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    Berta Vias: «El castigo, por muy ejemplar que pretenda ser, no sirve para corregir ni para prevenir»

    La escritora y traductora publica ‘La voz de entonces’, una historia en femenino que recorre todo un siglo

    23 junio 2022 13:40 | Actualizado a 24 junio 2022 21:24
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    María del Carmen, Catalina, Vicenta, Julieta, Isidora, Pepita, Elba, Jara... Sus venturas y desventuras, sus hijos perdidos, los no nacidos y los asesinados en las guerras, en alguna de las contiendas de las muchas que hubo en el siglo XX. Sus vicisitudes y sueños conforman La voz de entonces, una novela de Berta Vias Mahou (Editorial Lumen. Grupo Penguin Random House) en la que las mujeres toman el protagonismo, ese que la historia les arrebató. Una novela que recorre todo un siglo, de aquí y de allá, de la península y de Puerto Rico o Cuba, que habla de esclavitud y de libertad, de anhelos y desvelos.

    ¿La novela es un relato autobiográfico?

    No. Es la historia de una familia que podría ser la de muchos españoles de hoy día. A lo largo de cuatro generaciones. En ella lo ficticio y lo que está basado en documentos o en recuerdos y testimonios se mezclan de tal modo que muchos de mis parientes dudan. No siempre distinguen lo que es ficción y lo que podría considerarse realidad.

    ¿Cómo le ha llegado toda esta información?

    Parte, en forma de conversaciones durante las comidas en mi casa después de morir mi madre, que era la que siempre hablaba de sus ancestros. Mi padre apenas contaba nada de sus orígenes. Solo de vez en cuando decía cosas raras. Se refería a unas frutas que entonces no se conocían aquí, los guineos niños. O a unos animales curiosísimos, la ranita coquí y el sapo concho. Que tampoco los hay aquí. Hace años en un pueblo de Cantabria una camarera negra le dijo: Un permisito, papito... Mi padre sonrió y le preguntó si era cubana o puertorriqueña. Y sí. Era de Cuba.

    ¿Qué conocía usted de la historia?

    Yo sabía que cuando estalló la Guerra Civil mi padre, que tenía cinco años, se marchó con sus padres y sus hermanos a Puerto Rico, como mi otra abuela huyó a Alemania con sus hijos. Y que la conexión con la isla era importante. También, que mi abuelo nació en la ciudad cubana de Camagüey. Pero ni por lo más remoto imaginé que uno de mis tatarabuelos hubiera podido tener una hacienda azucarera cerca de San Juan. Ni que fuera catalán. Con un mausoleo impresionante en el cementerio de Poble Nou. Mi primo Juan, al que le interesan mucho la historia y la genealogía, se puso hace tiempo a investigar en archivos. También yo, charlando con mi padre y con su hermana mayor, la madre de Juan, fui tirando del hilo. Constatar que en la hacienda Constancia se empleó mano de obra esclava nos causó una honda impresión. Y decidí leer sobre la esclavitud en Cuba y Puerto Rico.

    No debemos olvidar lo mucho que han sufrido tantos hombres y tantas mujeres que nos precedieron. Ni que apenas se quejaban

    La inquina contra los catalanes llega lejos, en el tiempo y en la distancia. Me refiero a la canción del esclavo.

    Desde el fondo de un barranco grita un negro con afán, dice la canción. Dios mío, quién pudiera ser blanco, aunque fuera catalán... Revela el sentir de muchos negros en las colonias de Cuba y Puerto Rico en los siglos XVIII y XIX. Hemingway la adaptó en Por quién doblan las campanas. Es cierto que muchos negreros eran catalanes. Y la mayoría de los hacendados y comerciantes españoles que utilizaban mano de obra esclava allí. Catalanes y vascos. Como mis tatarabuelos. Él, catalán. Ella, de padre vasco, aunque criolla. Pero había también canarios, mallorquines, gallegos, franceses, norteamericanos, irlandeses, corsos... Los catalanes, como todos los españoles, han tenido que soportar la inquina de otros pueblos, una inquina en muchos casos injustificada. Ahí está la famosa leyenda negra. No debemos generalizar ni juzgar el pasado desde nuestras premisas. Tampoco perder la perspectiva. Además, la responsabilidad de la mayoría de los actos es individual. Ni los catalanes en su conjunto ni el resto de los españoles fueron peores que otros.

    Empieza con la esclavitud y acaba con la libertad, porque Juan o Juana serán libres. ¿Lo serán?, ¿libres de verdad?

