CF Reus-Girona (1-2): 'Luz de emergencia'

El Reus consuma su octava jornada sin ganar con una derrota ante el Girona, en un partido que tiene perdido y que puede empatar a la heroica en el descuento. Edgar Hernández erra el penalti con 1-2

19 mayo 2017 16:02 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:13
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Edgar se retorció entre lágrimas, con la rojinegra tapándole la cara, en un final dramático, por lo que pudo ser y no fue. El Reus exhibe un corazón tan grande que se rebela ante la rendición. Incluso cree en imposibles. Da igual el rival, el día y la hora. Se aferra a cualquier clavo ardiendo para obrar hazañas. Ante el Girona la acarició, pero esta vez no le bastó. Y preocupa porque el tránsito de los últimos días se ha alejado demasiado del éxito. Ocho domingos sin él. Luz de emergencia.

Edgar tomó la pelota con la decisión de un soñador hambriento de gloria. Segundos antes, Querol y Benito se habían asociado en la derecha para descoser al Girona, que pedía dando voces el final de la historia. Benito conquistó el fondo. Se resbaló Marí y la inercia le traicionó. Colisionó con ese lateral con vocación de extremo. Benito, en el suelo, reclamó el punto fatídico. Asintió el juez, que ni pestañeó. Era el instante de Edgar, primer especialista en asumir una responsabilidad cardíaca, sobre todo en los minutos que decretan sonrisas o lágrimas. Edgar prefirió la potencia. La pegó con el alma, porque todo lo que hace es así. La pelota se alejó de la portería.

El Girona salió ileso del lío en el que se había metido. Pareció darle igual. Como si adivinara el futuro. En realidad, Machín y su ejército han trazado un paseo triunfal en Segunda División. Ni siquiera las situaciones sospechosas les alteran. Se encuentra el Girona en ese instante  de plenitud, en el que es capaz de convertir una película de domingo por la tarde en Antena 3 en un film candidato al Óscar. Sin ir más lejos así lo corroboró en el Estadi. Le alcanzó con dos acciones tan sencillas como maravillosas. En el segundo tiempo. En el primero, no apareció.

Natxo había imaginado un partido más cerebral que impulsivo. Apostó por Tébar para sumar un cocinero más en el medio. El plan se consumó, porque el Reus manejó el balón con aseo y claridad. La presencia de Tébar liberó a Guzzo, vestido de enganche, despreocupado de esfuerzos y regresos tácticos. Guzzo conectó con frecuencia con Folch. Las decisiones solían traer cordura. Se sentía feliz el Reus, aunque sus transiciones carecían de veneno. Sólo un centro de Benito que no alcanzó el propio Guzzo provocó incertidumbre al Girona y algún suspiro en el Estadi. En la otra orilla, Badia tampoco padeció sobresaltos.

Machín movió ficha casi sin avisar. En el respiro sacrificó a Longo, un delantero, y soltó a Portu, un enganche de prestaciones técnicas superlativas. Portu guiñó el ojo a su entrenador. No contempló esperas. Recibió un servicio magistral de Borja García al espacio, definió como los ángeles. Al palo corto. El golpe apagó la energía del Reus, que pedía auxilio, aunque se resistía a plantar la bandera blanca. No va en sus genes.

Querol y Fran le añadieron revoluciones al ataque en el primer intento de reacción rojinegra, aunque nada más sentir el césped vivieron la sentencia ficticia. Al Girona le sirvió con un pase. Ramalho envió un balón frontal de apariencia estéril. Sólo de apariencia. Sandaza se escondió en la espalda de Olmo y alcanzó aquella pelota, ya delante de Badia. Otro acabado de quilates. Cruzado. Sin respuesta del arquero.  0-2. Misión casi imposible. Casi debió pensar Querol, que lideró la heroica del Reus. También ayudó la expulsión inocente de Alcaraz. Dos amarillas en poco más de diez minutos le mandaron a vestuarios.

Querol fue un romántico que inyectó entusiasmo hasta al hincha más vinagre del planeta. Generó desquicio quisquilloso al enemigo, que se desesperaba con sus aventuras de Cid Campeador contra el mundo. Acostado al segundo poste remató de primeras un envío de su capitán. La definición se alejaba de la sencillez. Se arropó en la precisión cirujana. Entonces al cemento del Estadi le crecieron amapolas. Las pudo regalar Edgar, con dedicatoria incluida, pero, a veces, con el alma no es suficiente.

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