Miguel Ángel Carmona: «El maltratador siempre está esperando»

El autor construye en Alegría un duro relato contra la violencia de género no exento de esperanza, en una novela publicada por la Editorial Alrevés.

16 enero 2022 14:41 | Actualizado a 18 enero 2022 17:44
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Alegría crece al borde del abismo y no quiere caer en él. Hija de una madre maltratada, confía en no repetir su experiencia. Para escapar de su tóxico hogar, solo tiene a Mario, a quien se aferra con ilusión. Sin embargo, pronto percibirá que las cosas no son como deberían. Alegría es una novela de Miguel Ángel Carmona del Barco, publicada por la Editorial Alrevés, una obra contra la violencia de género, que obtuvo el XXIV Premio Ciudad de Badajoz. «La novela es dura, pero cargada de esperanza», dice su autor. «Es verdad que hay dolor, un dolor que resulta verosímil, pero es fundamental para que la esperanza, al final, sea también verosímil. Yo creo que la literatura tiene que servir para mejorar el mundo o, por lo menos, para ayudar a entenderlo. Y los escritores y escritoras de ficción tenemos un compromiso con esa pequeña parcela de que disponemos para que las vidas de los lectores y las lectoras sean un poquito mejor».

Ha entrevistado a 11 mujeres víctimas de violencia de género. ¿Hay alguna cosa que le haya impactado especialmente?
Hechos concretos, muchos, casi todos. Hemos tenido que rebajar en cierto modo la realidad para poder construir la novela porque tenía la sensación de que en la ficción no era necesario llegar hasta el extremo para que fuera entendible. Había veces que casi me caía de la silla con lo que me contaban, detalles quizás más duros, escabrosos. Lo asimilaba a ese debate eterno en el fotoperiodismo, de qué hay que mostrar y qué no. Y Gervasio Sánchez decía que solo hay que mostrar aquello que verdaderamente sirva para que se entienda la historia. Y lo que no aporte contenido hay que descartarlo. Y así ha sido un poco.

Alegría, vaya nombre le ha puesto, teniendo en cuenta la historia.
No fui yo, fue su madre.

 

«Crecer en una familia desestructurada por la violencia de género complica mucho el establecimiento de relaciones afectivas sanas en la madurez de los menores».

¿Alegría es un compendio de esas once mujeres?
No lo consideraría un compendio ni un rompecabezas porque en realidad es una historia completamente nueva. Puede que haya ciertos episodios que de alguna manera estén basados en algo que me han contado, pero la historia de Alegría no resume las historias de estas once mujeres, sino que es ficticia. Ese ha sido el trabajo, convertir todo ese bagaje que conseguí acumular tanto en la fase bibliográfica, como en la de entrevistas a profesionales, que también fue muy importante.

¿A qué profesionales acudió?
Hablé con abogados, matronas, médicos de atención primaria, psicólogos infantiles, orientadores escolares, fiscales, jueces, policías de protección… Toda esa red de asistencia a las víctimas. Y junto con las entrevistas a las mujeres construí un sustrato desde el que crear el personaje de Alegría, pero sin que contuviese más de ellas que de otras mujeres que tal vez no me han contado su historia y que debían también sentirse identificadas al leerla, que esa era la idea. Que la identificación fuera lo más general posible. Incluso ha habido mujeres que no han sido víctimas de violencia de género, pero han identificado ciertos patrones de abuso o rayanos en el abuso. O ¿por qué no intentar que los hombres se acerquen al libro y que a lo mejor encuentren ciertos nexos de su comportamiento con el de Mario?

