«El trato es más frío, no nos cruzamos con el cliente»

Aumento del gasto. Las mascarillas quirúrgicas y EPI que utilizan habitualmente los jardineros para los tratamientos fitosanitarios han pasado de 1,20 euros a 8,50 euros

01 junio 2020 18:10 | Actualizado a 01 junio 2020 18:36
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La emergencia sanitaria causada por la crisis del Covid-19 provocó la paralización de prácticamente todas las actividades humanas, a excepción de lo más esencial. Pero la naturaleza siguió su curso. En los jardines se fue aculumando la broza. El crecimiento de las malas hierbas no se detuvo por el coronavirus. Y para los jardineros el trabajo se fue acumulando durante todo el confinamiento.

Roger Recanses suspendió la actividad de su empresa L’Arbreda Jardinería y Poda en Altura de Torredembarra dos semanas antes de que se decretara el estado de alarma. «Hicimos un confinamiento inicial de dos semanas voluntario y luego dos semanas más por la obligación legal», explica. Tenía claro que iba a cumplir la cuarentena a rajatabla porque «tener un jardín cuidado es un capricho que no puede pasar por delante de la salud».

Las medidas económicas anunciadas por el Gobierno no le han servido de mucho. No tenía derecho a ciertas ayudas y sin embargo sí debía afrontar los pagos administrativos corrientes como la cuota de autónomo. Como muchos otros en su lugar, le salía mejor parar de trabajar. Aunque en su caso, ayudó mucho que los clientes quisieran seguir pagando la cuota. «El trabajo extraordinario que nos supuso los destrozos del temporal Gloria a principios de año también nos han ayudado a acusar menos los efectos económicos», admite.

Cuando regresó al trabajo se encontró con que tenía por delante dos meses de faena a realizar en uno solo. Además de un montón de obstáculos nuevos con los que lidiar y que al menos durante estas fases iniciales de la desescalada se han convertido en la llamada «nueva normalidad». Como el tiempo destinado a acudir a los proveedores o a reparar la maquinara estropeada. «También ellos han reducido personal y es inevitable que vayan más lentos. Hay colas en las ferreterías o gasolineras mientras que para arreglar un desbrozadora, por ejemplo, si antes la tenían lista en una semana ahora es un mes», comenta Roger Recansens.

Las gestiones para aumentar puntualmente la plantilla y hacer frente a un trabajo urgente es laborioso por la lentitud con la que se emite los permisos pertinentes: «Antes si no llegabas a una actuación más o menos urgente llamabas a alguien e iba. Ahora eso es más complicado».

Respecto a las medidas requeridas de distancia máxima de dos metros o equipo de protección adecuado no supone una novedad para los jardineros. «Si estamos con la motosierra o la desbrozadora ya dejamos 15 metros de distancia o si estamos haciendo una intervención en altura. Ahí no notamos diferencia», explica. Tampoco las mascarillas quirúrgicas o EPI resultan extrañas en el desempeño de los jardineros. Son parte del equipamiento que utilizan cuando realizan tratamientos fitosanitarios, igual que los guantes químicos. Un material que ha sufrido un aumento de precio por la alta demanda. «La mascarilla que antes costaba 1,20 euros ahora se paga a 8,50 euros», puntualiza Recasens.

Más frialdad

Donde sí hay un evidente cambio es en el contacto con el cliente. Sobre todo si forman parte del colectivo de riesgo. «La relación es más fría. Cuando llegamos, nos dejan la llave en la entrada y se meten en casa hasta que nos vamos», cuenta.

Ha habido más. Gente de Madrid y Barcelona, de entre otros lugares, que saltándose las leyes del estado de alarma y la desescalada, les han llamado para que se pasaran a arreglar sus jardines aprovechando su presencia. La respuesta ha sido contundente por parte de Recasens: «Iré cuando pasen entre 30 y 40 días de su regreso. Hasta que no hagan una cuarentena aquí. Por delante está la salud de mi familia».

La naturaleza ha vuelto a disfrutar de unos meses sin interrupción humana. Conquistando territorios prohibidos. Pero su tiempo ha finalizado.

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