Maykao, entre el tamarisco y la experiencia lisérgica
En la playa de Mont-roig, escondida entre los grandes campings de la localidad, es ideal para dedicarse al objetivo de no hacer nada

La terraza del Maykao en la playa de Mont-roig invita a descalzarse.
Iniciamos otro viaje, pero este prometo que va a ser pausado, relajado y con el sano objetivo de inducir al lector a lo que se debería practicar todo el año y solo nos permitimos en verano. Es de decir: no hacer nada, el dolce far niente que dirían al otro lado del charquito o el tocar-se la pampa, como dirían en la Ribera d’Ebre. Pero para no-hacer también se necesitan lugares adecuados. Y no se me ocurre mejor sitio para empezar que la terraza del Maykao, en la playa de Mont-roig, escondida entre los grandes campings de la localidad, los mejores de Tarragona y calificados entre los mejores de Europa, dicho sea de paso por si son de esa gente que sabe dormir en caravanas. Se accede a ella bastante fácil, por la entrada de la Partida Prats y la Torre del Sol, pasado Mont-roig Badia y la Pixerota de Joan Miró. Tiene un magnífico aparcamiento rústico y gratuito, alisado a golpe civilizador de retroexcavadora. Pero si están concienciados respecto a las emisiones de CO2, también se puede llegar caminado por la playa, nadando, en kayak o anclando el velero delante. Nadie les va a decir nada, no hay zona azul de veleros y la guardia costera está entretenida en Cambrils, en l’Hospitalet y en Miami, interceptando fardos de marihuana.
Si hubiera una Teoría General de la Terraza de Verano (que no se va a redactar nunca porque llevaría demasiado trabajo, y aquí estamos contra el trabajo, reitero) la primera categorización sería si se puede acceder a ella descalzo. Como tenemos alma de marinero, lo primero que nos pide el cuerpo al ver un poco de agua y romper a sudar es tirar zapatillas y sandalias al contenedor de basura, claro.
La terraza del Maykao, pavimentada con la misma arena de la playa, invita fuertemente a descalzarse. Aún diría más, es indispensable para experimentar la libertad, la desconexión con uno mismo y la conexión con el mar que ofrece. Que no os engañen los techados de paja de inspiración polinesia, lo que marca el carácter puramente mediterráneo de la terraza son los grandes, sanos y frondosos tamariscos que la encuadran. Un arbusto, recordemos, que es endémico de nuestro pedazo de mundo y que parece diseñado adrede para nuestro clima. Se enraíza en el suelo salino, le gusta el calor y nos proporciona una sombra lujuriosa, solo comparable a la de la higuera, que invita al desprendimiento de la carne o a los ataques místicos, depende de la facción espiritual de la que seas.
Lo que pasa con Maykao es que te puede sorprender con sus contrastes: cuando ya has tomado posición debajo del tamarisco, olvidado el mundo cruel y solo te mece el sonido de las olas, puede ser que de repente te encuentres dentro de una fiesta disco alucinada, entre DJ’s, cócteles, gogós en el tejado, hadas y unicornios paseándose por la arena. Es una transición natural, ibicenca, entre el relax más absoluto y la juerga más descordada, que la primera vez produce sensaciones de incredulidad. Yo lo he observado más de una vez en los rostros atónitos de propios y extraños. Y más de uno se piensa que le han metido unas gotitas de M en la bebida. No es así, winner’s don’t use drugs, y el espectáculo es bien real. Más de un jubilado alemán con ambas caderas de porcelana se pone a bailar, y ya por eso vale la pena.
Los tardeos de la terraza del Maykao, que eran un secreto reservado a los turistas habituales y a la gente local de Mont-roig empiezan a ser, quizás, demasiado populares, y se observa cierta tendencia al control y al acotamiento del desmadre, así que espabilen antes de que se conviertan en leyenda. Hay que decir, aunque no sea el objetivo primordial, que en esta terraza única y privilegiada también se come muy bien. Llevado por la familia del contiguo chiringuito Can Ramon de toda la vida, tienen buena mano para el arroz, y su pulpo frito comido debajo del tamarisco te puede hacer confundir y hacerte pensar que estás en una isla del Egeo. Pero eso ya son perversiones personales y no os importa. Lo que cuenta es que acabo de haceros un gran favor, compartiendo la sensación de plenitud que es dejarse ir, entregarse a la inacción veraniega y disfrutar con los pies ahondados en la arena, de un Pisco Sour, que es uno de mis cócteles preferidos y en Maykao, aún no entiendo el porqué, bordan.