Ingenio de Tarragona para el Teatro Real

Director artístico y regidora. Joan Matabosch y Joan Matabosch ejercen en el prestigioso coliseo madrileño

08 octubre 2021 18:00 | Actualizado a 10 octubre 2021 06:54
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No existen las medias tintas en el Teatro Real de Madrid. Se trata de uno de los grandes escenarios del panorama europeo, con capacidad para casi 1.800 personas y una programación a la altura de los mejores carteles. En ese monstruo cultural habitan dos personajes claves en el funcionamiento interno diario. Por un lado el director artístico, Joan Matabosch, y, por otro, la regidora Pepa Hernández. Los dos disponen de un pasado muy ligado a la provincia. No en vano se criaron en Reus y en Tarragona, respectivamente.

«Mi relación con Reus es familiar. Mi madre nació en Reus, y mis abuelos vivían en Reus. Durante toda mi niñez pasé allí las navidades y las vacaciones de Semana Santa». Las palabras de Joan Matabosch (Barcelona, 1961) delatan su estima por la capital del Baix Camp. «Sigo comprando en Reus determinados productos, sobre todo gastronómicos. Soy adicto a la coca amb cireres y todos los meses de junio las encargo en Cal Padreny o la Poy», añade.

El currículum profesional de Matabosch asusta. Se licenció en Sociología y Ciencias de la Información, además de formarse en el Conservatorio Superior de Música del Liceu. En ese espacio referente de la ópera a nivel mundial, este creativo entusiasta ejerció como director artístico desde 1996, justo dos años después del incendio que casi destrozó por completo el teatro barcelonés.

«Creo que logramos posicionar al Liceu en un lugar privilegiado y convertirlo en un modelo artístico y de gestión», confiesa. Matabosch impulsó la renovación del teatro, tanto a nivel artístico como social. Conocedor de las diversas corrientes de la dramaturgia internacional, favoreció la creación de nuevas producciones con directores de escena y grupos catalanes y de carácter mundial.

En 2013 renunció al cargo en el Liceu para embarcarse en el proyecto del Teatro Real, donde todavía permanece con el mismo rol. «Los responsables del Liceu quisieron reorientar el teatro en una dirección que no me parecía conveniente y acepté el cometido en Madrid», rememora.

En ese nuevo ámbito, su filosofía de gestión ha casado perfectamente con la del recinto madrileño. El 60 por ciento de las obras que entran al Real cada año son nuevas «entre estrenos absolutos, recuperación de patrimonio y grandes títulos de los siglos XVII, XVIII, XX y XXI». De ahí que estemos ante una propuesta sólida y rigurosa. «Me siento orgulloso también de las extraordinarias nuevas producciones que estamos liderando estos últimos años», añade el director artístico.

De la cantera tarraconense

Si Matabosch es un auténtico ideólogo, Pepa Hernández (Barcelona, 1967) domina los detalles. Desde 1997 forma parte del equipo de Regiduría del Teatro Real, aunque su primer aprendizaje se encuentra en Tarragona.

Con apenas 12 años y un cambio de destino laboral de su padre, se instaló en la ciudad y su primer trabajo relacionado con el teatro surgió cuando, en el área de cultura del Ayuntamiento, buscaba a una persona con un requisito indispensable; «que tuviera moto. Ahí empezó mi relación con el teatro, me encargaba de recibir a las compañías en el Metropol y de otras muchas labores», confiesa. Hernández se siente casi cien por cien tarraconense, estima a la Colla Jove y al Nàstic, club con el que llegó a practicar el baloncesto.

Con 21 años, y después de ver mucho teatro en Barcelona y Tàrrega, decidió mudarse a Madrid para formarse como Técnica de Teatro. Desde entonces, su espacio vital se encuentra en la capital española donde ha aumentado sus conocimientos. Licenciada en Filosofía, estudió en la Escuela Taller de Tecnología de Espectáculo, obtuvo una beca en Producción en Greta des Arts Apliqués en París. Se ha especializado en la obra musical. «La ópera es el espectáculo total», asegura.

En el Teatro Real ha trabajado con directores de escena, de orquesta, músicos y cantantes. «Me gusta la adrenalina del directo y, aunque laboramos mucho en equipo, hay responsabilidad en nuestra función», concluye.

Del legado que le dejó Tarragona y esa escuela juvenil que vivió comenta que «guardo grandes recuerdos. Hace poco presencié el Rigoletto en el Camp de Mart y fue muy especial volver. Qué lugar más increíble y qué pena que nadie haya invertido en él», confiesa.

El contacto directo con artistas internacionales ha provocado que Pepa domine los idiomas con ligereza, incluso su catalán resulta perfecto, a pesar de la distancia. «Sigo aprendiendo con respeto a las lenguas, pero me manejo bien en varios registros», finaliza. Su labor, como la de Joan Matabosch, ha calado hondo en uno de los grandes templos del teatro europeo.

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