 

 

¿Los patrones se repiten? Es decir, ¿madre maltratada, hija maltratada. Padre maltratador, hijo maltratador?
Yo lo vi así. Y lo afirmo, aunque con toda la cautela porque la muestra de mi trabajo de campo era pequeña y probablemente sesgada. Pero eso no quita que ocho o nueve de las once mujeres respondan a ese patrón. Por lo tanto, he llegado a la conclusión de que crecer en una casa desestructurada por la violencia de género complica mucho el establecimiento de relaciones afectivas sanas en la madurez, en esos niños y niñas. Más intensidad conforme más desestructurada está la familia. ¿Es una condena? No. ¿Es condicionante? Yo creo que ahí es donde entramos.

¿Lo es?
¿Cuán profundo es el surco que cavan bajo tus pies? Esa es de alguna manera la gran pregunta dramática que plantea la novela desde el principio. ¿Cómo de profundo es el surco que han cavado bajo los pies de Alegría? Y colateralmente, ¿cuán profundo es el de Mario? Aunque él no sea el protagonista ni la voz, también asistimos a esa lucha interna, en la que entendemos que él tampoco querría seguir los pasos de su padre y sin embargo, al final acaba eligiendo la violencia y la posesión como forma de construir su relación con Alegría. En el caso de Alegría es más difícil afirmar que tomó la decisión, como sí lo podemos decir de Mario.

 

«Antes, la vía de escape de las mujeres era esperar a que el marido se marchara. Las vecinas les ponían una escalera por la ventana, les daban 5.000 pesetas y las enviaban con su madre al pueblo con la esperanza de que él no fuera tras ellas».

Ella desde un primer momento detecta que alguna cosa no va bien con Mario, pero carece de ayuda social.
Esa es una de las claves. Alegría no tiene muchas más alternativas para construir un proyecto de vida. Hay un momento en la novela en el que su madre la hunde, cuando le dice que no vale para los estudios y la echa de casa. Entonces, cuando tu entorno no solo no te ayuda, sino que encima te lastra, ¿quién te queda? El maltratador siempre te está esperando.

¿Qué está fallando?
Desde los tiempos de Alegría hasta hoy han cambiado muchas cosas. La novela se desarrolla desde el 95 hasta el 2003.

Sí, de hecho cuentan en pesetas.
Y acaban en euros. Son los años previos a la aprobación de la Ley de 2004 de Violencia de Género. De hecho, en la novela se nombra a Ana Orantes. Ahí hay un cambio social importante y se va preparando toda la aceptación de esa ley por la sociedad, totalmente revolucionaria en 2004. Ahora se nos queda pequeña en algunos aspectos.

 

«No hablamos solo de pobreza económica, pero sí de pobreza moral. Y de esos círculos viciosos y de patrones de violencia que se van heredando de unas generaciones a otras».

¿La Ley, qué contempla?
De la Ley orgánica de 2004 emana después toda la regulación posterior en cuanto a violencia de género. Regula las órdenes de protección, el proceso del juicio rápido... Pero, sobre todo, genera un cambio en las mentalidades porque modifica también la estructura conceptual de la sociedad, incluso a los que no quieren. Después, está la capacidad de las Comunidades Autónomas para desarrollar sus redes de asistencia con las casas de las mujeres, las ayudas económicas a víctimas de violencia de género... Pero es que Alegría no tiene acceso a nada de eso. Si no es por la red no oficial, la red informal de apoyo que en la novela la encarna Reme y esa vecina que la saca por la ventana. Era la vía de escape de las mujeres antes, esperar a que el marido se marchara, ponerle una escalera por la ventana, sacarla por el patio, darle 5.000 pesetas y enviarlas con su madre al pueblo y que no se fuera tras ella. No había otra cosa.

Se habla de la educación de los jóvenes, pero se ha publicado un informe del Consell de l’Audiovisual de Catalunya que dice que Tik Tok tiene un sesgo claramente machista.
Como escritor, mi campo de acción al fin y al cabo es la intimidad de mis personajes y no soy un experto y cuanto más nos alejamos del objeto de la novela, de la intimidad pura y dura, más difícil me es emitir una opinión que sirva para algo. Pero personalmente, creo que tenemos un problema cuando miramos desde una perspectiva occidental, privilegiada, raza blanca… Es decir, hay sectores tan deprimidos de la población en los que el problema no es Tik Tok. El problema es que esas actitudes son las que les están enseñando como forma de construir sus relaciones afectivas.

