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    Al paso, al paso... Al trote, al trote... ¡Al galope!... ¡Y a volar!

    Vila-seca celebra el Cós de Sant Antoni. La Torre d’en Dolça volvió a acoger la tradicional carrera en la que participaron 22 caballos de pura raza inglesa. Más de 10.000 personas acudieron a esta cita única en toda Catalunya

    22 enero 2023 19:33 | Actualizado a 22 enero 2023 20:34
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    ¿Quién dice que hay que tener alas para volar? Les prometo que yo ayer fui testigo de lo contrario. Y no, no se necesitan. Lo que se necesita tener es un caballo. Bueno, eso y una técnica impecable para montarlo y aguantar velocidades de más de 60 km/h. Esto es lo que ayer consiguieron, un año más, los 22 caballos de pura sangre ingleses que, junto con sus jockeys, participaron en una nueva edición de las carreras del Cós de Sant Antoni, Elemento Festivo Tradicional de Interés Nacional, que se celebraron en el circuito hípico de la Torre d’en Dolça de Vila-seca.

    Los que me conocen saben que me encanta, y no es coincidencia, hacer volar la imaginación, y que a cada situación le dedico una historia. La de ayer iba de una obra de arte, porque lo que se vivió en la Torre d’en Dolça era, les aseguro, puro arte. Vamos allá: ahora concéntrense y prepárense para soñar y vivir o revivir (dependiendo de si fueron o no testigos directos de esta fantasía) el día de ayer. Dirijan su mente a dibujar un enorme circuito de tierra digno del lejano Oeste, ese paraje lleno de jinetes que, a lomo de sus imponentes caballos, cabalcan haciendo gala de esas alas con las que, si quieren, pueden incluso volar.

    Nadie se atreve a hacerles frente. Todos los que los rodean los miran con un respeto que paralizaría hasta a una mosca. Porque, ¡carai!, imponen, y mucho. Estos éramos nosotros, quiero decir, yo y las otras 10.000 personas que ayer rodeábamos el circuito de la Torre d’en Dolça, atentos a los pistoletazos de salida que daban pie a cada una de las tres carreras que se disputaron. Atentos, inmóviles y congelados (hacía un frío de mil demonios), pero expectantes y, como dijo mi hijo, «positivos» a pesar del vendaval de hielo que caía.

    Sigamos con ese vuelo imaginario que dibuja nuestra obra de arte, porque todavía no hemos visto en acción a los protagonistas. Nos hemos situado: 10.000 personas, casi congeladas, rodeando el árido circuito y esperando... Y de repente, comienzan a pasearse, por delante de todos, los equinos que tomarán parte en la primera carrera. Ellos tan elegantes, tan tranquilos (no tanto sus jockeys)... Algunos van al paso, otros al trote... ¡Queremos verlos al galope! Mis hijos ya alucinan solo con su presencia, ¡y eso que todavía no han visto lo mejor!

    Esperen, tengan paciencia y no dibujen todavía el cuadro entero. Les aseguro que vale la pena. Lo que sucedió en la primera carrera se repitió, como un pequeño deja vu, en las otras dos: paseo de honor para mostrar sus galas, para calentar, y... ¡Ahí va, el pistoletazo de salida!

    Ahora sí, imaginen, dibujen, pinten, esbocen, hagan lo que mejor les convenga, pero háganlo. La complicidad que se palpaba entre caballos y jinetes era de una grandeza casi inhumana a todos los niveles. Físicamente, esos caballos brillantes y fibrados se compenetraban con sus jockeys para ir a una y buscar la máxima velocidad posible para ganar. Y mentalmente... Bueno, yo eso no lo ví, pero me imaginé a ese Hombre que susurraba a los caballos transmitiendo su energía a su gran amigo y recibiendo exactamente lo mismo de su parte.

    Admito que fueron pocos minutos de ‘subidón’, pocos minutos de ensueño. Y soy consciente de que han sido pocos minutos para ustedes. Así que, si quieren, les invito a salir de su mente y a contemplar esa gran obra de arte que acaban de crear. Habrán sido pocos minutos, cierto, pero no me negarán que no han valido la pena. Y ahora recuerden siempre: un caballo te permite volar sin alas.

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