Atletismo: Las piedras de Noe viajan por el mundo

Noe Gaya, una joven de L'Espluga con una lesión cerebral, diseña piedras que acaban en cumbres de todo el planeta

19 mayo 2017 22:01 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:28
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Kilian Jornet, en la cima del McKinley, la cumbre más alta de América del Norte, se acordó de Noe. Depositó uno de sus cantos rodados, diseñados por ella misma, y se retrató satisfecho. Zaid Ait Malek, campeón de España de carreras de montaña, hizo lo mismo en pleno atlas marroquí: mostrar la piedra coloreada, sonreír, hacerse una foto y dejarla allí. Así han procedido miles de personas, muchas de ellas anónimas: Nadia en el Teide, Eric en el Monte Perdido, Xavi en la Pica d’Estats, Onofre en el Mulhacén, Álex y Ricard en el Aneto, Rafael en el Pico Veleta, Valentín en el Volcán Villarrica de Chile o Toni en los Alpes.

Todos ellos han hecho que, en realidad, Noe Gaya (37 años, L’Espluga de Francolí), una chica con una lesión cerebral, pueda hollar simbólicamente esas crestas por todo el mundo. El ejemplo de superación de Noe no deja de conmover: con sólo 22 años un accidente de tráfico le cambió la vida. Noe perdió el habla y se quedó en silla de ruedas. «Pese a eso siempre he ido superando los obstáculos y contratiempos que me ha presentado la vida», explica tirando de fuerza. Luchadora incansable, entusiasta y vitalista, la movilidad reducida no mermó su optimismo a prueba de obstáculos y su capacidad emprendedora. «En los últimos años he notado un gran cambio en mí misma y se han multiplicado las ganas de hacer cosas», cuenta.

Desde hace tres años pinta con la ayuda de su madre. «Ella me coge la mano izquierda y juntas dejamos fluir la imaginación, ya sea pintando con los dedos o con el pincel», narra. Pese al coraje genético y al ánimo eterno, la última aventura de Noe surgió de un momento gris. «Hace tres años ella estaba pasando una temporada algo baja de moral. Su fisioterapeuta, Xavi Moreno, buscaba la manera de levantarle el ánimo», cuenta Dolors Creus, madre de Noe. «Me comentó que había una chica con cáncer que pintaba piedras con las manos. La idea me gustó muchísimo», confiesa Noe. Xavi le dio una de esas piedras, a modo de ejemplo, y le convenció para que hiciera algo similar.

 

Plantar batalla y realizarse

Pronto todo el entorno de Noe, incluida ella, se movilizó. «Comenzamos con mucha ilusión. Íbamos por el pueblo o al jardín a buscar piedras redonditas, que nos pudieran valer para pintar», recuerda la madre. Lo de menos, en verdad, era el objeto. Lo importante era el proyecto, el mensaje de plantar batalla, de pelear a la contra, de perseguir los sueños, de realizarse y sentirse cercana a un sinfín de personas que pronto se embarcaron en el reto: hacerse con una de esas piedras que Noe diseñaba y colocaba en el interior de una bolsita con mensaje y llevarla al máximo número de cimas. «Como yo no puedo ir a la montaña, que sean mis piedras quienes vayan», decía ella.

El boca a oreja y la viralidad en la red hicieron el resto. El interés de senderistas, escaladores o cualquier aficionado a la montaña fue en aumento, al tiempo en que Noe y su madre no daban abasto (cuentan por varios miles las piedras dibujadas). «Hay gente que viene a buscarlas al pueblo, a veces las damos a alguien para que las reparta», relata Dolors.

Unos suben corriendo, aspirando a una marca; otros escalando; algunos andando, en un goce simple del paisaje; pero todos ellos cumplen el ritual y dejan la bolsa con la piedra en lo más alto, siempre con vistas espectaculares al fondo. Después a Noe le llega la foto, como constatación del recorrido de su piedra, y hasta se ha confeccionado una aplicación para ver dónde ha quedado ese trocito de ella, de su corazón palpitante de energía, por todo el planeta: desde montañas de Afganistán a los Alpes, pasando por Sierra Nevada o el Pirineo. «No tiene precio lo que han hecho por mí. He tenido la posibilidad de conocer a muchísimas personas, que desde el inicio se han involucrado intensamente en esta aventura y me han hecho sentir activa e ilusionada. Nunca me hubiera imaginado que habría tanta gente apoyándome y que mis piedras estarían en tantos lugares, pero sobre todo, que pudieran llegar al corazón de tantas personas», cuenta. «El momento más gratificante es cuando recibo la foto de la persona dejando la piedra en una cima con un paisaje bonito. Valoro ese gesto», reconoce.

Noe ha impulsado una cadena en las alturas de mensajes que hablan de gratitud, esperanza y amor entre las personas. Así lo escribe en el texto que acompaña a cada una de las piedras: «Esta piedra está pintada a mano, con el corazón. Es un regalo a la montaña y a la vida y una parte pequeña de un gran sueño. La encontrarás en sitios donde solo se puede llegar con pasión». Y sigue: «Quédate la piedra, déjala en la próxima cima que alcances o regálala a alguien para expresar tu gratitud, brindar apoyo o simplemente para compartir una sonrisa. Ya formas parte de este humilde proyecto de conexión, gratitud y amor por las personas y la naturaleza». «No somos ni corredores, ni alpinistas, ni esquiadores, ni deportistas, ni escritores, ni tan siquiera somos artistas... somos personas. Hagas lo que hagas con la piedra, disfruta de la vida y no olvides apreciar y cuidar de todo lo que te rodea».

Con esa filosofía, lugares tan remotos como el Elbrus, en el Cáucaso, o tan cercanos como el Tossal de la Baltassana, en las montañas de Prades (ahí llevó piedras el Club Atlètic Espluguí), o el monte de la Pena, en Poblet, guardan a buen recaudo las ‘piedras de la felicidad’ que idea Noe. Una vez en la cima, el viaje del guijarro se vuelve difuso: quien lo halle se lo puede quedar, regalar o llevar a otro lugar. El Monte Fuji, el Anapurna, el Everest o el volcán Etna (Sicilia) son otros gigantes donde descansan las piedras –la ubicación exacta de todas ellas sepuede seguir en la APP ‘Up Stones’, elaborada de forma altruista por la empresa Ohlalapps–. Noe se siente feliz y plena, arropada por los suyos: su familia, sus amigos, la guardería de su pueblo donde trabajó y esa amplia comunidad de montañeros, alpinistas o senderistas que se acuerdan de ella cuando habitan en las alturas, cerca del cielo, allí donde ella, con sus piedras, también se posa de vez en cuando.

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