El humor es un género de ficción, señores

Todo chiste esconde una tragedia. A veces más cruel, a veces menos, pero siempre una tragedia. Si no, que se lo pregunten a la propietaria del perro Mistetas cuando lo perdió

05 abril 2022 18:00 | Actualizado a 06 abril 2022 05:17
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Fue a finales de 2016 que Tortell Poltrona se responsabilizó de la dirección artística del 17è Festival Internacional de Pallasses i Pallassos de Cornellà. Emulando la Convención Argentina de Circo, Payasos y Espectáculos Callejeros, quiso convertir el evento en algo más que una propuesta cultural para la ciudad: quiso convertirlo en un gran encuentro de payasas y payasos, un punto de reunión, de charla y de convivencia entre miembros del gremio, con actividades a puerta cerrada. Only clowns allowed. Una de estas actividades fue precisamente una mesa redonda sobre los límites del humor. En el cónclave hubo auténticas leyendas vivientes, responsables de la renovación del clown en Europa, como el ruso Slava Polunin, Jango Edwards, Johnny Melville, el propio Poltrona o Chacovachi, entre muchos otros.

Lamentablemente, el debate acabó convirtiéndose en un anecdotario entre payasos viejos, rememorando aventuras y batallitas, y poco más. Conclusiones, más bien pocas y mal consensuadas. Ni entre profesionales nos pusimos de acuerdo. Tal vez porque no era necesario, tal vez porque todos conocíamos las respuestas, o tal vez porque era un tema demasiado amplio para debatirlo en un par de horas.

El debate sobre los límites del humor es recurrente y periódico. Últimamente ha habido bofetadas más sonoras en Twitter y otras redes que en el Dolby Theater de Los Ángeles. Todo el mundo con su verdad absoluta, lanzando dardos en forma de máximas irrefutables. De locos. Al parecer, el humor es como el fútbol, todo el mundo es Luis Aragonés.

Todo chiste esconde una tragedia. A veces más cruel, a veces menos, pero siempre una tragedia. Que se lo pregunten a la propietaria del perro Mistetas cuando éste se perdió y ella fue a preguntarle a un policía si lo había visto, que se lo pregunten a Jaimito (en cualquier situación), que se lo pregunten al inglés y al francés que nunca estaban a la altura del español, o a la niña que se tuvo que comer las patatas porque no le gustaba el abuelo. Sólo son chistes, y todos irritarán a alguien y, si te da por darles vueltas, todos tienen una maldad exacerbada. Pero no estamos hablando en ellos ni de sexismo, mala educación infantil, xenofobia ni la muerte de un familiar, no hace falta que venga a contártelo un payaso.

Entendemos que una película de terror, de acción, de violencia o de aventuras son una ficción, pero no que el humor también lo es. Porque es un género de ficción, señores. Y no hay límites en la ficción. Ni debe, ni puede haberlos. La risa es inherente al ser humano, somos la única especie animal que ríe, tal como analiza el ensayo de Henri Bergson. «¿Y si el chiste es sobre una enfermedad?», me preguntaban hace poco. Pues sirve exactamente igual. Como dijo una vez Ricky Gervais, «si no puedes bromear sobre las cosas más horrendas del mundo, ¿de qué sirve el humor? El humor es para ayudarnos a superar cosas terribles».

Nadie odiaba a Irene Villa. Nadie. Nadie se sintió bien por lo que le sucedió en 1991. Sin embargo, sí hubo infinidad de chistes. Se le llama humor negro y es un subgénero humorístico en el que prima el mal gusto y que tiene tantos seguidores como detractores. El mal gusto, a día de hoy, y a diferencia de la violencia, no es un delito. Villa, que es una mujer muy inteligente, ha afirmado en más de una ocasión que no le molestan esos chistes. Toda una lección de vida de alguien que entiende qué significa la palabra «contexto».

Las redes sociales nos han convertido en jueces y verdugos, de los que buscan los tres pies del gato, pero no en personas más inteligentes. Todo tiene mil interpretaciones, pero hay que ir con cuidado. Si seguimos por este camino, tal vez un día metan a algún rapero en la cárcel por escribir letras de ficción, denuncien a un humorista por hacer humor negro o te peguen un sopapo por hacer tu trabajo.

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