«Triste es anhelar / lo que tuvimos / y jamás fue nuestro». Es uno de tantos versos del último poemario de una poeta que me tiene fascinada estos últimos años: Idoia Fradejas.
Es sutil y silenciosa en su palabra, pero al mismo tiempo no deja nada por decir. Su poesía me recuerda a un pájaro que parece frágil, pero que mueve las alas con la fuerza de un océano. Es valiente, fiel a su estilo, se corona en cada letra, completa el poema. Publica ahora «Las voces que callan» y presenta lo contrario: un grito desde y hacia todos los puntos que encuentra.
«(...) tres de diciembre / seis de la tarde / añoro mami que vengas / a arroparme por las noches / tus manos suaves tu beso / en la frente / simplemente eso / que vengas».
Escribe sobre la infancia inevitablemente perdida, del amor que se encuentra y se queda sin esfuerzo, de la condena social de un mundo injusto, del Alzheimer y su pesadumbre, la presencia constante de la tierra lejana y el olor del mar, la familia que se convierte en otra cosa.
Todo lo que cuenta descansa sobre una misma base: la identidad. «(...) a día de hoy desconozco del todo / quién soy / ningún lugar es destino / no hay voz que amanse a la fiera».
Para ella deseo la misma calma que intuyo siente cuando logra encontrar la última palabra de su poema.
«(...) tal vez / muera esta noche / como mueren los valientes / con cautela / sabiendo que la única verdad / creció en mis raíces».
Para el lector, el gozo de dejarse mojar por un libro honesto, una poesía única, una poeta sin artificio ni vaguedad que solo aspira a observar el mundo y contarlo. Idoia Fradejas, «Las voces que callan».
Escúchenla.