«Las dos edades es un disco terapéutico. Se compone de tres temas de mi infancia, que escuchaba cuando era pequeña. Son tres versiones de tres personas diferentes. Pero también contiene canciones que hablan del ahora, del suicidio, del duelo y de la conciencia femenina, de lo que vivió mi abuela y le transmitió a mi madre y, a su vez, ella a mí».
De esta manera ilustra la música Alba Morena su primer trabajo discográfico que, a pesar de la dureza de algunos de los temas abordados, «es música creada desde la fuerza, desde la rabia también. No desde la tristeza. No son baladas tristes. Al contrario, es esperanzador, con un ritmo marchoso», sostiene su autora.
Alba Morena es salouense. Música profesional, siempre tuvo claro que era a lo que quería dedicarse. Estudió violín clásico y viola desde los siete años, ha cantado en algunos coros y con 14 años se inició en el mundo de la ópera. Todo en el Conservatori de Vila-seca.
«La pandemia me ha ayudado a parar y a crear. En mi caso, he hecho un disco»Sin embargo, antes de empezar el Superior, decidió probar el jazz en el Taller de Músics, en Barcelona, donde continúa formándose. ¿Qué le lleva de la ópera al jazz? «La ópera requiere aprender una técnica muy general que hace que las voces entre las cantantes sean muy homogéneas. En cambio en el jazz debes encontrar tu esencia, tu estilo propio, algo muy personal y eso me gustaba. Un concepto que en clásico no se da», explica Alba.
Flamenco y jazz
La salouense ha bebido tanto del flamenco como del jazz. «He escuchado ambos géneros en casa, por lo que me siento muy afortunada». Sin embargo, puntualiza que, aunque su atracción siempre le lleva hacia el flamenco, ya que sus abuelos eran andaluces y también cantaban, «en ningún caso me considero cantaora ni tampoco que sepa flamenco. Es algo que respeto mucho. Lo estoy estudiando y siempre lo miro desde la admiración».
Las mujeres y sus relaciones, sus rivalidades y pugnas, muy difíciles en ocasiones, están muy presentes en este trabajo discográfico. «Ha tenido que pasar un tiempo hasta que me he dado cuenta. Porque al estudiar música, mi madre me inculcó la competitividad con otras mujeres, que es lo que tiene que ser violinista, ya que la mayoría somos mujeres. De igual forma que en los demás instrumentos, la mayoría son hombres». Si bien esto fue el inicio, «mi madre también hizo un proceso de reflexión, en el sentido de que esa competitividad no era necesaria. Era una cosa que venía de su propia madre, de mi abuela. Y con el tiempo me he dado cuenta de que lo que suma es el compañerismo, no la competitividad. No el criticar, el alejarme o cerrarme en banda. Lo que debemos hacer es apoyarnos, porque cada una tiene su lugar en la música».
«Soñé que caminábamos por el campo. Todo estaba gris y ella era anciana. Pero no era ella. Era mi madre, era yo, era una mujer de mi familia, no se sabe bien quién. Y de repente me enseñó un zapato blanco estampado de cerezas con el que iba a bailar cuando era joven. Y todo se iluminó. Pero de pronto se convirtió en un monstruo, me decía que no podría escapar de lo que ella había sufrido. Me intentaba atrapar. Y pensé que tenía que hacer una canción de todo ello porque simboliza las creencias familiares que inherentemente tenemos y que en realidad no son nuestras». Una pesadilla convertida en música con un estilo «Björk».