Las preguntas que se hace Joan Didion

27 noviembre 2021 22:50 | Actualizado a 28 noviembre 2021 17:41
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La escritora californiana Joan Didion (Sacramento, 1934) acaba de publicar un nuevo libro, que en realidad no es nuevo del todo: son artículos reunidos que no habían sido recogidos antes y que aparecen bajo el título de ‘Lo que quiero decir’, con traducción de Javier Calvo y prólogo de Elvira Navarro.

Didion fue la única mujer incluida en la antología de Nuevo periodismo de 1973 -aunque en la edición que llegó a España vía Anagrama, ella no aparecía, lo que puede explicar el descubrimeinto tardío por parte de los lectores españoles-. Sus ensayos sobre casi todo lo que sucedía a su alrededor (pero también dentro de ella), escritos además mientras sucedía, son crónicas de una época, captan el ambiente y lo esencial y explican con lucidez el momento. Pienso en ensayos como “El álbum blanco” o “Viajes sentimentales”, recogidos en Los que sueñan el sueño dorado, una selección a cargo del editor Claudio López de Lamadrid que funciona a modo de antología de lo mejor de los ensayos de Didion.

La apuesta de Literatura Random House por Didion comenzó con la recuperación del éxito tardío de la californiana, El año del pensamiento mágico -que apareció en Global Rhythm en 2007-, al que siguieron Noches azules -libro de duelo, este por la muerte de su hija, Quintana Ro-, algunas novelas -Según venga el juego, entre otras- y ensayos inacabados como Sur y Oeste. Gatopardo ediciones rescató la primera novela de Didion, Río revuelto

Lo interesante de este nuevo y breve volumen, Lo que quiero decir, es que desvela algunos de los secretos de la escritura de Didion. Algunos de esos detalles pueden sonar: los contaba también en la entrevista para The Paris Review. Por ejemplo, la idea de que escribir es un “acto hostil”. “Es hostil en el sentido de que estás intentando que alguien vea algo tal como lo ves tú, imponer tu idea, tu imagen. Es hostil intentar manipular de esa forma la mente de alguien. A menudo lo que quieres es contarle a alguien tu sueño, tu pesadilla. Y, en fin, nadie quiere oír un sueño ajeno, sea bueno o malo; nadie quiere cargar con él. El escritor siempre está intentando engañar al lector para que escuche su sueño”, le explicaba en The Paris Review a Linda Kuehl en 1978. “Por qué escribo”, recogido aquí, es de 1976 y ahí dice que escribir es “una imposición de la sensibilidad del escritor en el espacio más privado del lector”. Un poco más adelante aclara: “Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y qué me da miedo”. El título de este ensayo, que aborda el tema central del libro junto a “Contar historias”, la escritura, lo toma prestado a George Orwell y su famoso ensayo del mismo título. Cumple con ese rito de paso por el que casi todos los escritores pasan con mayor o menor coquetería y con mayor o menor honestidad: explicar por qué escriben. En el caso de Didion no hay mucha coquetería, en parte porque no la necesita: es todo carisma, con esa mezcla de timidez, antipatía e inteligencia agudísima. Cuando Lo que quiero decir apareció en Estados Unidos concedió una entrevista en Time firmada por Lucy Feldman. Las respuestas eran prácticamente monosílabos, la más larga tiene diecisiete palabras, incluyendo preposiciones. 

El texto más cercano en el tiempo es del año 2000, un perfil de Martha Stewart, pionera de la autoconversión en marca y producto y hoy condenada por asuntos fiscales en Estados Unidos. Didion se anticipó al alertar de la perversión que supone ofrecerse como producto y cómo en eso el capitalismo y las nuevas tecnologías han colaborado ejemplarmente. Hay un retrato de Nancy Reagan de 1968, que tiene mucho de cocina de ese tipo de piezas. Hay un reportaje sobre ludopatía construido à la Didion, es decir, con pluralidad de voces que se entrecruzan, como si fuera un documental. Hay un texto sobre cómo se construyen los mitos en la infancia, aunque en realidad, no sé si está hablando de eso, porque ese es uno de los secretos de Didion: habla de cosas concretas, como “la baronía fantasmagórica que William Randolph Hearst se construyó en las colinas requemadas por el sol que dominan la costa del condado de San Luis Obispo”, que se ve desde la autopista y que forma parte del imaginario californiano. Pero al mismo tiempo no es solo de esa concreta de lo que está hablando, sino que eso le sirve para algo más grande que emerge de la escritura y de la observación. Didion se cuela en la casa con una visita guiada en compañía de una sobrina de Connecticut, a la que -sospecha Didion- “le habría resultado más emocionante si hubiera visto el lugar desde la autopista 1, con las verjas cerradas y el castillo suspendido en la lejanía. Pon un lugar al alcance de las miradas, y en ciertos sentidos, ya no estará al alcance de la imaginación”. Hay un retrato del director Tony Richardson, con quien Didion trabajó en Hollywood; hay un texto en el que habla de cuando Stanford rechazó su solicitud de ingreso a la universidad. Escribe de Hemingway, quizá el escritor que más admiró, en el brillante “Últimas palabras” y de Robert Mapplethorpe en “Ciertas mujeres”. 

Dejo deliberadamente para el final “Contar historias”, donde explica lo que aprendió sobre el lenguaje y las palabras escribiendo artículos que eran poco más que pies de foto para Vogue -quienes hayan visto El centro cederá, el documental a cargo de Griffin Dune sobre Didion ya conocen esa parte de la historia-. Ahí conecta con “Por qué escribo”, donde explica que una de las razones por las que escriben los escritores es para tratar de dar respuesta a las preguntas que surgen de las propias frases y de su origen: “si yo hubiera conocido la respuesta a cualquiera de esas preguntas, no me habría hecho falta escribir una novela”.

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