Festival REC de Tarragona
La maternidad en el umbral del silencio; ‘Sorda’ de Eva Libertad
El certamen se luce con una programación de lujo, con films internacionales, y donde destaca también la mejor selección de cine español

Fotograma de la película ‘Sorda’.
En Sorda, Eva Libertad se adentra en el territorio movedizo donde la maternidad, la identidad y la diversidad funcional dialogan con una franqueza poco habitual en el cine contemporáneo. La película es una continuación de su celebrado cortometraje homónimo que no solo amplía su universo, sino que lo profundiza, lo afila y lo convierte en una herida que respira, late y exige empatía en cada plano.
Desde la secuencia inicial del parto, desgarradora, íntima y dolorosamente humana, queda claro que Libertad no busca la espectacularidad, sino la dureza de lo real. El alumbramiento de Ona no es únicamente la llegada de un cuerpo al mundo sino que representa el nacimiento de un dilema que atraviesa a Ángela (Miriam Garlo) ¿Cómo traer vida a un universo que jamás ha intentado comprenderte? ¿Cómo pedirle a tu hija que te entienda sin desear, al mismo tiempo, que nunca cargue con tu misma incomprensión? Ese doble deseo profundamente amoroso y trágico define el corazón de *Sorda*.
La película es en su progresión un ejercicio de sensibilidad extraordinaria porque cada segundo es bello y triste a la vez, como si Libertad se propusiera demostrar que el cine puede emocionar sin someter al espectador al sufrimiento explícito, y Lo consigue mediante un control excepcional del lenguaje audiovisual: los subtítulos que aparecen con una precisión casi coreográfica junto a los planos pensados para que las conversaciones sean visibles incluso cuando no son audibles y la alternancia entre silencio y sonido que traduce el mundo perceptivo de Ángela sin estetizarlo. La película llega a ser una experiencia sensorial en ocasiones, especialmente notable es la escena de la fiesta, donde a utilización de graves que hacen vibrar la sala convierte al espectador en un cuerpo que siente más que oye, un cuerpo que participa de una experiencia liminar de cine empático, en el sentido más profundo del término, como una invitación a percibir desde otra corporalidad.
Pero *Sorda* no se limita a explorar la subjetividad de Ángela, sino que también revela con lucidez la fragilidad emocional de Héctor (Álvaro Cervantes), su pareja oyente. Él intenta ser puente, pero a veces es muro. Su amor es innegable, pero también lo es su cansancio, su torpeza, su tendencia a caer en errores que cualquiera (y esto es lo inquietante) replicaría en su lugar. Con todo, la visión de Libertad nunca lo juzga, lo muestra como parte de un entramado afectivo imperfecto donde todos actúan lo mejor que pueden, una dimensión que convierte la película en un retrato familiar de enorme alcance universal.
El conflicto central (Ona es oyente) se despliega con una precisión emocional admirable. Para Ángela, la maternidad se reconfigura como un territorio de pérdida porque nunca sabrá cómo suena la voz de su hija, no podrá cantarle, leerle en voz alta o reconocer las inflexiones de su alegría. La escena en la que Héctor reacciona con plenitud al primer balbuceo de la niña mientras Ángela observa desde una distancia imposible es uno de los momentos más dolorosos y a la vez más bellos del cine español reciente. Es aquí donde Garlo ofrece una interpretación monumental de emoción contenida, sincera, articulada en silencios que pesan más que cualquier monólogo.
La película articula con claridad la idea fundamental de que la discapacidad no es solo condición individual, sino una construcción social; la alienación que experimenta Ángela no proviene de su sordera, sino de un entorno que, aun siendo amoroso, no acaba de comprenderla del todo. Libertad ilustra este conflicto sin caer en didactismos, a través de detalles casi imperceptibles, miradas, gestos, ausencias de reacción, que revelan grietas estructurales en la comunicación afectiva, y cada composición parece preguntarse cómo encaja un cuerpo diferente en un mundo diseñado para otros.