La resurrección de Doña Emilia

Se celebra el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, y además de las resurrecciones de muchas de sus obras, podemos intuir cómo habría deseado ella volver de entre los muertos

26 junio 2021 19:46 | Actualizado a 28 junio 2021 08:51
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A Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851-Madrid, 1921) le gustaban las resurrecciones. Al menos para
el jugueteo literario. Esa figura del fallecido que vuelve a la vida era una constante a la que la escritora gallega regresaba de tanto en tanto, en cuentos como «En Semana Santa» o «Sangre de brazo» y el más célebre «La Resucitada». En él, Dorotea de Guevara despierta en el sepulcro y trata de recuperar lo que componía su vida antes de ser cubierta por un sudario: su marido, sus hijos, sus
criados. Pero los acontecimientos no son lo que anticipa en su feliz retorno, y una idea empieza a restallarle dentro: «De dónde tú has ido vuelto no se vuelve...», se dice.

Este 2021 se celebra el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, que falleció el 12 de mayo
de 1921 a causa de una gripe que se complicó debido a la diabetes. Y hasta cierto punto puede afirmarse que murió como lo que fue: la mejor exponente de la narrativa del siglo XIX de nuestro
país. Tuvo honores, reconocimientos y un retrato de Joaquín Sorolla.

Su prestigio fue incuestionable en vida, no tuvo que esperar a que la muerte la blasonara con él. Fue pionera en casi todo: feminista radical en un siglo sin feministas, divorciada sin divorcio, primera
catedrática, corresponsal y cronista de Madrid, progresista y conservadora al tiempo, autodidacta,
aristócrata, otrora carlista y siempre escandalosa. Pero por encima de todo, empecinada infatigable.

A la monumental y exquisita biografía de Bazán escrita por Isabel Burdiel, se le une por mor del
centenario otra titulada «Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla», de Eva Acosta, que ahonda en rincones poco tópicos de la escritora. Un complemento perfecto a la catarata de publicaciones recientes que se agolpan en librerías: desde novelas inéditas como la policiaca Selva, hasta una reedición en doce tomos de sus obras completas. Y por supuesto exposiciones, obras teatrales y diversos actos que durante todo el año homenajearán a Pardo Bazán en toda la geografía española. Madrid y Galicia serán las comunidades que más pecho sacarán por su literata más ilustre.

 El centenario reviste un aroma festivo que recuerda a uno de los muchos artículos que Bazán publicó
en la revista 'La ilustración artística', titulado, no casualmente, «Resurrección». Teóricamente concebido como una crónica del carnaval de Madrid en 1898, es una de esas ocasiones en las que la autora aprovechaba para afilar el verbo y decir algo más.

Apenas un mes después del estallido de la guerra con EEUU, la condesa hace una encendida defensa de la celebración ante (o precisamente) el desastre vivido. «Florencia gozó y se divirtió más que nunca después de haber pasado por los horrores de la peste negra; los franceses, al apagarse la sangrienta hoguera de la revolución, iniciaron los regocijos y el libertinaje del Directorio; pero nosotros les batimos el record (¡qué bárbara frase!) repicando las castañuelas y agitando los cascabeles de la clásica Locura, mientras todavía nos oprimen las entrelazadas sierpes de las furias, símbolo de la guerra, y cuando nos amagan todo género de asolamientos y fieros males», dice. Palabras que, leídas hoy a las puertas de la ansiada salida pandémica, dejan patente cómo querría Doña Emilia volver cien años después: con una Resurrección festiva, con confetis.

A diferencia de su Dorotea, Emilia Pardo Bazán vuelve de entre los muertos sin ánimo de reclamar nada de lo que aún se le debe (un entierro en el Pazo de Meirás y un sillón en la Real Academia)
sino alzando una copa en su honor. De dónde ella fue, sí que se vuelve.

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