Jordi Esteva: «En la vida uno nace y muere muchas veces»

Es viajero, fotógrafo y escritor. En El impulso nómada, publicado por Galaxia Gutenberg, plasma los años de un descubrimiento personal, íntimo. Los sueños de un niño hechos realidad.

01 marzo 2022 17:47 | Actualizado a 04 marzo 2022 14:12
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Jordi Esteva ofrece en El impulso nómada (Galaxia Gutenberg), las razones íntimas del viaje, su fascinación por otras culturas, lejanas, diferentes. Los primeros viajes a Sudán y la India, a los oasis de Egipto. Se detiene también en su infancia, en su adolescencia, en el descubrimiento de su homosexualidad. Es, en definitiva, un recuerdo de su vida, de una de sus vidas, de sus sueños cumplidos.

Ha vivido muchas experiencias.
Ha sido una búsqueda, una huida de un mundo que no me gustaba. Ha sido la búsqueda de uno mismo.

¿De qué huía?
Eran las ansias de escapar de un mundo que me ahogaba, de la España esa tan triste de los años 50. Yo era un niño pequeño y no sabía exactamente porqué, pero sí que me impregnaba el ambiente tan gris de los curas, de la religión. Entonces, soñaba con los atlas, con los libros de geografía, con las películas de aventuras de Simbad. Quería escapar, huir y no volver más.

Lo consiguió.
Con el tiempo sí. Soy también hijo de la cultura de los años 60, muy influenciada por la generación Beat de Estados Unidos, por Kerouac, Ginsberg, toda esta gente, y estos mensajes nos llegaban a través de la música. De Dylan, de los Doors. A muchos jóvenes nos llegó esta especie de ansia de rebeldía, de no querer hacer lo que los mayores pretendían que hiciéramos. No queríamos ser formales ni formar una familia convencional, ni dedicarnos a lo que ellos les hubiera gustado. Era la época hippie y había gente que se iba a Formentera, a la Alpujarra, a la India…

 

«Me interesan estos mundos que desaparecen, las leyendas que se cuentan por la noche, toda esta serie de cosas es lo que yo he ido a buscar».

…A Ibiza.
Exacto. Yo tuve la suerte de llegar hasta la India con cuatro amigos y un Land Rover destartalado. Fue cómo empezaron todas esas ansias de viajar, que culminaron en Egipto, donde me quedé cinco años. Allí me metí mucho en la sociedad, hice muchos amigos, muchos de la oposición, de izquierdas y me encontré con el gran tema que siempre había soñado para trabajar, que eran los oasis de Egipto. Entonces, me dediqué mucho tiempo a vivir en ellos, a investigar todo aquel mundo para hacer un libro de fotografías.

Tuvo problemas.
Me detuvieron, me acusaron de formar parte de una conspiración política de signo trotskista para derrocar el gobierno y al final me expulsaron. Este libro trata de todo lo que creó este impulso. Y he rememorado todos los recuerdos de juventud, de infancia, las lecturas, todo lo que hizo que yo quisiera huir y encontrarme a mí mismo en otro lugar, que fue en Egipto, y donde se rompió todo.

¿Fue el final de este impulso?
Fue como el cuento de la lechera, se rompió el cántaro y se acabaron todos mis sueños. Pero luego continué porque yo he estado trabajando mucho en África, aunque ya no era lo mismo. Ya no era una forma de vivir como un nómada, como un gitano. Ya no era eso. Yo ya había perdido aquella magia, aquella ilusión de haber conseguido mis sueños. A partir de entonces fue un trabajo literario y antropológico. Por eso el libro se acaba cuando se rompe el impulso nómada, el día que entró la policía egipcia en la habitación de los oasis para detenerme.

 

 

Tiene muchas anécdotas, como la detención de la Guardia Civil en la frontera. 'Cinco melenudos y una joven francesa…'
Era una época en que estaba muy activa ETA y los GRAPO. De repente, llegamos en pleno franquismo a la Jonquera, con un jeep destartalado y sucio cinco melenudos con una joven francesa muy mona, hija del cónsul de Francia. En un primer momento la policía nos detuvo y cuando le entregamos los pasaportes y vieron que ella era hija del cónsul francés, que tenía el pasaporte rojo, diplomático, pensaron que aquello era un secuestro. Era una época sin móviles y hasta que no consiguieron localizar al padre, que les negó el secuestro, estuvimos detenidos. Pero es solo una anécdota.

Irán, Pakistán, la India… Si echa la vista atrás ahora, ¿qué es lo primero que le viene a la mente?
Los oasis, desde luego.

¿Tan maravillosos son?
Yo parto de una experiencia personal. Tuve la suerte de viajar a los oasis en un momento muy importante porque era justo antes de que llegara la electricidad y con ella la televisión, las costumbres de fuera y que todo empezara a cambiar. El cambio lo he visto después, pero no mientras se sucedía porque no podía regresar a Egipto. Pero para mí más que el lugar, más que el desierto, más que la belleza natural o arquitectónica, lo que me interesaba era la gente, es lo que siempre me ha interesado. Me interesan estos mundos que desaparecen, las leyendas que se cuentan por la noche, toda esta serie de cosas es lo que yo he ido a buscar. No he ido a buscar peripecias y lugares extraños. Es la memoria, la literatura oral, los mitos.

