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Mary Shelley, la madre de la criatura

¿Cómo pude yo, entonces una muchacha joven, idear y explayarme en una idea tan horrible?

01 marzo 2025 20:24 | Actualizado a 02 marzo 2025 07:00
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«¿Cómo pude yo, entonces una muchacha joven, idear y explayarme en una idea tan horrible?». La muchacha que así se expresa es Mary Godwin y la espeluznante idea, el experimento de Víctor Frankenstein. Poco podía imaginar la novelista, traductora, ensayista y dramaturga que con ella entraría en los clásicos de la literatura universal y que su monstruo perviviría por los siglos.

Mary Godwin –posteriormente Shelley al adoptar el apellido de su gran amor– nació en Londres el 30 de agosto de 1797, en plena época victoriana, en una familia bohemia y literata. Su padre, William Godwin, fue un filósofo y político que coqueteó con los primeros atisbos de anarquismo. Su madre, Mary Wollstonecraft, una escritora y feminista, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792), un éxito de ventas en aquel entonces y plenamente actual 233 años después, presente en librerías y bibliotecas. Todo lo aprendió de ella, a pesar de que nunca la tuvo, ya que murió pocos días después de dar a luz a su hija. «El recuerdo de mi madre ha sido el orgullo de mi vida», dijo Mary Shelley.

Se cuenta que en su lápida del cementerio de Saint Pancras la pequeña Mary aprendió a leer y escribir su nombre, el mismo que el de su madre, lugar al que escapaba de su madrastra, con la que no se entendía. Se dice también que iba a visitarla casi a diario, donde se sentaba con un cuaderno y un libro. El mismo lugar de recogimiento en el que también se citaría con su enamorado, su compañero de vida, el poeta Percy Shelley.

En el cementerio, Mary y Percy se resguardaban de las miradas ajenas inquisitorias puesto que él estaba casado. Finalmente, huyeron, llevándose con ellos a Claire Clairmont, la hermanastra de Mary, a un continente desolado por las guerras napoleónicas. No tardaron en regresar a causa de la falta de recursos. Más tarde la mujer de Percy se suicidaría al no superar el abandono.

En torno al monstruo de Frankenstein se han llevado a cabo numerosos análisis, que hablan de metáforas que apuntan a la propia vida de la escritora, a la que desde siempre acompañó la muerte. Primero su madre, después sus hijos, uno tras otro –sólo le sobrevivió el último– y finalmente, su marido, cuyo corazón conservó –dicen las brumas de la leyenda– envuelto en seda hasta su muerte, en 1851. Frankenstein, una obra gótica y del Romanticismo, acorde a la existencia trágica de su creadora.

Vida y muerte, dolor y culpa, fe y ciencia, venganza. Todo confluye en Frankenstein, en esa criatura creada por el ambicioso doctor. Una novela que inicialmente apareció como anónima y que a día de hoy ha acompañado a las sucesivas generaciones de lectores. Con ella, Mary Shelley, avanzada a su tiempo, ponía sobre la mesa temas tan candentes en el siglo XVIII como en el XXI. A saber, los límites del conocimiento y de la ciencia, su ética, el rechazo, el aislamiento, la soledad. Debates abiertos en la actualidad con la inteligencia artificial y la incomunicación personal. ¿Hasta dónde es ético llegar? ¿La vida artificial puede sobrepasarnos? La humanidad continúa sin respuesta.

Mary Shelley ha pasado a la historia por su criatura, pero no únicamente le dio vida a ella. Lodore o El último hombre son otras de las obras de una autora que con la pluma intentaba luchar contra la injusticia social y por la igualdad de género como ya lo hiciera su madre. «No deseo que las mujeres tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas», señaló. Una independencia femenina que aborda en Lodore. A través de sus personajes, la británica critica las normas sociales de su época, comprometiéndose con la libertad de la mujer.

El año sin verano

Frankenstein nació en 1816 y partió de un desastre natural y de un sueño en el que Shelley vio «al pálido estudiante de las artes prohibidas arrodillado junto a la cosa que había creado. Vi el espantoso fantasma de un hombre tendido, y luego, por obra de algún potente mecanismo, mostró signos de vida y se agitó con un movimiento inquieto y antinatural. Espantoso como era; porque sumamente espantoso sería cualquier esfuerzo humano para burlarse del mecanismo estupendo del Creador del mundo».

El germen se había instalado en la mente de la autora, que salió a la luz ayudado por el volcán Tambora, situado en Sumbawa, Indonesia. En abril de 1815 entró en una violenta erupción matando a miles de personas. Su explosión lanzó a la atmósfera millones de toneladas de cenizas volcánicas y dióxido de azufre que fueron arrastradas por el viento. Y en los meses siguientes las cenizas cubrieron medio planeta, tapando la luz del sol y enfriando las temperaturas. 1816 fue el año sin verano.

En Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, se encontraban Lord Byron y su amante Claire Clairmont, la hermanastra de Mary Shelley; esta última y Percy Shelley así como el médico de Byron y secretario personal, John William Polidori. Todos ingleses, todos hastiados, todos confinados. Un verano truncado que Byron quiso cambiar con el reto de crear el relato más terrorífico. Byron escribió Oscuridad; Polidori El vampiro, que sería el precursor del Conde Drácula y Mary Shelley Frankenstein o el moderno Prometeo, sin duda la ganadora de la contienda literaria. Su autora contaba apenas 18 años.

Justamente a finales del siglo XVIII y principios del XIX recorría Europa el galvanismo, una teoría del médico italiano Luigi Galvani según la cual, mediante la electricidad se albergada la secreta esperanza de sanar enfermedades que provocaban parálisis e incluso reanimar cuerpos muertos. Galvani experimentó con una rana. Su sobrino, Giovanni Aldini, con los cuerpos de los condenados a muerte. El galvanismo se ve ahora como un remoto antecedente del desfibrilador cardíaco moderno y en aquel momento bien podría haber inspirado la historia de Shelley.

En cualquier caso el terror gótico o la ciencia ficción de Shelley se transformó en un mito universal. Traducido a decenas de idiomas, ha tenido y continúa teniendo infinidad de adaptaciones cinematográficas y teatrales, de las que se han contado más de 150 versiones.

William Henry Pratt, conocido como Boris Karloff, es el inolvidable Frankenstein, personaje que le encasilló en el género de terror. Más contemporáneo, Robert de Niro se metió en la piel del ser creado a partir de diferentes partes de cadáveres, bajo las órdenes de Kenneth Branagh y La novia es la próxima producción que se estrenará en Estados Unidos en octubre con Christian Bale y Penélope Cruz.

«Sé que usted busca el conocimiento y la sabiduría, como yo lo hice una vez; y espero vivamente que la satisfacción de sus deseos no resulte ser una serpiente que le muerda, como ha sucedido en mi caso». Palabras de Mary Shelley que podría haberle dirigido a su doctor Frankenstein, más frío e insensible que su atormentada criatura inmortal.

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