es el lugar donde siempre acudo para encontrar inspiración cuando necesito pensar cómo comunicar la idea de un cliente, o como organizar un evento o campaña de dinamización comercial. Es mi musa inspiradora.

Es la fuente de emociones donde busco la motivación para seguir mejorando como persona.

Cuando no esté más aquí, quiero formar eternamente parte de este paisaje, de sus olas, de su gente, de sus olores, de la arena suave y dorada, de las risas y de los temporales que en invierno invitan a los fotógrafos a captar el instante en que las olas rompen casi sobre las casitas blancas. De alguna manera, a través de ese anillo perdido entre sus piedras, una parte mía vivirá siempre aquí.

Soy afortunada, la cala ha sido estos años como el jardín de mi casa, la veo entre pinos desde mi ventana, y me da esa sensación de libertad y seguridad necesaria para ser feliz.

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