 

«En el caso de las mujeres a las que yo entrevisté, la denuncia fue el único paso que podían dar para alejarse de su maltratador».

¿Contextos pobres?
Pobres o sencillamente desestructurados. Porque Alegría por ejemplo, vive en un barrio obrero, pero ella no pasa hambre. Su familia está desestructurada, sobre todo por todas las adicciones que afectan a la madre y que han afectado al padre. Pero aun así se ve que es una familia que ha tenido recursos, por lo menos para salir adelante. No hablamos solo de pobreza económica, pero sí de pobreza moral. Y de esos círculos viciosos y de patrones de violencia que se van heredando de unas generaciones a otras.

 

«La literatura tiene que servir para mejorar el mundo o, por lo menos, para ayudar a entenderlo. Y los escritores y escritoras tenemos un compromiso para que la vida de los lectores y lectoras sea un poquito mejor».

¿Y de micromachismos?
Sí. Los hombres tenemos que reconocer que a lo largo de nuestra vida hemos tenido comportamientos que podrían considerarse o que son violencia, en el sentido del piropeo soez y más cutre. Y no lo pensábamos en aquel momento, cuando lo estábamos haciendo. Pero creo también que lo que nos preocupa es que estamos hablando de que Tik Tok es una red que llega a niños y niñas, no a adolescentes. Y ahí pueden saltar otras alarmas porque la adolescencia es una época de transgresión y al final es lo que hay. Por ejemplo, ha habido unos años buenos en los que el feminismo ha sido casi normativo.

Parece que la pandemia se lo haya llevado.
La pandemia y los 60 diputados de Vox en el Congreso. Entonces, puede ser que la adolescencia haya reaccionado contra esa normatividad. ¿Qué se supone que debo hacer? Pues voy a hacer lo contrario. Pero pienso que el foco de los problemas está en otros ambientes. Si a chicas como Alegría se les hace un seguimiento en el colegio, en el instituto... Si el sistema es capaz de rescatarlas, eso son los recursos.

 

«Hay sectores tan deprimidos de la población en los que el problema son las actitudes que les están enseñando como forma de construir sus relaciones afectivas».

No es una solución únicamente policial.
No. Intentar controlar ahora mismo el contenido en redes es un deber y una responsabilidad, pero es una tarea que para empezar son medios que yo sinceramente desconozco. No sabría como hacerlo. Pero sí que en las aulas tenemos más experiencias, en los centros de salud. En este sentido, Alegría pasa por lugares donde podrían haberle ayudado. Los protocolos ahora mismo marcan que en los servicios de salud autonómicos no se puede hacer la vista gorda, tienen la obligación de denunciar, aunque la mujer no lo haga. Se tiene que dar parte.

¿La denuncia es peligrosa?
Desde luego, hay casos que hacen que la mujer se piense dos veces si denunciar es lo correcto. Pero en términos generales, por lo menos en el caso de las mujeres a las que yo entrevisté, la denuncia fue el único paso que podían dar para alejarse de su maltratador. Y así fue. Seis de ellas tenían órdenes de protección en vigor, lo que implicaba que sus agresores o bien estaban en la calle con una orden de protección, mientras estábamos haciendo las entrevistas o bien estaban en prisión porque las órdenes de protección empiezan a ser efectivas desde que los agresores entran en prisión para evitar que se pongan en contacto con ellas vía telefónica. Entonces, desde luego fue una herramienta útil para proteger, por lo menos a esas seis mujeres, que sé que a día de hoy siguen con sus vidas y, afortunadamente, rehaciéndolas, a distintos ritmos, pero en el buen camino.

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