Xavier Güell: «Intento que la palabra se convierta en sonido»

El escritor, director de orquesta y promotor musical inicia con Bartók la tetralogía ‘Cuarteto de la guerra’, que también narra los avatares de Strauss, Shostakóvich y Schoenberg.

19 abril 2021 21:18 | Actualizado a 20 abril 2021 06:58
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Cuatro grandes compositores se enfrentan como personas y como músicos a la época que les tocó vivir, a la Segunda Guerra Mundial y a las dictaduras de Horthy, Hitler y Mussolini. Cuatro creadores que afrontaron de manera distinta las vicisitudes de aquellos años. Béla Bartók, Richard Strauss, Dimitri Shostakóvich y Arnold Schoenberg protagonizan Cuarteto de la guerra, la tetralogía que Xavier Güell inicia con Si no puedes, yo respiraré por ti (Galaxia Gutenberg), el primero de los volúmenes, dedicado a Béla Bartók. Xavier Güell reside en Madrid y es de origen barcelonés. Sin embargo, es descendiente de Joan Güell i Ferrer, oriundo de Torredembarra y padre de Eusebi Güell, el gran mecenas del reusense Antoni Gaudí. «Toda mi infancia está relacionada con Gaudí. Fue un personaje fundamental dentro de mi familia», cuenta Xavier Güell, director de orquesta, promotor musical de prestigio internacional y también escritor.  

¿Qué tienen en común los cuatro compositores?
A mí me interesaba El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, en donde sus cuatro protagonistas cuentan la misma historia desde perspectivas contrapuestas. Cuarteto de la guerra reflexiona sobre la música como mensaje revelado. Sobre el diálogo entre el hombre y las fuerzas ocultas de la naturaleza. Y, sobre todo, presenta cómo reaccionan cuatro grandes personajes, creadores, ante las dificultades, el sufrimiento y la ruptura interna que implica el enfrentarse a ese período terrible de la humanidad como es la Segunda Guerra Mundial. 

«El ‘Cuarteto’ presenta la reacción de cuatro grandes personajes ante la Segunda Guerra Mundial y las dictaduras»

¿Por qué Béla Bartók?
Porque él se exilió sin que nadie se lo pidiera. Cuando se marchó estaba en el punto más álgido de su carrera. En Europa estaba considerado uno de los grandes compositores en ese momento y lo arriesgó todo para hacer un viaje a lo desconocido, a los Estados Unidos.

Y le salió mal.
Fatal. Pero él quiso dejar constancia de su principio ético de no pactar ni permanecer ni un minuto bajo el yugo de esas dictaduras. Y lo hizo arriesgando su estabilidad emocional, profesional y su propia salud, que se fue deteriorando cada vez más. Ya no volvió a Europa. Sufrió extraordinariamente, vivió casi en la miseria y solo fue en el último año de su estancia en Nueva York cuando, después del estreno del Concierto para orquesta, que es una obra muy importante, pudo relanzar su carrera, pero ya fue tarde, porque pocos meses después murió, en 1945.

¿Por qué no le gustaba su música a los norteamericanos?
La encontraban demasiado agresiva, con ritmos demasiados violentos, contaminada por unos folklores de unos países que ni siquiera sabían ubicar en el mapa. No la entendían. No solo no la entendían, sino que la rechazaron progresivamente y poco a poco en esos cinco años Bartók se quedó cada vez con menos trabajo. Además, a todas estas calamidades se unió también el hecho de que su voz, su melodía interior, su gran capacidad creativa se apagó al llegar a Estados Unidos, algo que solo recuperó en el último momento. 


«Solidaridad no es una palabra vacía de contenido. Esto se debe entender si queremos que el mundo 
vaya mejor»

¿Qué importancia tiene para la música clásica el folklore que él recopilaba?
Es importantísimo porque Bartók creó un sistema armónico, rítmico y melódico original como consecuencia de sus profundas investigaciones etnomusicológicas, combinadas con una poderosísima imaginación sonora. Bartók viajó a los pueblos más recónditos para pedirle a los aldeanos más viejos que le cantaran las canciones que aprendieron de sus abuelos y sus abuelos de sus abuelos. Y recogió una savia popular extraordinaria, desconocida hasta ese momento, que utilizó en su propia música de manera efectivísima. 

No podía soportar a Wagner.
Eso no es exactamente así, sino que su amor por Wagner disminuyó. Empezó con un enorme entusiasmo y después remitió.   

De Stravinsky decía que era un soberbio.
Stravinsky era el personaje, el compositor de más éxito en la época y desde más joven. Tuvo un éxito extraordinario con los ballets, empezando por El pájaro de fuego, siguiendo por Petrushka y, sobre todo, escribiendo jovencísimo La consagración de la primavera, que es una obra de referencia. Era una persona muy segura de sí misma, todo lo contrario de Bartók, que era introspectivo y tímido. Digamos que para Bartók era importante Stravinsky y para Stravinsky no lo era en absoluto Bartók.

Bartók defendía que la partitura no se debía interpretar más allá de lo que plasmaba. ¿Usted qué opina?
Él y sus discípulos. Personalmente creo que la interpretación, que es lo que está entre las notas y es lo que diferencia a un buen intérprete de otro que no lo es tanto, es muy importante.  

Él definió el período que le tocó vivir como dictadura, populismo, nacionalismo, xenofobia y corrupción. ¿hay alguna diferencia con la actualidad?
No. Es exactamente lo mismo. El problema es que la historia se repite. Los seres humanos no aprenden de su experiencia y vuelven a caer en los mismos errores. Es increíble. La prueba es hoy, que vemos un mundo insolidario en medio de una emergencia mundial como es la pandemia. Solidaridad no es una palabra vacía de contenido, sino algo sustancial y esto se debe entender si queremos que el mundo vaya mejor. 

«Béla Bartók se exilió sin que nadie se lo pidiera y lo hizo arriesgando su estado emocional, profesional y su 
propia salud»

También decía que de lo que no se puede hablar, se puede hacer música. Usted dirige y escribe. 
Con la literatura intento conseguir que la palabra suene, que la palabra se convierta en sonido y el sonido en palabra. Pero mis libros no están dirigidos a músicos. La música es la excusa. Escribir me permite hablar de lo que me interesa, de sentimientos y pasiones. Del amor, el odio, el miedo, las dificultades, la angustia del propio proceso de la creación y, sobre todo, de la muerte, que está siempre presente en mis libros. La muerte en el sentido de cómo se es capaz de afrontarla.

La segunda entrega del ‘Cuarteto de la guerra’ es Richard Strauss. Él no huyó.
Strauss tenía 70 años cuando Hitler llegó al poder. Le dio una pereza enorme tanto pactar con los nazis como salir de Alemania, pero aceptó la presidencia de la música del Reich. Y eso lo pagó caro porque después de la guerra se le juzgó por haber colaborado con los nazis. Solo fue en 1948, un año antes de su muerte, cuando lo absolvieron. Pero incluso hoy la imagen de Richard Strauss está relacionada con el nacionalsocialismo.

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