    Juan o Juana, el niño o la niña que habría nacido de haber continuado la novela, tendría que perseverar en la conquista de la libertad. Como sus ancestros y como todos nosotros. Elba y Jara, las protagonistas de la última historia, junto con su prima Julieta, son chicas que, a diferencia de sus madres, abuelas, bisabuelas y tatarabuelas, pueden estudiar. Y decidir por sí mismas. Eso les han inculcado en su casa. Las tratan igual que a un hijo varón, un grandísimo avance. No debemos hacer creer a las niñas que son víctimas de los hombres, sino enseñarles que en su mano está ser libres, como sugiere el magnífico Discurso sobre la servidumbre voluntaria de La Boétie. Todo lo libre que se puede ser en este mundo, apuntan las chicas encerradas en la Maternidad de Peñagrande en La voz de entonces, que se cierra con la ilusión por la libertad en un momento en el que a España llegó la democracia. Tras un siglo terrible, una guerra fratricida y cuatro décadas de dictadura. Pero tanto la democracia como la libertad son endebles. Están siempre amenazadas. Esa fragilidad se trasluce en las preguntas que se hacen algunos de mis personajes. En las dudas que se plantean. En este mundo, dice Isidora, sin atisbo de ingenuidad y abrumada por las pérdidas y las cargas, la única libertad que hay es la de escoger entre sollozar y gemir...

    ‘La voz de entonces’ se cuenta desde la mirada femenina. Sin embargo, se la dedica a su padre. ¿Qué hizo para que este mundo fuera mejor?

    Lo intentó. Que fuera un poco mejor. Sabía que no podía cambiarlo. No era un iluso. Pero contribuyó a hacerlo más habitable. En su trabajo y en su entorno. Era muy inteligente, tímido, reservado y nada presuntuoso. Un ejemplo, para mí, de paciencia, de tolerancia. Tenía un espíritu científico. Y aprovechó sus conocimientos para facilitar las cosas a los demás. Desde que enfermó su padre, mi abuelo, siendo él adolescente, supo que tendría que ayudar a su madre, que acabó por quedarse viuda. Y lo hizo. Como ayudó a algunas de las amigas de mi madre cuando enviudaron o se separaron. Con su amigo Carlos Felgueroso, ingeniero como él, inventaba y hacía mejoras de todo tipo. Hasta la noche antes de morir conservó la inteligencia y la lucidez que le caracterizaban (estaba a punto de cumplir los 90), además de un sentido del humor muy fino. Lo último que me contó fue lo que quería hacer en casa de mi hermana para que tuviera más comodidades. El ‘microbien’. El que todos deberíamos practicar. Real y en proximidad.

    Le da voz a las mujeres, cuando apenas la tenían en público. Mujeres abandonadas y con hijos, viudas y con hijos, a las que se les mueren los hijos en las guerras, en los partos, madres e hijos. A pesar de todo, siguen adelante...

    Sí. Muchas de ellas son viudas. Y con varios hijos muertos. Isidora debe salir adelante con cinco, como le ocurrió antes a su madre. O como María del Carmen, con cuatro. Isidora trabaja al frente de la compañía comercial de su marido y en la hacienda. María del Carmen tiene dinero, aunque, sola y sin oficio, lo irá gastando. Julieta, la joven madre soltera del último capítulo, estudia unas oposiciones y se pone a trabajar. Para valerse por sí misma. He querido recordar tantos esfuerzos y sufrimientos callados y anónimos.

    $!Berta Vias: «El castigo, por muy ejemplar que pretenda ser, no sirve para corregir ni para prevenir»

    Mi abuela tuvo nueve hijos, de los que se le murieron dos. Usted recoge un relato similar y no eran mujeres proclives a quejarse. ¿Es importante recordar esa época?

    Sí. No debemos olvidar lo mucho que han sufrido tantos hombres y tantas mujeres que nos precedieron. Ni que apenas se quejaban. Cuánta aflicción en cada familia, dice la bisabuela Vicenta. En tantas familias pobres. Aunque también en las de los ricos. Nadie está libre del repertorio de dolores y suplicios que la vida nos tiene reservado a cada uno... Y poco después en su triste monólogo dramático añade: La vida a menudo se comporta como una puta. Accidentes, enfermedades, trastornos, catástrofes, muertes, tragedias y miserias de la peor calaña esperan en el camino. Agazapados en cada recodo para asaltar al más iluso de los idealistas. A tantos idiotas. Como yo... Cada vez me parece más valiosa la escuela filosófica del estoicismo. No para cruzarse de brazos, sino para aceptar lo ineludible y mitigar el sufrimiento.

    ¿Cómo se afronta un embarazo de una adolescente?, ¿qué pasaba con el estigma en los años 70?

