Capitán de cuna

Raúl Marín luce brazalete por primera vez como líder espiritual del nuevo Reus Deportiu. El delantero no sólo toma responsabilidades en la pista, fuera de ella, junto a su pareja Inés, disfruta del pequeño Hugo

19 mayo 2017 17:32 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:39
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El pequeño Hugo pasea a lomos de papá Raúl Marín (Reus, 1986) por la calle Llovera, en pleno centro neurálgico de la ciudad. Apenas analiza el paisaje. Su año y medio de vigencia no le impide tomar el celular y disfrutar del último partido del Reus en el templo. «Mira, aquí está Beto (Albert Casanovas) y Marc!! (Marc Torra)». Su extrema juventud le absuelve de equivocaciones, pero no le separa ni un instante del hockey. El stick le mantiene embrujado. «En casa, no lo suelta. Todo el día lo lleva a cuestas», advierte Raúl. En algo se parecen. El delantero conoce al milímetro cada rincón del Palau. Consumió las horas de su infancia en la pista exterior del recinto. Sus jornadas en la calle Gaudí rozaban la eternidad. Se desvivía por entrenar.

Este reusense de cuna ha conquistado la plenitud como deportista. Viaja con la madurez como compañera fiel y luce brazalete de su Reus por primera vez. Porque él jamás ha escondido amores ni sentimientos románticos hacia su club. Manolo Barceló le soltó con 15 años en el primer equipo. «Fue muy valiente y siempre le estaré agradecido», admite. Desde entonces, el tránsito ha combinado idas y venidas, aunque con el status de jugador elegido totalmente consolidado.

Raúl siempre sintió cobijo en la protección de sus padres. Anna y Josep le aconsejaron y le tiraron de las orejas en época de adolescencia. Hoy, su pareja, Inés le aporta el equilibrio. Como buena maña de Caspe, Inés no entendía ese deporte extraño que se juega con un palo y unos patines. Ahora no puede vivir sin él. Se encontró con Raúl en la época en la que el atacante luchaba por un hueco en la elite, en aquel joven Vilanova que deleitó a las Casernes (2009-10). Gestora de banca premier, la compañera de Raúl vive los partidos a máxima intensidad, más o menos como él, ese torbellino de energía que cuando se descalza los patines se transforma en un tipo tranquilo. «Fuera de la pista soy calmado, aunque los dos tenemos mucho carácter. Somos muy autoexigentes», reflexiona Raúl, al que el nacimiento de Hugo le ha modificado los hábitos.

Una visión distinta

«Antes salía enfadado de un partido y no quería hablar con nadie. Ahora ya no sirve, al pequeño no le expliques historias», recuerda a carcajada limpia. El paso hacia la paciencia. Un valor innegociable para los padres.

Ese temple lo aplicó a su regreso a casa, en verano de 2015, después de dos años de campeonar en Can Barça. En Reus se encontró con un rol distinto. Al equipo le costó incluso clasificarse para la Liga Europea, en un último derbi fratricida ante El Vendrell. Marín no perdió la fe. «A mis compañeros les pido que seamos un equipo. No me desesperé porque trabajamos todos juntos y al final logramos el objetivo».

El atacante cerró el pasado curso como máximo artillero del campeonato doméstico con 50 goles en su hoja de prestaciones. No le quita el sueño. Los halagos individuales no ciegan su ego.

Entre otras cosas porque el nuevo proyecto que ha diseñado la planta noble exige premios colectivos. Han llegado refuerzos con diamantes y el plantel se ha inundado de recursos. Sobre todo de talento. Raúl Marín se ha coronado capitán porque así lo han elegido sus compañeros. Pocas cosas cambian para él. «Siempre he jugado con presión, porque soy el primer que me la exijo. Sin ella me iría a casa». No hace falta dar voces para expresar claridad.

El orgullo de capitanear al Reus ha llegado. Su carrera se adorna de desafíos cumplidos, aunque restan sonrisas por atrapar. Por ejemplo, mañana se inaugura una Champions deslumbrante, con los miuras del continente enseñando sus dientes para levantar ese trofeo repleto de prestigio y pesado para el capitán privilegiado que pretenda levantarlo, allá por el mes de mayo. Raúl Marín ya ha apuntado su nombre.

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