'Los domingos' de Guillem Martínez

«La clave de un buen whisky es el agua; por ese motivo el whisky Dyc no es del todo malo: el agua de Segovia es de las mejores de España»

25 septiembre 2021 18:27 | Actualizado a 29 septiembre 2021 18:30
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Me cito para comer con el buen Guillem Martínez. Llega de pasar el fin de semana en Llançá, en casa de unos amigos. Me cuenta que deja Madrid, donde se instaló poco antes de la pandemia, en un piso pagado por CTXT, el medio para el que trabaja.

Hablamos de lo deprimente que nos parece Cuba, de las ganas de pasar más tiempo en Italia o de lo complicado de tener vida social a partir de cierta edad siendo soltero. Las parejas te ven como una amenaza (quizás lo eres), y a las mujeres incluso más (posiblemente lo son), dice Guillem. La pregunta es ¿qué tipo de amenaza? Di no a los valores familiares, que diría Giorno.

Guillem confía en que su libro Los domingos (editorial Anagrama) tenga algunas reseñas porque siente que es un libro importante, aunque al instante confiesa no tener amigos en la prensa catalana, lo cuál hará difícil que se escriba sobre él. Me firma un ejemplar llamándome “un raro de Barcelona, de los que ya quedan pocos”.

Las raras artes. Guillem fuma como un condenado. En dos horas, calculo que se fuma unos diez o doce cigarrillos, la mayoría ni los termina. Dice que le da mucho placer fumar. En lugar de postre, nos metemos un expreso y dos chupitos de Jameson. Guillem me recuerda que la clave de un buen whisky es el agua, y que por ese motivo el whisky Dyc no es del todo malo: el agua de Segovia es de las mejores de España. No sé si creerle. Serán los complejos.

Guillem pasó la pandemia en compañía del señor Dewars, sin ninguna resaca, y terminó de perfilar este libro que nos convoca cuyo origen son unos textos publicados en domingo que le permitieron al autor aflojar la soga de ahorcamiento cotidiano que es seguir al pie del cañón la actualidad política en España.

Los domingos es un libro de esos que llamamos, simplificando, inclasificables. Es una colección de textos seleccionada y editada por Ignacio Echevarría, quién los llama “confidencias filosóficas”. Son también una suerte de biografía afectiva construida en cuadros, una carta de platos sazonados con anécdotas tan tiernas como jugosas, toda una mitografía personal “en la que juegan un importante papel la historia familiar, la tradición republicana y anarquista, cierta estética de la derrota y cierto swing del charneguismo asumidos durante la infancia en Cerdanyola del Vallés”, acota el crítico.

Los domingos es un libro bello, de esa belleza te permite pensar mejor. Guillem sabe que es posible vivir sin belleza, pero que duele mucho. Guillem sabe que el día que consigues producir belleza es un día para enmarcar porque ese día lograste una verdad mayor que la verdad. Los domingos es un libro político, que explica la pesadilla que fue el comunismo, el del este, y el nuestro, camuflado, en del que sólo sacan prebendas los que están en el partido, la iglesia, la familia.

Los domingos es también un libro cachondo, en el que el sexo casi siempre es amoroso, exótico y romántico, ya sea con una jamaiquina en una rave o con una natural de la tribu de Cam, con una piel suave como una nube. Los domingos es un libro divertido porque su autor sabe que el humor es algo parecido al sexo, “su fósil más depurado. También se practica mirando a los ojos. Como el sexo, te hace sentir que el otro importa, sorprende y está destinado a negociar la felicidad contigo”.

Son textos poéticos que te atrapan desde el primer párrafo. “Hace poco, a las tantas, me despertó un grito. Era una mujer haciendo el amor. Emitía ese tipo de voz que sólo se produce en el abandono, cuando surge de algún punto de la garganta un tono que nunca jamás se utiliza para otras funciones. No se utiliza para comprar el pan, ni para hablar de política. Tampoco, y he aquí lo importante y fascinante, se utiliza para hablar de metafísica, o de amor, o para concertar un matrimonio. Esa voz es algo, por tanto, esencial. Es decir, es la esencia de algo. Supongo que de la individualidad. Es la voz verdadera de alguien”.

De la poesía también llega o sale Jaime Rodríguez Z. Aunque en su biografía se define como escritor, periodista y editor, los que lo conocemos pensábamos que era la poesía lo que le movía el piso, pero ahora, de golpe, nos dimos cuenta que es un narrador de la puta madre (con perdón), capaz de conmover de una manera que me hizo sospechar si el papel de su libro tenía rastros de alguna sustancia psicotrópica aún no descubierta por la policía. Y es que en Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg) Jaime narra en primera persona su descenso a los infiernos del Covid y de la masculinidad de una manera tan tierna como tronchante.

Así como fue difícil contener las lágrimas en una primera lectura en Vice de su odisea por la sala de urgencias de un hospital público, es directamente imposible no soltar ruidosas carcajadas leyendo Stand up (for your rights), texto que debería ser nominado, y ganar, al premio de mejor monólogo/conferencia TED/guión Emmy de este año y seguramente de algún otro.

Es un texto que viene con risas enlatadas incluidas, una nueva tecnología que debe haber inventado Jorge Carrión mientras lleva a cabo una de sus sesiones de Paddle Surf. Si todo esto les parece muy alucinado prueben a leer Solo quedamos nosotros, sin acento, sobrios y después me cuentan cuál es la serie de la que Jaime escribe una delirante crítica.

Solo quedamos nosotros inaugura de forma brillante una nueva serie llamada Interespecies, que se propone abordar las claves culturales, sociológicas, tecnológicas y científicas de nuestra época.

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