Manadas, aquí y ahora

Los casos de violencia sexual se multiplican en nuestro entorno más cercano, especialmente entre jóvenes y adolescentes

25 julio 2019 09:20 | Actualizado a 30 julio 2019 12:49
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Los habitantes del Camp de Tarragona nos despertamos hace un par de semanas con una noticia sobrecogedora. Una joven de Tarragona había denunciado a tres individuos por haberla violado grupalmente en el piso de uno de los presuntos responsables durante las pasadas fiestas de Sant Joan.

Hace años que esta lacra, injustificadamente ausente del debate público, logró alcanzar la debida visibilidad gracias a la brutal agresión sufrida por una madrileña durante los Sanfermines de 2016.

Sin embargo, nuestra tendencia a la autosedación psicológica suele llevarnos a pensar que estas cosas ocurren siempre lejos, las cometen sujetos extraños, y nunca las sufren los tuyos. Y no es así. Ocurren aquí, las cometen tipos aparentemente normales, y las sufren personas que conviven con nosotros. Y con mayor frecuencia de la que creemos.

Las condenas judiciales por hechos semejante se suceden (por ejemplo, por la violación en grupo a una adolescente durante las fiestas del Carmel de 2015) pero esta terrorífica epidemia parece no tener fin, a la vista de la recurrencia con la que conocemos nuevos casos.

Según las investigaciones del proyecto Geoviolencia Sexual, durante el último año y medio se han producido cuatro sucesos similares en nuestra provincia, un dato que demuestra lo lejos que se encuentra este fenómeno de constituir una desgracia anecdótica. Aunque el incremento en el número de casos públicamente conocidos tiene mucho que ver con la positiva y creciente tendencia a denunciarlos, también es cierto que los expertos sostienen que la violencia sexual está cada vez más presente en los hábitos de nuestros jóvenes.

Como declaraba a este mismo diario el catedrático de Derecho Penal de la UOC, Josep Maria Tamarit, «hay indicios de que nos encontramos ante hechos que se producen con más frecuencia. Y es algo que no está pasando sólo en España». A nivel estatal, en 2017 se produjeron 14 agresiones sexuales múltiples, en 2018 esta cifra ascendió hasta 59, y en el primer semestre de este año ya se han contabilizado 34.

Durante los últimos tiempos han sido numerosas las iniciativas para denunciar y exigir una solución a esta lacra, dentro y fuera del país: la primera huelga feminista del 8-M, la movilización callejera contra la sentencia de la Manada, el movimiento #MeToo, etc. Sin embargo, los datos de los que disponemos sugieren que el problema, en vez de reducirse progresivamente, aumenta de forma imparable, especialmente entre nuestros jóvenes.

Teniendo en cuenta que nuestra legislación penal sobre este tema se encuentra entre las más duras de nuestro entorno, parecen razonables los intentos de mejorar nuestros indicadores mediante tomas de posición públicas, manifestaciones multitudinarias, y planes escolares de concienciación.

Sin embargo, sospecho que las grandes declaraciones, las pancartas y los folletos informativos tienen una eficacia limitada, frente al poder educativo que se genera en el entorno familiar. En este sentido, se me ocurren cuatro aspectos problemáticos que se están abriendo camino en la mentalidad de las nuevas generaciones, y que los padres deberíamos tener en cuenta desde una perspectiva formativa para colaborar en la erradicación de la violencia sexual.

  1. Intolerancia a la frustración. Cada vez son más los expertos que alertan sobre la incapacidad de muchos jóvenes para asumir con naturalidad que no pueden tener todo lo que desean. El «síndrome del emperador» se ha generalizado en los países occidentales, como consecuencia de diferentes factores educativos y familiares, privando a nuestros menores de los recursos psicológicos para digerir las frustraciones consustanciales a la vida.
  2. Mimetismo. La adolescencia y la primera juventud siempre han sido etapas donde todos hemos sentido la necesidad de ser aceptados por nuestros amigos, una pulsión simultánea al desapego progresivo y transitorio respecto del núcleo familiar. Sin embargo, este instinto natural comienza a alcanzar niveles inquietantes que impiden a los jóvenes plantarse frente a los comentarios o comportamientos gravemente reprobables de sus compañeros.
  3. Cosificación de la mujer. Las nuevas tecnologías han disparado el consumo de pornografía entre los menores, que asumen de forma creciente un sexo totalmente desvinculado de la afectividad y las relaciones personales. Este fenómeno resulta especialmente preocupante teniendo en cuenta las edades extremadamente bajas a las que comienza este acceso.
  4. Machismo emergente. Hace unas pocas décadas parecía evidente que las actitudes machistas formarían parte del pasado de forma inminente. Sin embargo, los estudios sociológicos demuestran que este proceso se ha revertido entre las nuevas generaciones, aumentando de forma alarmante el sentido posesivo que manifiestan los adolescentes frente a sus parejas, un fenómeno que algunos expertos vinculan con la influencia ejercida por determinadas mentalidades foráneas.
La confluencia de todos estos factores, cuya prevención es responsabilidad fundamental de las familias, puede estar funcionando como un coctel explosivo que explique el aumento de la violencia sexual entre los jóvenes. La justicia debe actuar con contundencia, la movilización social debe mantenerse activa, y las campañas escolares deben reforzarse. Pero sobre todo, los padres y madres debemos asumir nuestra parte de responsabilidad e inculcar a nuestros hijos la necesidad de realizar un discernimiento ético que guíe el propio comportamiento, transmitir la osadía necesaria para defender las propias convicciones ante a los amigos, ejercer nuestro deber parental de supervisar los contenidos virtuales a disposición de los menores, y contrarrestar las influencias negativas impregnando el ambiente familiar con valores como el respeto, la igualdad y la libertad. Tenemos mucho trabajo por hacer.

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