La saga de “Halloween” nunca muere

En 'Halloween Kills' el cuchillo de Myers avanza por las calles de Haddonfield sin que nadie le pueda parar; mientras la cinta 'Titane' de Julia Ducornau -ganadora de la última Palma de Oro de Cannes- se revela como un cuerpo extraño

30 octubre 2021 15:35 | Actualizado a 30 octubre 2021 20:00
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Halloween Kills David Gordon

Como Michael Myers -el mal encarnado en la figura, primero de un niño, y después de un irreductible enmascarado-, la saga de “Halloween” nunca muere. Siempre se levanta, una vez, y otra. Su última aparición llega de la mano de David Gordon Green, director forjado en los confines del cine independiente y de la comedia, que en 2018 realizó una película que retomaba en tiempo presente el hilo de lo sucedido en 1978. “Halloween Kills” -segunda parte de la saga de Green- sigue exhibiendo sus vínculos con el film original de John Carpenter, que ahora firma una nueva partitura para acompañar al sempiterno Myers en su sangría por las calles de Haddonfield. Ahora bien, esta segunda entrega sabe explorar nuevos imaginarios.

Si en 2018 se mostraba a la Laurie Strode interpretada por Jamie Lee Curtis ya mayor, en “Halloween Kills” es Michael Myers y su máscara los que se revelan ajados. Sempiterno, pero por momentos frágil, el inmortal asesino en serie avanza por las calles de Haddonfield sin que nadie le pueda parar. Y aquí es donde la película exhibe uno de sus manifiestos, que no atiende ni a afectos ni a heroicidades: por el cuchillo de Myers pasarán desde ídolos nacionales como los bomberos a leyendas de la saga como algunos de los supervivientes de aquel Halloween de 1978. Incluso en su retrato de la diversidad -a menudo impuesta en Hollywood más como una necesidad de producción que como una inquietud verdaderamente genuina-, la película prescinde de cualquier aproximación maniquea.

Sin las ataduras de las primeras y últimas partes, “Halloween Kills” se aprovecha de su situación en una zona intermedia, como si, más allá de sus vínculos con la original del 78, no le debiera nada a nadie. La película dura lo que una noche, en la que Myers se pasea por su pueblo natal dejando un reguero de muertos sin parangón. Green trabaja como pocos cineastas contemporáneos la narrativa serial: recupera y reconstruye a su manera los sucesos de 1978 y llena huecos que le permiten lanzar su historia, presentar y reinventar algunos de los muchos personajes que componen este sangriento fresco. En “Halloween Kills”, la heroína Laurie Strode cede su lugar a otro protagonista: la colectividad, protagonista inesperada de este slasher. Green sigue la estela de “Furia” -aquella película de Fritz Lang en la que una comunidad linchaba a un falso culpable- para trasladar definitivamente el mito de Halloween a la fábula política.

 

Titane Julia Ducornau

Quizá lo mejor que se pueda decir de una película hoy en día es que tenga la capacidad de resultar inesperada. Si esto es así, entonces “Titane” merece un elogio. Ganadora de la Palma de Oro del pasado festival de Cannes, la película de Julia Ducournau es un cuerpo extraño. Por un lado, solo se puede comprender desde sus filiaciones. Por el otro, es algo diferente, nuevo.

Su originalidad se encuentra en su capacidad de tomar el pulso al tiempo presente y, en concreto, al debate en torno a la construcción de los géneros. La historia de Alexia, que tras un accidente de coche de pequeña convive con una placa de titán y que ya adulta se entrega al sexo con un automóvil -sí, solo basta con escribir un apunte de su alocada trama para comprobar que estamos ante algo diferente- desemboca en una exploración de los cuerpos: entre lo masculino y lo femenino, entre lo humano y lo metálico, entre la juventud y la vejez, entre el organismo propio y la extrañeza del cuerpo gestante. Ducournau, sin embargo, no parece tener la necesidad de teorizar sobre todo esto, dejando así que la subversión llegue como un torrente, tanto estético como narrativo.

“Titane” no es solo una película sobre los cuerpos, sino también sobre las relaciones paternofiliales, como también lo era “Crudo”, la ópera prima de Ducournau. Los vínculos entre la niña Alexia y el padre se muestran tan opacos que lo que se sugiere no puede más que perturbar. Y cuando la película parece definida a partir de la relación entre el cuerpo y el metal, la trama se rompe, nos sorprende y nos traslada a otro nexo, pues Alexia (disfrazada ahora de chico) encuentra un nuevo padre.

No es casual que el primer progenitor esté interpretado por Bertando Bonello, uno de los nombres más estimulantes del nuevo cine francés y también explorador de la plasticidad del cuerpo cinemático. Si “Titane” es también una película sobre filiaciones es porque Ducournau exhibe sin tapujos sus referentes. Como “Crash”, de Cronenberg, en “Titane” convive la estética limpia y brillante del metal y de las carrocerías laqueadas con la suciedad de lo orgánico; la belleza, con el dolor.

Como en “Beau Travail”, de Claire Denis, una escena de baile remueve los cimientos de la masculinidad. Aquí, la hija Ducournau toma todo esto, para ponerlo en rabioso tiempo presente.

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