Como el bar del anuncio

La propietaria del Bar Gil de El Vendrell, agraciado con la lotería de Navidad, guardaba un número reservado a una familia con sus miembros en paro

19 mayo 2017 23:52 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:42
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El Bar Gil de El Vendrell recuperaba ayer la tranquilidad después de repartir entre sus vecinos 1,68 millones de euros. 6.000 euros por décimo, que no lo son tal «porque Hacienda se queda un pico», explicaba Ivan Ciorraga.

Cuando la fortuna tiene la decencia de salpicar en un barrio obrero ayuda a coger aire a toda la zona. Hace felices hasta a quienes no tuvieron premio. En El Vendrell la suerte cayó en un barrio de décimos repartidos entre dos porque no se llega y de boletos de te lo pago el domingo.

Eva Gil, la propietaria del local, distribuyó suerte en forma de 32.306. Y como en el bar del ya popular Antonio del anuncio, Eva guardó un décimo para una familia. Ninguno de los dos tiene trabajo. «Durante más de una semana decían que me lo pagarían. El domingo me lo pagaron». Pero Eva se lo hubiese guardado igual, hasta el lunes o el martes.

 

Bodas de plata

Tuvo tiempo ayer Isabel de pasar por el Bar Gil. «Y eso que me caso dentro de un rato». Sus bodas de plata. «Lo hacemos como entonces. Nuestros padres nos llevan al altar y viene la familia». El 32.306 ayuda al banquete. «Y a comprar un anillo nuevo a mi marido, porque el de entonces lo perdió», explica la mujer.

Los vecinos siguen encontrándose en el Gil. En la tele todavía mostraban botellas de cava descorchándose frente a administraciones donde tocó el Gordo. No es el Gil un bar de Gordo. Es más de lo justo para seguir luchando. En el Gil seguían los monos de trabajo. Porque 6.000 euros, que no lo son porque Hacienda se lleva un pico, sólo dan para alguna alegría. Que ya tocaba.

A Quim le llamó su mujer para decirle que había tocado el décimo del bar. «No me lo creí, así que llamé al bar. Y era verdad». Dice que el dinero ya tiene destino. «Va a ser una buena Navidad».

Y eso que el número no gustaba ni a Eva Gil ni a muchos de los clientes. Cuando lo trajo uno de ellos desde Sitges, la opinión fue que era un número feo. «Pero no era plan devolverlo».

«¿Que si ha llamado quien nos trajo el número? Claro. Diciéndonos: Y ahora qué», relata Eva, que no deja de trabajar. Como quien tiene la suerte de hacerlo en el barrio. Pero ayer con algo más de ilusión.

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