Alimento para crecer

El Reus conquista su primer punto en Lugo, donde preocupó en la primera mitad y gustó en la segunda. Máyor pudo decidir el partido en el descuento, pero no acertó

22 agosto 2017 05:26 | Actualizado a 22 agosto 2017 05:45
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Jorge Miramón había ampliado vinculación con el Reus para ser lateral derecho, por aquello del asombro inmediato en diez apariciones que deslumbraron al firmamento. También a la planta noble. Se trataba de desafiar de nuevo a la naturaleza de un futbolista acostumbrado a combinar en esa posición golosa del enganche, entre dos aguas. Entre el gol y la cocina. Garai devolvió a Miramón al lugar de partida ayer en Lugo, en contra de las previsiones iniciales. Formó como interior junto a Carbonell, con Gus Ledes como eje de operaciones. Nuevo dibujo en el Reus, cero sorpresas en el rostro de Miramón. Fue como volver a casa en las vacaciones navideñas. Probablemente, Garai no disponga ahora mismo de un centrocampista más maduro que Jorge. Se comprobó sobre todo cuando el Reus precisó achicar agua, en un primer tiempo preocupante. Miramón fue la luz, tanto en el precipicio, como en el disfrute posterior.

La energía del Lugo inclinó el juego en la inauguración de la tarde oficial, sobre todo gracias a la capacidad para generar desequilibrio de sus enganches exteriores. Por fuera Iriome y Fede Vico hallaban grietas venenosas. Servían bolsas de caramelos para el hambriento Cristian Herrera, el delantero centro. El Lugo careció de maleza, de contundencia, para hallar lo que su juego pedía, el gol. Era un equipo dinámico en la presión, con la autoestima intacta y el Reus excesivamente aculado. Por ejemplo, la diferencia entre Edgar Hernández y Cristian Herrera era la distancia para ver el marco rival. Cristian casi acariciaba a Badia. Edgar oteaba un desierto insoportable ante él. Un mar de metros. Herrera suplicó la ovación porque necesita el alimento de la gloria para reivindicarse. Dos remates francos, limpios, se perdieron en el limbo. En realidad, el Reus jamás precisó de los milagros habituales de su arquero. Ni Campabadal ni Fede Vico le obligaron en otros dos intentos a la basura. 

El Reus padecía un problema más o menos sencillo. No controlaba el juego. Perdía la pelota con una frecuencia de rayo. La juventud de sus cachorros todavía no evita pequeños pecados de adolescencia. Carbonell y Juan Cámara deben ser más de lo que fueron. Hay que esperarles. El rival, además, conquistó a menudo las disputas individuales. Sentía el poder, la jerarquía, pero no culminó su obra. Error capital en el malvado fútbol. Se acuerda de los tibios de vocación. Cámara agotó el botín ofensivo del Reus con un disparo tierno. Igual de tierno que su equipo.
El respiro sirvió para repasar el libreto. Como buenos alumnos, los chicos de Garai no miraron hacia otro lado. Pidieron perdón y volvieron al foco con el afán de cambiarle el aire al partido. Resultaba tan necesario como un baño relajante a pleno de mes de agosto. Básicamente creció el Reus porque se apoderó de la pelota. Fue entonces cuando enseñó un esbozo de lo que pretende. Edgar Hernández amenazó con un remate en la boca del lobo, tras dibujar una diagonal con aires definitivos. Gus y Miramón sonreían y conectaban. Badia miraba. Había fe. El Reus controló casi todos los registros. El del otro fútbol, el que se juega con el cerebro y sin el balón, se aprende a través de cicatrices en la espalda. Conlleva tiempo. Jesús Olmo lo sabe. 
Sólo dos pérdidas por falta de oxígeno de Campins, que acabó pidiendo auxilio en forma de aire, ofrecieron vida a un Lugo al que se le apagó la luz. De hecho resultaba casi una temeridad mantener la exigencia y el ritmo que enseñó minutos antes, cuando crecían flores de optimismo en el Anxo Carro. Ni siquiera esos tiempos muertos que se han instaurado en el fútbol permitieron a los gallegos recobrar el aliento. 

Los instantes de la agonía se hicieron insoportables para el Lugo. Sus hinchas parecían oír la música del terror en una peli de Warwick Davis. Máyor pudo culminar el drama con el tiempo consumido, tras una entrega suicida de Kravets a Juan Carlos, su arquero. Recortó Máyor pero se quedó sin ángulo. El suspiro del miedo del gentío finiquitó la primera tarde en la oficina. El Reus no se olvidó de la merienda.

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