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Let it snow, let it snow, let it snow...

La coincidencia del estreno de la primera temporada de la serie El eternauta, de la mano del cineasta Bruno Stagnaro, y la reedición de la versión de El eternauta de 1969, de Héctor Germán Oesterheld y Alberto Breccia, devuelve al espacio político al personaje más emblemático de la ciencia-ficción argentina

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Con El eternauta (1957-1959), el guionista Héctor Germán Oesterheld inventó un nuevo intervalo entre ciencia y ficción cuyo influjo aún perdura tanto sobre el cómic como sobre la ficción televisiva contemporánea, en la que el Apocalipsis concebido como final de los tiempos se ha transformado en un tiempo dilatado del final, nuestro final. La historia de las sucesivas versiones y continuaciones de El Eternauta en cómic es la historia de Argentina y del fantasma fundamental que surca la ciencia-ficción serial, la perpetua vulnerabilidad del presente, su estado de emergencia. Cuando, en otra de sus obras, Mort Cinder (1963), Oesterheld se refería a “ese gran personaje que nadie aprovecha del todo que es la muerte”, apuntaba en realidad a una de las claves de su obra: insuflar la figuración de la entereza humana frente a la desaparición en un medio, como el cómic, donde el tiempo no es, como en el cine, irreversible, sino que anida en la mirada del lector. En el cine, la catástrofe, el naufragio, es, ante todo, un naufragio con espectador, el testimonio del horror contemplado desde la orilla.

En El Eternauta de 2025, el grupo de amigos, encabezados por el actor Ricardo Darín, pasa de los sesenta años y, en su memoria, acumula la historia argentina: la guerra de las Malvinas, el corralito de 2001 o el recuerdo de la represión de las juntas militares

La adaptación dirigida por Bruno Stagnaro para Netflix de la historia original parte de una conciencia profunda sobre la diversa naturaleza de la representación de la muerte y la catástrofe en las imágenes cinematográficas y televisivas, así como de un acierto capital, reescribir la historia para el presente. En efecto, si el impacto que El eternauta de Oesterheld y Solano López tuvo en su publicación 1957, impreso sobre las páginas de papel poroso de la revista Hora Cero se cifró, entre otras cosas, en dialogar con su presente —la memoria de la Segunda Guerra Mundial vivida desde un país neutral, escenarios reales de Buenos Aires como la cancha de River, el Monumental, en aquél momento todavía inconclusa—, y hacer de septiembre de 1959, fecha del último episodio en el número 106 de la revista, el inicio real de la historia en un bucle planteado por el viaje en el tiempo del protagonista, Juan Salvo, la serie de Stagnaro convierte al presente en el compás que marca el ritmo del retorno de este icono de la historia de la ciencia ficción argentina.

Cartel de la serie de Netflix El Eternauta director Bruno Stagnaro.

Si en la historia original, flanqueado el prólogo en el que el propio Oesterheld asistía a la materialización de Juan Salvo, el Eternauta, ante su escritorio en una casa del barrio bonaerense de Vicente López, el relato de los hechos presentaba en otro domicilio, no lejano, a un treintañero Salvo jugando a truco con sus amigos Favalli, Lucas y Polsky justo antes del gran apagón y de la mortal nevada radioactiva, en El eternauta de 2025, el grupo de amigos, encabezados por el actor Ricardo Darín, pasa de los sesenta años y, en su memoria, acumula la historia argentina: la guerra de las Malvinas, el corralito de 2001 o el recuerdo de la represión de las juntas militares que, en su momento, segó la vida del propio Oesterheld, de sus hijas y de sus yernos. La banda sonora, con temas de Gardel, Mercedes Sosa, Manal, Intoxicados, Soda Estéreo o el Let it snow de Dean Martin, se convierte en un emocionante motor de ese efecto memoria en las mejores secuencias. También dos personajes secundarios, la esposa de Salvo, Elena, y su hija Clara, se hacen centrales, porque el primer arco narrativo en los seis episodios de la primera temporada, es una telemaquiada, una búsqueda de la hija.

La historia de las sucesivas versiones y continuaciones de El Eternauta en cómic es la historia de Argentina

Aunque puede parecer que, en una sociedad más cínica que la de los años cincuenta como es la contemporánea, la figuración del miedo, la agresión extraterrestre o los cadáveres que tanto impactaron en el primer Eternauta no alcancen a golpear al espectador con la misma fuerza, la serie parece recoger el testimonio de las ausencias, de esos cadáveres de la historia argentina que cantó, con dolor, el poeta Néstor Perlongher: “bajo las matas / En los pajonales / Sobre los puentes / En los canales / Hay cadáveres”. Que Reservoir Books reedite El eternauta de 1969 resulta, además, una noticia extraordinaria, pues el primer Eternauta conmovió a Argentina en un momento muy delicado, dos años después de que Juan Domingo Perón fuese derrocado y el país quedase escindido, pero antes de que se iniciasen cambios más trascendentes en el cono sur —particularmente en Cuba— y acontecimientos desgarradores en Argentina, que fueron los que acompañaron esa segunda versión de El Eternauta en 1969 y su continuación, una segunda parte, en 1976, la primera marcada por el vanguardismo visual de Alberto Breccia, y la segunda por una firme militancia política. Es en los copos de nieve dibujados por Breccia en el número 201 de la revista Gente, publicado el 29 de mayo de 1969, casi convertidos en meras manchas de tinta con forma de calaveras, donde ya se intuye el dolor y la melancolía que recalan en la serie, esa conciencia trágica que hace decir a Alfredo Favalli, en el tercer episodio, “La brújula anda bien. Lo que se rompió es el mundo. El mundo tal y como lo conocíamos desapareció para siempre”.

El eternauta 1969, Reservoir Books.

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