L'Espineta de Calafell pone el punto final

El local lo creó el poeta Carlos Barral y allí coincidían desde Gabriel García Márquez a Vargas Llosa, Gil de Biedma, Jorge Edwards o Goytisolo 

10 diciembre 2017 11:56 | Actualizado a 12 diciembre 2017 12:47
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La casa del poeta y editor de Carlos Barral en Calafell estaba siempre llena de gente. Amigos, literatos... De Vargas Llosa a Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Gil de Biedma... En esa casa, que hoy es museo, las tertulias y discusiones eran largas y apasionantes.


Yvonne Hortet, esposa de Barral, pidió al poeta que buscasen otro sitio para reunirse. «Porque era un follón», recuerda Danae Barral, hija del escritor. 

El poeta lo encontró a pocos metros, también en primera línea de playa. En una de las viejas botigues de pescador que los marineros usaban para guardar la barca en la primera planta y que tenían una pequeña vivienda en la superior.

En esa botiga de pescador brotó hace 49 años el que fue uno de los puntos de encuentro de la literatura hispanoamericana. En un ambiente marinero nació L’Espineta, un restaurante que fue puerto emocional. Amarre al que acudir en todo momento.

Las charlas y discusiones «de política, de literatura, de la vida, de todo....», pasaron de la casa de Carlos y Ivonne a L’Espineta.  Sus mesas de mármol, las paredes con imágenes del Calafell pescador que se difuminaba a medida que pasaban los años pero que resistía en el local, los nudos marineros,  las tertulias,  la cocina de Yvonne, hicieron de L’Espineta un templo.

Casi medio siglo después L’Espineta cierra. Un cartel de se alquila luce en su venerada puerta. Un rótulo que pone otro punto final a un Calafell que queda en la memoria de cada vez menos.

Danae Barral, hija de Ynonne y de Carlos, explica que «ya somos mayores. Es difícil seguir». Danae tenía 19 años cuando L’Espineta llenó aquella botiga de pescador. Sólo quedan dos de esas construcciones en Calafell. La propia L’Espineta y la anexa, también un acogedor restaurante.

El cartel
«Uno de los locales más emblemáticos de la zona», reza el anuncio del traspaso.  De 95.000 euros. «Ubicado en una de las pocas casas de pescadores que aún se conservan en el barrio marítimo deCalafell. La parte de interior aún tiene más encanto que la terraza frente al mar».

Para Danae, que regenta el local con sus hermana, es una decisión difícil. Costará ver a Calafell huérfano de L’Espineta. De sus encuentros literarios, de las sesiones de música, de sus mejillones con romesco, de la sepia ofegada y de aquellas patatas hervidas con all i oli que inventó Yvonne, una gran cocinera. Y claro, de la espineta, el estofado de espina de atún salado que dio nombre al local.

Símbolo
Más allá de los detalles L’Espineta era un símbolo. Por la construcción. Aunque la vieja botiga de pescador está protegida, gracias precisamente a la insistencia de Barrral e Yvonne. Pero sobre todo por lo que irradió hacia el mundo.


Allí coincidieron literatos. Desde Gabriel Gracía Márquez a Llosa, José Agustín Goytisolo, José Donoso, Ricardo Muñoz Suay, Alfredo Bryce Echenique y muchos otros. Pero Calafell no supo mantener ser cuna de esa Gauche Divine. Aunque hasta último momento ha sido fiel a L’Espineta Juan Marsé que gustaba de sentarse en la terraza.

L’Espineta ha sabido mantener la esencia hasta el final. Hasta ese maldito cartel. Al cruzar su puerta la esencia era la del Calafell recordado, marinero, tranquilo. La taberna marinera. Con tertulias y los conciertos en vivo, mientras al otro lado de la puerta, en la calle, la vida aceleraba hacia  la nada.

 

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