El corazón en la garganta. Mariposas en el estómago. Mal presentimiento. Todas estas son frases que mucha gente utiliza para describir el miedo y la ansiedad. Es probable que hayas sentido ansiedad en el pecho o en el estómago, y normalmente no te duele el cerebro cuando tienes miedo. Muchas culturas vinculan la cobardía y la valentía más al corazón o a las tripas que al cerebro.
Pero la ciencia ha considerado tradicionalmente que el cerebro es el lugar donde nacen y se procesan el miedo y la ansiedad. Entonces, ¿por qué y cómo se sienten estas emociones en otras partes del cuerpo?
Soy un psiquiatra y neurocientífico que investiga y trata el miedo y la ansiedad. En mi libro Miedo, explico cómo funciona el miedo en el cerebro y en el cuerpo, y lo que un exceso de ansiedad provoca en el organismo. Las investigaciones confirman que, aunque las emociones se originan en el cerebro, es el cuerpo el que ejecuta las órdenes.
El miedo y el cerebro
Mientras que tu cerebro evolucionó para salvarte de la caída de una roca o de un depredador a toda velocidad, las angustias de la vida moderna suelen ser mucho más abstractas. Hace cincuenta mil años, ser rechazado por tu tribu podía significar la muerte, pero no hacerlo bien en un discurso público en la escuela o en el trabajo no tiene las mismas consecuencias. Tu cerebro, sin embargo, podría no notar la diferencia.
Hay algunas áreas clave del cerebro que están muy implicadas en el procesamiento del miedo.
Cuando percibes algo como peligroso, ya sea una pistola apuntándote o un grupo de personas que te miran descontentas, estos estímulos sensoriales se transmiten primero a la amígdala. Esta pequeña zona del cerebro, con forma de almendra y situada cerca de las orejas, detecta la relevancia emocional de una situación y cómo reaccionar ante ella. Cuando ves algo, determina si debes comértelo, atacarlo, huir de él o tener relaciones sexuales con él.
La detección de amenazas es una parte vital de este proceso, y tiene que ser rápida. Los primeros humanos no tenían mucho tiempo para pensar cuando un león se abalanzaba sobre ellos. Tenían que actuar con rapidez. Por esta razón, la amígdala evolucionó para evitar las áreas cerebrales implicadas en el pensamiento lógico y puede activar directamente respuestas físicas. Por ejemplo, ver una cara enfadada en la pantalla de un ordenador puede desencadenar inmediatamente una respuesta detectable de la amígdala sin que el espectador sea siquiera consciente de esta reacción.
El hipocampo está cerca y estrechamente conectado a la amígdala. Participa en la memorización de lo que es seguro y lo que es peligroso, sobre todo en relación con el entorno: contextualiza el miedo. Por ejemplo, tanto ver un león enfadado en el zoo como en el Sáhara desencadenan una respuesta de miedo en la amígdala. Pero el hipocampo interviene y bloquea esta respuesta cuando estamos en el zoo porque no corremos peligro.
El córtex prefrontal, situado encima de los ojos, se ocupa principalmente de los aspectos cognitivos y sociales del procesamiento del miedo. Por ejemplo, puedes tener miedo de una serpiente hasta que leas un cartel que indique que no es venenosa o hasta que el dueño te diga que es su amigable mascota.
Aunque el córtex prefrontal suele considerarse la parte del cerebro que regula las emociones, también puede enseñarte a tener miedo en función de tu entorno social. Por ejemplo, puede que te sientas neutral ante una reunión con tu jefe, pero te pongas nervioso de inmediato cuando un compañero te hable de rumores de despidos. Muchos prejuicios como el racismo tienen su origen en el aprendizaje del miedo a través del tribalismo.
El miedo y el resto del cuerpo
Si el cerebro decide que una respuesta de miedo está justificada en una situación concreta, activa una cascada de vías neuronales y hormonales para prepararte para la acción inmediata. Parte de la respuesta de lucha o huida, como el aumento de la atención y la detección de amenazas, tiene lugar en el cerebro. Pero es en el cuerpo donde se produce la mayor parte de la acción.
Varias vías preparan a distintos sistemas corporales para una acción física intensa. La corteza motora del cerebro envía señales rápidas a los músculos para prepararlos para movimientos rápidos y enérgicos. Entre ellos se encuentran los músculos del pecho y el estómago, que ayudan a proteger los órganos vitales de esas zonas. Eso podría contribuir a una sensación de opresión en el pecho y el estómago en condiciones de estrés.
El sistema nervioso simpático es el acelerador que acelera los sistemas implicados en la lucha o la huida. Las neuronas simpáticas están repartidas por todo el cuerpo y son especialmente densas en lugares como el corazón, los pulmones y los intestinos. Estas neuronas hacen que la glándula suprarrenal libere hormonas como la adrenalina, que viajan por la sangre hasta llegar a esos órganos y aumentan la velocidad a la que experimentan la respuesta de miedo.
Para garantizar un riego sanguíneo suficiente a los músculos cuando están muy solicitados, las señales del sistema nervioso simpático aumentan la frecuencia de los latidos del corazón y la fuerza con la que se contrae. Usted siente tanto el aumento de la frecuencia cardíaca como la fuerza de contracción en el pecho, razón por la cual puede relacionar la sensación de emociones intensas con el corazón.
En los pulmones, las señales del sistema nervioso simpático dilatan las vías respiratorias y suelen aumentar la frecuencia y la profundidad de la respiración. A veces esto provoca una sensación de falta de aire.
Como la digestión es la última prioridad durante una situación de lucha o huida, la activación simpática ralentiza el intestino y reduce el flujo sanguíneo al estómago para ahorrar oxígeno y nutrientes para órganos más vitales como el corazón y el cerebro. Estos cambios en el sistema gastrointestinal pueden percibirse como el malestar asociado al miedo y la ansiedad.