¿Los oasis son todo eso?
Sí y también mi juventud. Es descubrir el mundo y mi manera de trabajar ahí. Fue donde me gradué, diríamos, porque es donde aprendí a hacer entrevistas, a escuchar a la gente. Para mí fue todo un aprendizaje y algo que veo como la época dorada. Es el lugar al que le tengo más cariño y del que tengo mejor recuerdo.

 

 

El libro habla de diversidad cultural y sexual. ¿Cómo ha evolucionado?
Antes todo era muy difícil. Para las mujeres, que no podían salir sin permiso de sus maridos o de los padres, no podían tener pasaporte. Y también para las chicas lesbianas y los chicos gays. Tenías que callarte, era una cosa que debías vivir en secreto. Aparte de que tú eras el primer censor de ti mismo porque todo eran burlas, estaba considerado una enfermedad, que además se podía curar con electrochoques. Entonces, cuando empezabas a descubrir que tenías otras preferencias distintas a las de la gran mayoría, eso te provocaba un sentimiento horroroso de culpa o rechazo. Era realmente un infierno y mucha gente sufría un bullying muy fuerte en las escuelas e incluso se llegaba a suicidar. Y es una cosa que quizás ahora para la gente muy joven es distinto. Al menos en ciertas partes de Europa se vive todo con mucha más normalidad. Por suerte, aquí las cosas se han normalizado mucho aunque últimamente lo que se ha ganado, tanto en diversidad, LGTBI o el gran avance de la equiparación de igualdad entre hombres y mujeres, a veces parece que esté en entredicho por ciertos partidos políticos. 

 

 

Cuando mira las fotografías, ¿qué sentimientos le provocan? ¿O prefiere no mirarlas?
Sí que me gusta mucho mirarlas. Hay de distinta índole. Las de familia me provocan mucha ternura y a veces mucha pena porque hay gente que se ha muerto. 

¿Qué queda de nómada en usted?
Los recuerdos. Llega un momento en que hay un viaje interior. Yo sigo viajando dentro de mí, sigo viajando fuera también, pero lo que ocurre es que casi todos los países que a mí me interesaban están en un momento muy malo, muy difícil, como Sudán, el Yemen, Siria, Irak, están todos en guerra o en una situación terrible y no se puede ir. Ahora estoy recopilando mis recuerdos, estoy escribiendo otra vez, estoy preparando una gran exposición de fotografías que se llama El Impulso nómada, es decir, que sigo trabajando. El confinamiento me hizo quedar en casa y trabajo con todo ese material que tengo acumulado.

¿Por qué esta fascinación por Oriente o por África?
Viene de pequeño porque yo me recluía en la habitación. No me gustaban los deportes, no me gustaban los amigos que tenía ni el colegio. Yo soñaba con todas estas cosas que me hablaban de otros lugares, de esquimales que vivían en iglús, de beduinos en aquellas tiendas en el Sahara y luego las películas de aventuras que veía. Quería desaparecer, cruzar el Mediterráneo y pasar al otro lado. Y eso es lo que me fascinaba. Era una imagen de libertad, de ir a buscar mis países. No estoy hablando de los regímenes políticos, sino de la idea del viaje, que es lo que me hacía soñar.

 

 

¿Cómo acabó siendo la relación con sus padres? Porque usted viene de una familia burguesa…
Era un rebelde, no seguí el papel que me tenían asignado. Supongo que esto para ellos, en cierto modo, fue una decepción. Pero la relación, aunque distante, era buena. Al final hubo una aceptación total. Lo que ocurre es que lo que cuento en este libro, que han sido unas memorias, ha sido muy importante para mí, pero también hace años que dejó de serlo. O sea, lo he rememorado ahora porque lo he escrito. Pero los problemas de conciencia se dan en la adolescencia o en la primera juventud, para llegar a los 30 con todo eso superado.

Quería ser distinto de sus padres y eso sí que lo logró.
Sí. No me gusta decir que lo de antes era mejor porque cada momento tiene sus cosas. Nosotros teníamos aquella idea freudiana de matar al padre, metafóricamente hablando por supuesto. Era como que todo lo que hacían los padres era espantoso y nosotros teníamos que llevar una vida totalmente diferente a ellos.

Sigue siendo igual.
Claro. Es el espíritu de contradicción. Hay gente más sumisa y otros más rebeldes. Y todo es 'no'. Pues esa época era bastante un 'no' rotundo a todo. Contra el padre, el poder y la patria. Para mí todos estos recuerdos, toda esta vida la he considerado como un material literario, como barro del que se hace una escultura. He cogido los recuerdos y he hecho una recreación, una biografía, unas memorias con un afán literario. Después, en la vida uno nace y muere muchas veces. Es como el mito de las reencarnaciones, pero en la propia vida. Y a veces mirando hacia atrás me parece como si hubiera sido otro el que ha hecho todo esto, en otra reencarnación. Soy yo mismo, pero ya no soy el mismo.

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