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David Lynch, el maestro de lo extraño

El autor de ‘El hombre elefante’ y ‘Corazón salvaje’, de ‘Dune’ y la revolucionaria serie ‘Twin Peaks’, nunca tuvo miedo de adentrarse
en el caótico universo de su propio onirismo

17 enero 2025 18:46 | Actualizado a 17 enero 2025 19:48
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Una frase introducida en el diálogo de Terciopelo azul, «vivimos en un mundo extraño», es, al mismo tiempo, declaración de principios y definición perfecta del móvil que animaba todas sus historias.

David Lynch abrió una brecha por la que se coló en el cine americano un mundo extrañamente oblicuo, con frecuencia morboso cuando no pervertido, suspendido entre la realidad y el sueño, que dio a la palabra fantasía una significación no prevista por los escapistas Lucas y Spielberg. El autor de El hombre elefante y Corazón salvaje, de Dune y la revolucionaria serie Twin Peaks, nunca tuvo miedo de adentrarse en el caótico universo de su propio onirismo.

¿Cómo definir a un tipo capaz de hacer reír con la muerte y de provocar el llanto con la hora del té, de mostrar la brutalidad con candorosa limpieza y de fotografiar la inocencia como la más sucia de las perversiones? David Lynch ha muerto a los 78 años y su familia lo confirmó en las redes sociales con el mismo espíritu irónico que empapó su obra: «Hay un gran agujero en el mundo ahora que ya no está con nosotros, pero como él diría: ‘Mantén la vista en el donut y no en el agujero’, escribieron sus allegados.

La actriz Issabella Rossellini también escribió en redes: «Lo amé profundamente. Gracias por todos sus amables mensajes». Rossellini y Lynch trabajaron juntos en Blue Velvet (Terciopelo azul). En el casting, él le dijo: «Pareces la hija de Ingrid Bergman» sin saber que lo era. La relación laboral dio paso, posteriormente, a otra personal. Terciopelo azul permanece como el filme más celebrado de su autor, un moderno cuento de hadas negro, donde orejas cortadas, perversiones diversas, torturas, sexo y muerte aparecen como elementos cotidianos en la vida de una inocente población provinciana.

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A comienzos de los 90, David Lynch reinventó la televisión con Twin Peaks, una serie que satirizaba las convenciones del género y sirvió de modelo a un sinfín de imitadores. Antes, mucho antes de las plataformas, los espectadores quedaron enganchados a un cadáver envuelto en plástico y la posterior investigación para encontrar al asesino.

El cineasta desentraña la madeja de podredumbre y juega con los elementos del folletín sin renunciar a su particular mundo morboso. Todavía hay quien sueña con la Mujer del Leño, el enano bailarín, la habitación roja, el agente Cooper y las nanas hipnóticas de Angelo Badalamenti.

A partir de Twin Peaks se aceptaron en las series televisivas los elementos oníricos, la extrañeza, la turbiedad. La Palma de Oro en Cannes por Corazón salvaje (1990) supuso el cénit de la carrera de un director con tres nominaciones al Oscar (por El hombre elefante, Terciopelo azul y Mullholland Drive) y una estatuilla honorífica en 2019. Aquella road movie satírica protagonizada por un irresistible Nicolas Cage sacudía en la misma coctelera a Kerouac y El mago de Oz, a Elvis Presley y Buñuel. Cuatro años más tarde, sorprendió al mundo con una obra maestra, otra road movie a siete kilómetros por hora, en la que un anciano cruza medio Estados Unidos en una segadora, de Iowa a Wisconsin, para encontrarse con su hermano. Una crónica sencilla y sincera, con una limpieza digna de King Vidor y la grandeza de un western fordiano.

En algún momento de los años 90, David Lynch pareció perder la olla por completo. Predicaba la meditación trascendental con un maharishi, sacó al mercado una marca de café orgánico y en su página web apareció a diario durante años para contarnos el tiempo que hacía en Los Ángeles.

En el Hollywood actual ya no es posible la existencia de un artista como Lynch, que tuvo que financiar sus últimas obras con dinero europeo y a duras penas encontró distribución en su país. Queda una obra que nos invita a asomarnos a las tinieblas, la mirada irrepetible de un director que se asomaba a la luz pero se sumergía en la oscuridad. De descifrar el reino de lo inexplicable se ocupaba el propio Lynch al suministrar la particular sinopsis de Mullholland Drive «Primera parte: se encontró dentro de un misterio perfecto. Segunda parte: una triste ilusión. Tercera parte: amor».

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