    En los años 70 en España era difícil afrontar el embarazo de una chica de quince años. Como lo sigue siendo hoy, aunque menos. Para una adolescente tener un hijo no es lo más oportuno. Pero para evitarlo hay que reforzar la educación, en lugar de castigar. En la historia de las jóvenes solteras embarazadas quería mostrar que el castigo, por muy ejemplar que pretenda ser, no sirve para corregir ni para prevenir nada. Como no ha servido nunca para nada la pena de muerte. Algo que Camus señala en sus Reflexiones sobre la guillotina. El estigma, esa marca que en otro tiempo se imponía con un hierro candente como signo de esclavitud o de infamia, une a los esclavos del principio de La voz de entonces con las madres solteras encerradas en Peñagrande. Y con las adúlteras, como Hester Pryne, protagonista de La letra escarlata de Hawthorne, novela que lee una de las tres niñas que pasan las tardes de cada domingo charlando con las reclusas de la Maternidad.

    Es un repaso por todo un siglo y también por los corsés sociales, con especial énfasis en el poder de la Iglesia católica y su relación con la sociedad.

    Sí. La Iglesia está muy presente, como no podía ser de otro modo al hablar de esa época en España. Muchos Vias, los hombres, eran republicanos y ateos. Y, por eso, la mayoría de los curas no salen bien parados. El ateísmo en la familia, se dice en algún momento, se transmitía como la tisis... Pero también aparece la otra cara de la moneda. El padre Torrijos Lacruz es un sabio al que el anticlerical del abuelo respeta profundamente. Es importante distinguir, dice el abuelo, que también ayuda a unas monjas a escapar cuando estalla la Guerra Civil. La verdad no es monolítica, se parece a un caleidoscopio. Debemos girar el tubo, una y otra vez. Y observar con atención las escenas que se forman en el interior al moverse los cristales. Dispuestos a reconocer nuestros errores. Y los de los nuestros...

    En un momento determinado se dice que las cosas en la península no iban bien, pero, ¿cuándo irían bien? Y sus páginas son un repaso por todos los conflictos bélicos. ¿Por qué el Rif y, en menor medida, la Guerra Civil? La guerra incivil, como dice Unamuno.

    Las guerras que asolaron el país durante el siglo XIX y la primera mitad del XX fueron continuas. Las de independencia hispanoamericanas, las carlistas, la de Cochinchina, las de África... Las civiles, que dividen a las familias y a gentes que comparten un territorio y tienen una cultura común, son las peores. Y a esas desgracias se suman con frecuencia sesgos ideológicos que hacen que a unas personas se las considere como tales solo por pertenecer a un bando y a otras no. Un soldado de la guerra del Rif hoy día es un paria. Vicenta, la madre del malogrado Torres, que a los veinticinco años recibió un disparo en el corazón días antes del desastre de Annual, oye voces. No solo las de la radio o las de quienes viven con ella en la casa de Hermanos Bécquer, también las de otras madres. De Targuist o de Beni Arós. De Yebala, Arcila o Xauen. Las voces de otras madres que no pueden dormir cuando se pone el sol. Guerra incivil. Sí. Todas lo son. Unamuno acuñó otra expresión muy triste. El resentimiento trágico de la vida. Da título a su último texto.

    La democracia y la libertad son endebles, están siempre amenazadas

    ¿Quién es la mujer de la portada?

    María del Carmen Torres, el personaje femenino presente en las cuatro últimas historias. No es la protagonista del libro, porque no aparece en las dos primeras, pero podría representar a las demás mujeres que se muestran en él. En sus ansias de libertad. Es la que gobierna en el piso de Hermanos Bécquer, cuando los descendientes de los hacendados de Puerto Rico se instalan en Madrid. También refleja una cierta evolución. Es más avanzada. Lee, viaja, no va a misa... Aunque sigue sin ser del todo progresista, a diferencia de la mayor parte de los hombres en la familia, pues, a pesar de haberse vuelto tan anticlerical como su marido, juzga a una adolescente embarazada y sin casar como lo haría el más reaccionario de los curas en esa época.

    ¿Se identifica con alguna de ellas o con todas?

    Con todas, desde el momento en que sufren y luchan. O, como en el caso de Pepita, cuando ven más allá de sus narices y son capaces de solidarizarse con los más desfavorecidos. O en el de la protagonista del primer capítulo, que se atreve a ocultar a un esclavo, poniendo en peligro su propia vida. Pero en la que más me reconozco es en Elba, la que está al acecho, espiando cada una de las palabras que dicen los demás, la que observa cada objeto y cada fotografía a la espera de que un buen día se decidan a hablar. Elba quiere saber. Quiere entender. Y es la que va a contar la historia.

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