CF Reus-Oviedo (1-1): 'Paraísos e infiernos'

El Reus cede un empate ante el Oviedo después de protagonizar un primer tiempo maravilloso, en el que puede cerrar el partido. Su excesivo perdón le condena en el segundo. Marcan Folch y Borja

19 mayo 2017 16:14 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:21
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Jota y Lo Planetas hubieran firmado un concierto de su pop indie parecido al del Reus, que había consumido media hora de repertorio poético en su regreso al Estadi. Seguro que el bueno de Jota, en esos ratitos de zapping televisivo, llegó a deleitarse con esa pequeña exhibición de la pandilla de Natxo. Enfrente no había invitado a una musa inocente. Estaba el Oviedo, con más tradición en el fútbol que Martes y Trece en fin de año.
Guzzo se conectó a la noche con su guitarra Gibson más fetiche. Le tuvo que quitar el polvo, esperó mucho tiempo en soledad en ese armario de secretos. El talento luso compareció en el juego con una frecuencia deliciosa. Tomó decisiones inteligentes, ofreció continuidad cirujana a cada ataque del Reus. 
Cerca de la media hora cogió la pelota en la izquierda, su punto de partida. Levantó la frente, y dibujó un cambio de orientación hacia la otra orilla. De reojo había comprobado el despliegue de Benito, una rutina agradable por la autopista derecha. La pelota cayó puntual a los pies del carrilero que cedió atrás, en el vértice del bien y del mal. Folch apareció, no esperó. El capitán decidió que era el momento de interpretar ‘Qué puedo hacer’, el himno mundial de los Planetas. Ramon suele acariciar el balón, lo trata con mimo, se aleja de la violencia. La pelota le ha declarado amistad eterna. Con el interior pareció acompañarla hacia la gloria. La curva fue maravillosa. Se coló por el primer palo, ante el asombro y el juerga del Estadi. Juan Carlos, el arquero del Oviedo, la acompañó con la mirada. 
Se había declarado el estado de ‘Guzzismo’, pero el alma del Reus enseña el brazalete y nació en la ciudad. Es un termómetro crucial. Si Folch juega, se ilumina el firmamento. No sólo el truco de magia del capitán reivindicó al Reus. El equipo acumuló méritos para hallar más confort, sólo su ternura se lo impidió. Un mal conocido, por otra parte. Jorge y Querol se asociaron al espacio para exhibir piernas diabólicas. Cedió el uruguayo corrió el reusense, que se retó a Juan Carlos en el mano. Prefirió la delicadeza. Descartó la contundencia. Acabó por arriba o eso pareció, pero el meta la escupió con los brazos. Guzzo había acompañado con viveza, la empujó pero se topó con David Fernández, salvador bajo palos. Jorge compareció de nuevo en tres cuartos de cancha. Esquivó piernas maléficas y disparó. Obligó a Juan Carlos, que se estiró para evitar el segundo.
Pocos equipos pueden presumir de un primer tiempo tan estético en la categoría. Pocos equipos pueden generar un puñado de peligros definitivos en un parcial repleto de belleza. Cuando creas tanto debes cerrar el partido. No olvidarte de ganarlo, porque el castigo aparece de la cloaca, cuando más feliz eres. El Oviedo se encargó de corroborarlo. Con una ocasión le valió para llevarse botín del Estadi. Cristian Fernández conquistó el fondo izquierdo. Midió un centro deslumbrante al que Borja no pudo resistirse. Badia no alcanzó la pelota. Se instaló el desencanto, porque el Reus ya no fue nunca el que llegó a ser. Se apagó, sobre todo a nivel emocional. Perdió las disputas, los manos a manos y el control del juego. El Oviedo no enamoró, pero controló el fútbol de las tinieblas. Ya no padeció. Sólo una acción de Benito, casi a trancas y barrancas, amenazó a los asturianos, pero el destino estaba escrito. El punto sabe a poco porque el Reus hizo levitar y soñar a su gente, pero sufre de un mal conocido. Que no se cura.
Jota y Los Planetas hubieran firmado un concierto de su pop indie parecido al del Reus, que había consumido media hora de repertorio poético en su regreso al Estadi. Seguro que el bueno de Jota, en esos ratitos de zapping televisivo, llegó a deleitarse con esa pequeña exhibición de la pandilla de Natxo. Enfrente no había invitado a una musa inocente. Estaba el Oviedo, con más tradición en el fútbol que Martes y Trece en fin de año.

Guzzo se conectó a la noche con su guitarra Gibson más fetiche. Le tuvo que quitar el polvo, esperó mucho tiempo en soledad en ese armario de secretos. El talento luso compareció en el juego con una frecuencia deliciosa. Tomó decisiones inteligentes, ofreció continuidad cirujana a cada ataque del Reus.

Cerca de la media hora cogió la pelota en la izquierda, su punto de partida. Levantó la frente, y dibujó un cambio de orientación hacia la otra orilla. De reojo había comprobado el despliegue de Benito, una rutina agradable por la autopista derecha. La pelota cayó puntual a los pies del carrilero que cedió atrás, en el vértice del bien y del mal. Folch apareció, no esperó. El capitán decidió que era el momento de interpretar ‘Qué puedo hacer’, el himno mundial de los Planetas. Ramon suele acariciar el balón, lo trata con mimo, se aleja de la violencia. La pelota le ha declarado amistad eterna. Con el interior pareció acompañarla hacia la gloria. La curva fue maravillosa. Se coló por el primer palo, ante el asombro y la juerga del Estadi. Juan Carlos, el arquero del Oviedo, lo lamentó con la mirada.

Se había declarado el estado de ‘Guzzismo’, pero el alma del Reus enseña el brazalete y nació en la ciudad. Es un termómetro crucial. Si Folch juega, se ilumina el firmamento. No sólo el truco de magia del capitán reivindicó al Reus. El equipo acumuló méritos para hallar más confort, sólo su ternura se lo impidió. Un mal conocido, por otra parte. Jorge y Querol se asociaron al espacio para exhibir piernas diabólicas. Cedió el uruguayo, corrió el reusense, que retó a Juan Carlos en el mano a mano. Prefirió la delicadeza. Descartó la contundencia. Acabó por arriba o eso pareció, pero el meta la escupió con los brazos. Guzzo había interpretado la acción con viveza, la empujó pero se topó con David Fernández, salvador bajo palos. Jorge compareció de nuevo en tres cuartos de cancha. Esquivó piernas maléficas y disparó. Obligó a Juan Carlos, que se estiró para evitar el segundo.

Pocos equipos pueden presumir de un primer tiempo tan estético en la categoría. Pocos equipos pueden generar un puñado de peligros definitivos en un parcial repleto de belleza. Cuando creas tanto debes cerrar el partido. No olvidarte de ganarlo, porque el castigo aparece de la cloaca, cuando más feliz eres. El Oviedo se encargó de corroborarlo. Con una ocasión le valió para llevarse botín del Estadi. Cristian Fernández conquistó el fondo izquierdo. Midió un centro deslumbrante al que Borja no pudo resistirse. Badia no alcanzó la pelota. Se instaló el desencanto, porque el Reus ya no fue nunca el que llegó a ser. Se apagó, sobre todo a nivel emocional. Perdió las disputas, los manos a manos y el control del juego. El Oviedo no enamoró, pero controló el fútbol de las tinieblas. Ya no padeció. Sólo una acción de Benito, casi a trancas y barrancas, amenazó a los asturianos, pero el destino estaba escrito. El punto sabe a poco porque el Reus hizo levitar y soñar a su gente, pero sufre de un mal conocido. Que no se cura.

 

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