Jorge Miramón había ampliado vinculación con el Reus para ser lateral derecho, por aquello del asombro inmediato en diez apariciones que deslumbraron al firmamento. También a la planta noble. Se trataba de desafiar de nuevo a la naturaleza de un futbolista acostumbrado a combinar en esa posición golosa del enganche, entre dos aguas. Entre el gol y la cocina. Garai devolvió a Miramón al lugar de partida ayer en Lugo, en contra de las previsiones iniciales. Formó como interior junto a Carbonell, con Gus Ledes como eje de operaciones. Nuevo dibujo en el Reus, cero sorpresas en el rostro de Miramón. Fue como volver a casa en las vacaciones navideñas. Probablemente, Garai no disponga ahora mismo de un centrocampista más maduro que Jorge. Se comprobó sobre todo cuando el Reus precisó achicar agua, en un primer tiempo preocupante. Miramón fue la luz, tanto en el precipicio, como en el disfrute posterior.
Un punto trabajado fuera de casa para empezar #LaLiga123 !!! Gran trabajo de todo el equipo!!! Ahora a pensar en el derbi #ForçaReus pic.twitter.com/EVSsQXmCk4
— Edgar Badia (@edgarbadia) 21 de agosto de 2017
Buen punto para empezar la liga en un campo complicado buen trabajo del equipo a seguir ��������⚫️ pic.twitter.com/OauwKEgku0
— Jesus Olmo (@gsuolmo) 21 de agosto de 2017
El respiro sirvió para repasar el libreto. Como buenos alumnos, los chicos de Garai no miraron hacia otro lado. Pidieron perdón y volvieron al foco con el afán de cambiarle el aire al partido. Resultaba tan necesario como un baño relajante a pleno de mes de agosto. Básicamente creció el Reus porque se apoderó de la pelota. Fue entonces cuando enseñó un esbozo de lo que pretende. Edgar Hernández amenazó con un remate en la boca del lobo, tras dibujar una diagonal con aires definitivos. Gus y Miramón sonreían y conectaban. Badia miraba. Había fe. El Reus controló casi todos los registros. El del otro fútbol, el que se juega con el cerebro y sin el balón, se aprende a través de cicatrices en la espalda. Conlleva tiempo. Jesús Olmo lo sabe.
Sólo dos pérdidas por falta de oxígeno de Campins, que acabó pidiendo auxilio en forma de aire, ofrecieron vida a un Lugo al que se le apagó la luz. De hecho resultaba casi una temeridad mantener la exigencia y el ritmo que enseñó minutos antes, cuando crecían flores de optimismo en el Anxo Carro. Ni siquiera esos tiempos muertos que se han instaurado en el fútbol permitieron a los gallegos recobrar el aliento.
Los instantes de la agonía se hicieron insoportables para el Lugo. Sus hinchas parecían oír la música del terror en una peli de Warwick Davis. Máyor pudo culminar el drama con el tiempo consumido, tras una entrega suicida de Kravets a Juan Carlos, su arquero. Recortó Máyor pero se quedó sin ángulo. El suspiro del miedo del gentío finiquitó la primera tarde en la oficina. El Reus no se olvidó de la merienda.