CF Reus-UCAM Murcia (0-0): Pesadilla de once metros

El Reus empata ante la UCAM Murcia, en un partido que debe ganar por juego y ocasiones. Ricardo ve como el colegiado le anula un gol de penalti al primer intento y falla el segundo a la media hora

19 mayo 2017 15:52 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:20
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Ricardo enseñaba hambre en cada uno de sus pasos. Cuando conectaba con la pelota, muy a menudo, generaba descargas eléctricas punzantes. Le sacó de la calma a la tarde, muy de domingo con paseo romántico por la playa. Ricardo decidió romper ese tedio, ansiaba un poco de acción, menos pasteleo. El Reus le dibujó un escenario ideal. Manejaba la pelota con aseo y la trasladaba con criterio hacia sus enganches. El luso recibió de espaldas al arco, dentro del área. Parecía estéril porque Ricardo manejaba pocas soluciones exitosas. Si se despistaba iba a ser comido por la guardia pretoriana rival. Sólo un toque de primeras habilitaba una salida limpia. Ricardo se rebeló ante lo imposible, cuando nadie creía él se inventó un recurso maravilloso. Clack. El control orientado confundió a Góngora, el central de la UCAM. Cayó en la trampa, llegó tarde y mandó al pasto al portugués, que segundos antes había imaginado precisamente eso en su cerebro. Fue penalti. Se había consumido media hora.

Ricardo agarró la pelota valiente. Se la pidieron Guzzo o Pichu Atienza. No la soltó. Ansiaba la gloria. Anotó el primer intento con delicadeza. Al otro de lado de Biel, que había elegido el costado derecho. El juez, quisquilloso, dictó que el Reus precisaba repetir el tiro. Por lo visto Folch se apresuró a pisar el área. La segunda versión del penalti careció de vista de lince. Ricardo la mandó por encima de la madera. El cuarto lanzamiento que el Reus envía al limbo. Un bucle peligroso, porque se traduce en cuatro o cinco puntos menos de botín.

Ricardo se sublevó ante la adversidad. Asombró esa valentía de guerrero indomable que exhibió cuando los elementos le daban la espalda. No encogió su rostro. Recibió una amarilla por ese ímpetu incesante que muestra cada domingo que le eligen. Rozó el 1-0 de nuevo, justo antes del respiro. Máyor guardó un balón en zona de último pase y lo descargó al espacio, con el portugués liberado ante Biel Ribas. Decidió de primeras, pero la pierna del portero rescató a la UCAM, que corría detrás del Reus, aunque con una actitud de ejército alemán imponente. En el refugio, en la trinchera, los murcianos han convertido sus sospechas en argumentos para el éxito.

LA UCAM vivió en sus carnes esa ternura del Reus en la toma de decisión definitiva. Los de Natxo alcanzaban zonas deliciosas con puntualidad y frecuencia, pero perdían la razón en esos servicios del desequilibrio. Demasiadas veces por falta de precisión, otras por escoger mal. No se trata de un defecto repentino. Ocurre a menudo en el Estadi. Los astros tampoco sonrieron. Benito, el asistente más cirujano del Reus, pidió el relevo doliéndose del hombro. Más problemas.

En todo caso, no desesperó el Reus, muy cerebral, en plan computadora, como esperando hallar la grieta del éxito. Olmo se transformó en Batistuta por momentos. Cazó una pelota muerta en la boca del lobo, tras una estrategia, pero el impacto no terminó de ser limpio. La cruzó en exceso, con Biel observando el desenlace.

El mérito murciano tuvo que ver con el congelador. Consiguió enfriar la tarde a temperatura polar. Se enredó el juego. Demasiado. El Reus perdió continuidad, a pesar de que Natxo rotó con agitadores como Fran o Jorge. El uruguayo pidió penalti cuando había aclarado el paisaje con uno de sus gambeteos. No alcanzó el propósito. Jorge armó la pierna para probar la atención de Biel Ribas, que respondió firme, sin alardes ni adornos, pero poderoso. Apuró el Reus con Atienza y Olmo incorporándose a lo séptimo de caballería. Los dos centrales firmaron otro domingo de servicios superiores. Sólo les quedó anotar en la otra orilla para que su hoja de prestados pidiera aumento de sueldo.

La última, eso sí, cayó en los pies de Migue, titular por segunda fecha. Guzzó le asistió con el tacón, en una de esas maniobras de talento elegido, cuando la pelota se perdía en el desierto. Migue empaló sin avisar. Salió arriba, se agotó el tiempo y se consumó esa pesadilla de once metros.

 

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