Lakinoa, momentos de vida

Señores en pie. Hablamos de Tortosa. Toca rendir homenaje a la ciudad olvidada por la administración pixapi, y que por sus bemoles sigue erre que erre luchando a contracorriente versus los que se empeñan en darle un puesto de segunda. Gente de pit i collons que saben defender lo suyo, y a fe afirmo que de haber tenido una Bastilla a la vora de l’Ebre la revolución francesa hubiera tenido lugar aquí.

¿Y en cuanto a gastronomía qué? Pues oiga, para dar una masterclass, que bien podrían impartir en el restaurante Lakinoa, regentado por la metre Soraya Fajardo y el chef Cristian López, con más de veinte años de experiencia en la alta cocina. Se hicieron cargo del local justo después de la pandemia. Para hacerles una estatua. Los inicios en la hostelería siempre digo que son más duros que la patada de un transformer. Es una máxima demostrable en que el ochenta por ciento de restaurantes de nueva cuña se ven abocados al cierre en menos de cinco años. Soraya y Cristian forman un buen equipo y saben lo que se hacen. Ofrecen un espacio con una oferta mutable en que su lema encaja a la perfección: «la vida són moments de moments». Y como hay momentos de todo, en Lakinoa también. Hay momentos de menú, hay momentos de carta; hay momentos en los que el restaurante cambia completamente.

¿Mi acompañante? El buen amigo Javi, mi pareja muy a su pesar de pádel, que tiene que aguantar mis voleas una tras otra estrellándose contra el cristal, sin poner tan solo una mala mirada. Un fenómeno de la vida.

La bienvenida está a cargo de Soraya, máxima expresión de la amabilidad y la elegancia, que después de acompañarnos a la mesa nos ofrece el menú diario, disponible de miércoles a viernes por veinticinco euros en el que se apuesta claramente por el producto de proximidad y que se cambia periódicamente.

Llega el momento de degustar, empezando con una torta crujiente de anguila ahumada con mayonesa de soja y cebollino, un snack que sin duda es una declaración de intenciones de la cocina imaginativa de Cristian. Al igual que la coca de espinacas y ajos tiernos con queso de cabra y crema de ciruelas.

Bajo un timing impecable y un servicio más atento que un gato persiguiendo un láser, llegaron los dos entrantes: una ensalada de bacalao confitado con crema de naranja, olivada, escarola y vinagre de chalota; y una versión de pasta de huevo con crema txitake y ajos tiernos deliciosa. Mención muy especial a este último.

Y dos segundos a compartir. Un suquet de corvina con galeras y mejillones; pescado y marisco fresco de proximidad, con una salsa exquisita servido en su cazuela. Para pedir pan hasta dejar el plato limpio. Y el último de los principales, un atrevido arroz meloso de secreto ibérico a la brasa con un sofrito a base de mango. Sin palabras.

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