Cien por cien grana y 'canongí'

Xavi Molina se suma a la privilegiada nómina de futbolistas con más de cien partidos con la camiseta del Nàstic. Para lograrlo ha tenido que reconvertirse conservando ese espíritu obstinado

19 mayo 2017 19:28 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:13
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Xavi Molina (La Canonja, 1986) ya es un grana centenario. En Palamós cruzó esa puerta de entrada hacia el imaginario colectivo de la hinchada. El último tarraconense que lo hizo fue su buen amigo Joan Pallarés. Hace más de una década. Para los de casa, en Tarragona y en cualquier otro club, los esfuerzos de permanencia suelen ser dobles. O triples.

Asentarse en un equipo tan volátil como lo ha sido el Nàstic en su etapa moderna durante tres temporadas no es nada fácil. Tampoco lo fue llegar. Estando en Alcoy o Palma imaginaba, junto con su pareja, cómo sería jugar en el Nàstic. «Lo veía muy difícil. Cuando dí el salto, el Nàstic acababa de subir a Primera», explica.

Ese ascenso grana, como el anterior a Segunda, los disfrutó desde la grada. Viendo a Manolo Martínez morder en el centro del campo y a Felip atajar ese penalti crucial a Soldado. El destino hizo que compartiera vestuario y ascenso a Segunda con ellos.

Era el segundo para Xavi Molina. El primero fue en Alcoy, una temporada, la del 2011-12, marcada por una grave lesión. Comparar un ascenso con otro «no tiene color». «Subir en casa, rodeado de tu gente y sintiéndote importante es algo incomparable», señala.

Molina ha sido una pieza clave en el esquema de Vicente Moreno. Pero no siempre como titular. Le encasillaron como el jugador número doce. Una definición externa de la que nunca se sintió partícipe. Incluso le llegó a incomodar. Significaba rebajar su carácter de superviviente. De redefinirse. Llegó al Nàstic como mediocentro, tres años después «creo que soy mejor central que centrocampista». Ha sido una reconversión rebelde. «Todos somos egoistas en nuestras profesiones. Yo quiero jugar y si veo que hay una vía para tener minutos y para ayudar al equipo me reinvento», afirma.

En este tránsito hacia la retaguardia –que ya había recorrido en otras etapas de su carrera–, Molina destaca la influencia de sus compañeros. «Me fijo en lo que hacen bien. En el carácter de Xisco Campos, la salida del balón de Pablo Marí, el tiro lejano de Rocha, la rapidez mental de Iago, etc.». A Xavi le va esa cercanía, porque «están en las mismas condiciones que yo y si pueden hacerlo, porqué no puedo yo».

Para el futbolista tarraconense el vestuario es vital. Es el entorno imprescindible para abonar éxitos. Ese punto de humildad que «los encargados de fichar han mantenido en las incorporaciones» es tan valioso como cualquier gol. Por si hiciera falta, ahí están Xisco Campos, Manolo Martínez, Xisco Muñoz o Iago Bouzón para marcar la línea. Molina los escucha con fidelidad absoluta:«Voy a muerte con lo que dicen, ya no por su experiencia es que además les ha ido muy bien en su carrera. Como para no oirlos».

No es difícil imaginárse a Molina atrayendo la atención de las futuras generaciones granas. Habla con sencillez, pero dotando a cada una de sus palabras de esa naturaleza propiamente canongina. Espontaneo y realista. «Ojalá pueda convertirme en un pilar, síntoma de que soy importante». Hace mucho tiempo que el Nàstic no lo gobierna uno de casa. Aunque Molina defiende que con Xisco Campos, Reina, Marcos y el resto de componentes del plantel, el equipo está en buenas manos. «Es bueno que haya gente de Tarragona, está claro, pero en cuestión de sentimiento garantizo que la actual plantilla no se diferencia mucho al que puede tener la gente de aquí».

El Nàstic le ha dado algo muy complicado de conseguir en el fútbol de trotamundos, «estabilidad». Se casa este año con su novia, también de La Canonja. Es una suerte, porque para Xavi Molina salir de su pueblo es algo impensable. «Por muy bien que me fueran las cosas siempre volvería. Es mi espacio. El sitio idóneo para crecer y del que me siento muy orgulloso».

En las calles del antiguo barrio de Tarragona era donde soñaba con convertirse en un cantante. «Actuar en un Palau Sant Jordi o ante 30.000 personas es la sensación más cercana a sentirse un jugador de primer nivel». Quién sabe si el año que viene, él también actuará, con un balón en los pies, en estadios de Primera.

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