Atentados Cambrils 2017: 'No tengo miedo. Paseo cada día por donde me hirieron los terroristas'

Heridos y testigos en el mortal atentado yihadista del 17-A en Cambrils, hace dos años, vuelven a veranear. Aunque hay quien no ha regresado, ellos han superado secuelas mentales y físicas

04 agosto 2019 20:27 | Actualizado a 06 agosto 2019 11:46
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Han vuelto a veranear. Han alcanzado la plena normalidad, la rutina, como si aquello no hubiera pasado, como si la negritud tenebrosa de la noche cambrilense del 17-A de 2017 fuera por fin solo una pesadilla y ahora se impusiera la luz radiante del verano. La mayoría son de fuera, de lugares como Barcelona, Lleida o el País Vasco, pero han regresado, ya sin miedo, a Cambrils, donde tienen casa y donde pasan el mes de agosto desde hace años. Vivieron aquel terror de muy cerca, como testigos en primera línea; alguno incluso resultó herido por los yihadistas. Hoy, superado el trauma psicológico, emocional y físico, caminan por el puerto de la villa marinera, gozan de las terrazas, de la playa o del apartamento. Hay heridos o testigos que no han regresado aún, pero ellos dan su ejemplo de superación. 

«Sigo viniendo, no me afecta. Es algo que ya pasó. Fue una lotería mala que me tocó. Lo tomo así. Hago vida normal, la rutina de siempre, como si no hubiera pasado nada», comenta Josep Maria Rovira, herido aquella terrorífica madrugada del 17-A  de 2017 en Cambrils. En el informe médico del servicio de urgencias del Hospital Sant Joan de Reus se diagnostican múltiples heridas y contusiones faciales. También tenía heridas en los labios y en las mejillas. Pero su afectación se reveló días después como algo mucho más grave de lo que se suponía en un principio: «Creo que recibí el impacto de un machete. No recuerdo muy bien las cosas, pero creo que me iban a degollar y yo me agaché. Me cortó desde el ojo hasta los labios. Estaba cerca de la mujer que mataron». 

Luego vinieron cinco operaciones quirúrgicas y todo un proceso que, dos años después, ha dejado algunas secuelas: «Me reconstruyeron la nariz, entera, y también parte de los labios. Sufrí una hemorragia cerebral muy fuerte. No tengo olfato, por los daños en el cerebro y la sangre acumulada». 

Pero este barcelonés de 80 años ha vencido ya a todos los miedos y, como ya hizo el año pasado, ha vuelto a veranear a Cambrils, como ha hecho toda la vida. Incluso recrea las rutinas que llevaba la noche aciaga: «He ido siempre, veranos, fines de semana… Mi padre era de Cambrils. Vivo en Sant Cugat pero yo creo que con pañales ya iba a veranear», asume. Estos días está reconstruyendo la ruta que hizo aquella noche de infausto recuerdo. «Vivo a unos 400 metros del Nàutic. Voy y dejo el coche allí aparcado. Entonces empiezo a caminar en dirección a Salou, 2,5 kilómetros desde el Nàutic. El médico me dijo que tenía que caminar entre dos y tres kilómetros diarios», explica. 

Ni siquiera le trae malos recuerdos pisar esos mismos metros en los que pasó todo, cuando aquella madrugada, sobre las 1.30 horas, se quedó cerquísima del coche de los terroristas que volcó, casi delante de él. A los Mossos les relató que de repente vio cómo entraba un vehículo a gran velocidad en la rotonda de acceso al Port y cómo volcó dando vueltas. 

Al momento empezaron a salir sus ocupantes, corriendo en dirección Salou. En ese momento se dio cuenta de que tenía toda su cara llena de sangre y de heridas, en un principio sufridas por la proyección de algún cristal. 

Hoy sigue disfrutando del día a día en la villa marinera, aunque también asume que algunas cosas no son iguales: «Veo menos gente, en la calle, en los restaurantes. Creo que algo así hace daño». 

Él navega en un pequeño barco de vela, sale a tomar algo con los amigos o disfruta de sus nietos. En Cambrils suele pasar agosto entero, pero las visitas se suceden durante todo el año. Acostumbra a llegar los jueves, pasa todo el fin de semana y vuelve a Sant Cugat el lunes; tradiciones y hábitos que mantiene inquebrantables pese a aquel episodio de horror. 

