Ruta de piratas

Salou fue la población más atacada de toda la península. En Miami Platja vivía la única mujer pirata de la historia... La escritora Sylvia Lagarda-Mata separa realidad y ficción en Catalunya, terra de pirates.

07 agosto 2021 17:22 | Actualizado a 09 agosto 2021 12:53
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Tesoros legendarios se esconden sumergidos entre las oscuras aguas del Mediterráneo, frente a las costas catalanas. Algunos están documentados. Otros, no. Son los vestigios de las cruentas batallas contra los piratas, terroristas marítimos de los que prácticamente ninguna población del Camp de Tarragona y Terres de l’Ebre se libró. Incluso Reus, sin salida al mar, sufrió sus consecuencias. Así lo cuenta la escritora Sylvia Lagarda-Mata en Catalunya, terra de pirates. Recull de fets històrics i llegendes (Angle Editorial. 9 Grup Editorial). 

 

 

Piratas los hubo a cientos, aunque no todos responden a la imagen que hasta nuestros días puede haber llegado de ellos. Así, según explica Sylvia, entre sus muy dudosos célebres miembros se encuentran, al menos, un obispo y algún presidente de la Generalitat como Ximénez de Urrea i de Bardaixí, que murió en Tarragona en 1489. Hijo de una noble familia aragonesa, fue nombrado arzobispo de Tarragona en 1445. Amigo personal de Alfonso IV «y más inclinado a la guerra que a las oraciones», el Papa Calixto III de Borja le encargó que luchara contra el Gran Turco. Durante más de cuatro años, el presidente recorrió el Mediterráneo al mando de su nave capitana, la Santa Tecla, tocando las costas de Grecia, Argelia, Chipre y el Líbano, ganando numerosas batallas. 

Por supuesto, también se dedicaron a estos menesteres pescadores, marineros y aguerridos caballeros. Es el caso de Roger de Llúria, el gran almirante siciliano de la flota catalana durante los reinados de tres soberanos, que puso el Mediterráneo a los pies de la Corona de Aragón en el siglo XIII.

 

 

«A Roger de Llúria, junto con Roger de Flor se les han levantado monumentos y se han visto como héroes. Pero también eran corsarios», dice Lagarda-Mata. Efectivamente, una gran estatua del primero preside el Balcó de Tarragona. «Es un caso bastante habitual en su época. Es decir, Roger de Llúria era el almirante de la armada real, pero también es cierto que los almirantes no solo hacían el papel de militares, sino que aprovechaban su poder para piratear, saquear, robar y si no les iba bien, matar con tranquilidad», señala la autora.

 

 

Mujeres, inexistentes
Lagarda-Mata se ha visto en la tesitura de separar la leyenda del hecho histórico algo que, según comenta, no siempre ha sido fácil. Entre las primeras destaca la de la Lluna Roja de Miami Platja, la única mujer pirata de toda la historia. Cuenta la leyenda que era conocida por este nombre por el color de sus cabellos, pero también porque atacaba las costas catalanas solo cuando había Luna llena. Hasta que en una de sus incursiones en la Costa Daurada cayó enamorada de un cautivo, «un tal Jaume Fontcuberta», hecho que produjo que con el tiempo dejara las tropelías piratas. 

 

 

Los documentos dejan constancia de que las incursiones sarracenas en la Platja de la Casa dels Lladres fueron numerosas y una de las más recordadas se produjo en julio de 1558 cuando Uluj Ali, más conocido como Occhiali se presentó con ocho galeotes de los que desembarcaron más de 300 turcos que se dirigieron a Mont-roig, remontando el barranco de Rifà. Allí, tras robar e incendiar numerosas casas, se llevaron a 18 personas. Miami Platja ha sabido sacarle partido a la historia convirtiendo a Lluna Roja en la giganta de su fiesta pirata, que cada verano baila por las calles del municipio.

Salou es la población que tristemente se lleva el récord de zona más atacada de toda la península: más de dos docenas de veces en menos de un siglo y medio, aunque todo tiene una explicación y es el hecho de que Salou era el puerto de Reus. En este sentido, la capital del Baix Camp «en aquel momento era una de las grandes ciudades comerciales de Europa. Aquello de Reus-París-Londres no es una broma. Y es que Reus, junto con París y Londres marcaba los precios de determinados productos. Era una potencia que, sin mar, necesitaba establecer el puerto en algún lugar». 

 

 

Los reusenses, no obstante, percibieron el problema y, diligentemente, «avisaron a los dirigentes del país, que en aquel momento ya eran castellanos, por lo que las cuestiones militares las tenían que resolver desde la península. Pero lo curioso es que el capitán general de galeras de España, Bernardino de Mendoza, tras estudiar la situación decidió que ni Salou era un lugar estratégico, que pocas veces se veían barcos y mucho menos enemigos. Y que por tanto, no valía la pena protegerlo. Era un gasto inútil para la Corona, imaginaciones de la gente de Reus». 

Otra localidad sin mar que tiene muchas historias de piratas es Tortosa, que tenía el Ebre como puerta de entrada de los atacantes. Para defenderse creó todo un ejército formado por tortosinos que tenían la obligación de movilizarse en cuanto se recibiera un aviso. Y aunque se trataba de una defensa relativa «que siempre llegaba tarde, los piratas le tenían mucho respecto».

 

 

 

Estos y otros muchos sucesos son los que relata Sylvia Lagarda-Mata en Catalunya, terra de pirates. Fueron acontecimientos escalofriantes en aquel momento. A pesar de todo, la piratería ha llegado hasta hoy rodeada de cierto romanticismo. «Creo que es una forma que tiene la historia de suavizar el propio horror humano, una defensa», concluye.

 


Patente de corso, un ‘negocio’ legal

Aunque los vocablos pirata y corsario se suelen utilizar de manera sinónima, son dos cosas ligeramente diferentes. Sylvia Lagarda-Mata puntualiza que mientras el pirata es un bandolero marítimo cuya finalidad es el beneficio propio, el corsario, en principio, es un mercenario que trabaja para un país, para un rey o un gobierno. No hay que perder de vista que el resultado es el mismo: depredaciones, robos, muerte, violaciones... Pero uno tiene la patente de corso, que es el permiso para poder atacar determinados barcos de países con los que está en guerra.

«El problema es que en el periodo de paz muchas veces estos corsarios, que sería el caso de Roger de Llúria, continúan atacando y entonces ya no es por el bien de la nación, sino en beneficio propio», señala la escritora.

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