Emocionar a través de la sensibilidad no resulta un asunto sencillo, Valeria Castro (La Palma, 1999) ejerce como artesana de ese oficio gracias a una voz delicada, que parece que se va a romper, pero siempre se mantiene a flote. Bajo un ecosistema de calma, la canaria alcanza el cénit gracias a sus canciones, decoradas en lo sencillo; guitarra, cuerdas y percusión. Nada más. Música desde la raíz, desde la crudeza y la desnudez de su producción y bajo la exposición sin límites. A Castro le seduce escuchar la respiración de su público, se sustenta en eso para iniciar la conquista. Y lo consigue. El show acaba con el respetable de pie y ella, feliz, defiende las cosas pequeñas de la vida. Melodías de paladar fino.

En Tarragona, Valeria Castro volvió a inundar de personas la platea y el anfiteatro del Palau de Congressos. Cuenta sold outs con tanta frecuencia que, incluso, le parece extraño el día que no cuelga el cartel de «tickets agotados». Se dirigió a sus fans en un catalán sorprendentemente fluido y del resto se encargó su ritmo, pausado y elegante, como sus movimientos. No hubo espacio para el desenfreno, para el desacato, porque su espectáculo no va de eso, pero sí para la emoción sin límites. Hora y media de poco decorado y mucho contenido.
La soledad sirvió de inauguración del setlist, «este disco me ha servido para no culparme de todo y para no tener miedo a mostrar mis defectos», comentó la artista antes de dar paso al Cuerpo después de todo, título de su último álbum, el segundo de esa carrera que ha dinamitado un despegue asombroso. “Cómo queda el cuerpo después de todo, quiere hacerse fuerte y aún no sabe cómo’ reza el mensaje, tarareado con discreción por los adeptos y adeptas como aquel que no desea molestar demasiado para no destrozar la magia del instante. Hubo mucha durante toda la noche.

Lo íntimo, lo popular, la calidez del show se traduce en una banda en la que figuran personalidades contrastadas con obra propia como Meritxell Nedderman y María de la Flor. El mariachi-vals que se refleja en el tema Hoxe sacudió las primeras palmas del personal que alabó el hilo dorado de confesiones sanadoras de la cantante durante el recital. En ‘devota’ Valeria Castro paralizó sentidos a través de su profundidad vocal y el tacto de sus manos en palmeo de madera. Un ejercicio de virtuosismo casero. «Por mi madre y mi abuela canto cada noche, ellas me han ido quitando todas las piedras que han aparecido en mi camino», expresó para presentar el himno Guerrera.
Su gente la reclamó con fiereza para un bis corto pero intenso. Ahí apareció La Raíz, una defensa sin igual de la cultura y las tradiciones de La Palma. «Y no pienso hacer nada más, más que quedarme aquí, cuidando la raíz». Tocó fibras hondas y se marchó con la piel erizada.