Jon Sainz, un bilbaíno de 21 años, llegó esta pasada semana a Cambrils para pasar las vacaciones. Tira de filosofía y sentido común para reconocer que apenas tiene secuelas del suceso que vivió a pocos metros de él: «Lo llevo con mucha normalidad. Pienso que no hay que tener miedo. Le puede pasar a cualquier persona».

Su ligazón emocional y vital con Cambrils también está a prueba de malos tragos y crudos traumas: «El año pasado ya volví. Vengo casi cada verano. Esta vez creo que estaré dos semanas». A él lo sucedido le cogió, como a tantos otros, en el local Beach Point, en el número 18 de la Avinguda Diputació. «Estábamos allí y de repente vinieron unas chicas muy nerviosas. Al principio teníamos esa incertidumbre de no saber lo que estaba pasando». 

Jon, junto con otros amigos, salió fuera del establecimiento y, en la misma acera, vio de cerca a uno de los terroristas, que caminaba con el cinturón explosivo adherido, que luego resultó ser simulado. «Alguien dijo que era un terrorista. Recuerdo cómo llegó la policía y empezó a disparar contra él. La policía le decía que se tirara al suelo sin obtener respuesta», rememora. Cuando empezaron los disparos, Jon se refugió dentro del local y allí, junto a sus amigos, esperó alrededor de tres horas hasta que todo pasó.

 

Carlota, de 18 años, recuerda especialmente cómo estaba la playa el día después: «Me impactó ver la arena completamente vacía, cuando lo normal en esa época del año era que estuviera repleta». La playa, como ella misma y toda su familia, han regresado a la cotidianeidad estival habitual. Cada agosto vienen desde Lleida a veranear en el municipio del Baix Camp. «Hacemos vida normal. Siempre te acuerdas, porque fue un impacto muy grande. Fue un shock, una de las cosas más horribles que puedes vivir», rememora Carlota. Ella estaba con sus amigas en unas escaleras que daban a la playa, también cerca del Beach Point. Vio a gente correr y gritar asustada y apreció a uno de los yihadistas portando un chaleco de cinta gris y paquetes, con aspecto de artefactos explosivos. «Nos metimos en el bar y allí nos quedamos. Había unas 50 o 60 personas. Nadie tenía batería en el móvil. Sólo había un cargador. Cuando lo pude usar les escribí a mis padres, que estaban en casa, para tranquilizarles». 

Algunas víctimas y testigos aún no han podido regresar al lugar de los hechos

En casa de los Farriol la digestión del 17-A es desigual y discurre a ritmos diferentes. «Tenemos casa en Mont-roig del Camp y bajamos mucho. Mi hija ha podido volver a Cambrils pero venir al Club Nàutic le da un poco de miedo», explica David, que vivió aquella noche junto a su hija y su mujer, como cliente del restaurante del Nàutic. «Supongo que es cuestión de tiempo. Estábamos en primera fila, éramos la primera mesa junto a la calle, al coche que quedó volcado, y mi hija quedó afectada. Tiene que pasar tiempo». 

David recuerda el estruendo, el vehículo volando por los aires, la nube de polvo a su alrededor, a los Mossos gritando y disparando. «Vimos que los terroristas avanzaban y nosotros íbamos reculando. Mi hija nos dijo que nos íbamos a morir. Mientras, llamábamos a Emergències», explica. Entonces, en lugar de recluirse en un local, tomaron una decisión arriesgada pero también salvadora: «Pensamos que si nos confinábamos dentro, podían venir y estallarse, porque parecía que llevaban chaleco. Por eso decidimos los tres echarnos al agua, nadar y refugiarnos en un barco del puerto». 

Allí estuvieron hasta las 5.30 horas de la mañana, cuando volvió la tranquilidad. A pesar del tremendo susto, esta familia de Igualada, que durante el resto del año también viene en escapadas de fines de semana, ha podido disfrutar de nuevo de Cambrils: «Estamos tranquilos. Es muy difícil que algo así pueda pasar otra vez aquí, en el mismo sitio».  

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