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Título: Un diamante en la basura

Autora: Ana Molina

Editorial: Cuaderno infantil

Uno de los libros más deslumbrantes que he leído es Una hormiga es el principio de un universo –título largo y juguetón–, del poeta Kenneth Koch: a finales de los sesenta, el escritor recorrió varios colegios de Nueva York impartiendo talleres de poesía a niños. El libro mezcla algunas ideas de Koch sobre cómo alentar la mirada poética en los niños –se trataría sobre todo de mantenerla, parece que hay algo muy genuinamente poético en esa primera mirada al mundo– con el resultado de algunos ejercicios, es decir, textos de algunos de los niños. Acaba de aparecer un libro similar en espíritu: Un diamante en la basura (Escritos contestatarios, Revista Contexto), cuya edición está a cargo de Ana Molina Hita, profesora –también miembro del grupo Hola a todo el mundo, ya disuelto– de música y educación artística en un colegio público madrileño. EL título es incluso mejor que el de Koch. Molina les regaló a sus alumnos un cuaderno en el que, cuando quisieran si querían, podían escribir o dibujar, al principio insipirados en Hervir un oso, de Miguel Noguera y Jonathan Millán. “Para mi sorpresa –explica Molina en la presentación del libro–, muchos de ellos convirtieron estas libretas en una suerte de diario, en el que exponían sus inquietudes existenciales. Los registros que empleaban eran múltiples, e iban desde la gamberrada hasta la confesión más íntima o dolorosa. [...] Aquellos cuadernos eran una herramienta a través de la cual se ordenaban y se narraban”.

El libro ofrece una selección de los materiales que durante una década más o menos recopiló Molina, que en el momento ya iba registrando las piezas que más llamaban su atención, con permiso de autores y de sus padres. Además de la selección y la presentación, al final, se incluyen párrafos de algunos de esos niños, ahora ya adultos, que recuerdan esos cuadernos y de qué manera les ayudó, en caso de que así fuera, la escritura.

Recurro de nuevo a las palabras de la profesora-mediadora: “Este libro aspira a ser testimonio –uno más– del encanto y de la poesía que surge espontáneamente del niño tan pronto se le brinda la oportunidad de expresarse mediante la palabra escrita o mediante el dibujo, y de su potencial emancipador. Testimonio de su innata percepción poética del mundo, que las actuales políticas educativas, lejos de potenciar o vehicular, tienden a aplastar”. Las aportaciones de los niños construyen un corpus colectivo del juego, la ocurrencia y la ligereza; hay espontaneidad genuina, humor a veces involuntario, se cuentan cosas terribles con una candidez desgarradora, hallazgos poéticos, retorcimientos un poco rudos del lenguaje y sus posibilidades para tratar de representar la realidad. Una niña cuenta: “Una tía me mandó que yo y su hijo hiciéramos un recado. Había muchos coches pasando rápidamente. Yo arriesgué y pasé, había una gasolinera, fui corriendo y me resbalé en el agua, pasó un coche y yo sentía que no podía levantarme como si mis músculos fuesen inmóviles, pasó yo estaba en el medio, él siguió unos veinte metros y yo me agarré a los tubos y frenó. Cuando sobreviví por un centímetro me limité a robar comida”. Qué cosa tan única es este libro.

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