Crónica Barcelos-Reus (1-6). 'Gigante finalista'

El Reus exhibe su mejor versión en la semifinal de la CERS ante el Barcelos, golea con rotundidad y accede a la gran final de mañana con el crédito impoluto. Los rojinegros buscarán reconquistar un título que no levantan desde 2004

19 mayo 2017 22:59 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:25
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marc libiano pijoan 
La mística europea del Reus salió a pasear por Igualada, en el día más señalado. El calendario lo marcaba con fluorescente. El poder de un escudo prestigioso y la excelente puesta en escena de los chicos de Domínguez propician que el club pueda pelear de nuevo por un título. La final de la CERS espera esta noche (20.30 horas). Una buena forma de situarse de nuevo en primer plano. 
Los reusenses conquistaron la clasificación con un atractivo indiscutible. No solamente ganaron. Sedujo la forma en la que lo hicieron. Con una contundencia poco reconocible en su trayecto actual. Por eso se ha activado el estado de optimismo. Ese crédito se lo trabajó el Reus, más colectivo que nunca. Más dominante que nunca. Más rotundo que nunca. Los vaivenes en su comportamiento le han situado en tela de juicio miles de veces. Por eso sorprendió la exhibición de criterio ante el Barcelos.
La oportunidad que aparece en Les Comes se presume como única. Cuesta mucho levantar premios. Lo saben los chicos. Además el encanto de alzar trofeos con el Reus es especial. Escribirían una página más en la majestuosa historia del club.
Nadie se atrevió a discutir la jerarquía del Reus en el primer tiempo. Imposible hacerlo. Manejó todos los aspectos del juego. Corrió cuando apreció campo abierto, acudió a la pausa para desgastar al rival y fue más solidario que nunca en el sistema defensivo. Sólo careció de lo que carece siempre. Es un equipo que necesita generar demasiado para relacionarse con el gol. Ocurrió ante el Barcelos, un rival extremadamente físico. De buen sentido colectivo, pero demasiado riguroso. Dispone de excelentes patinadores, incluso de buenos tiradores exteriores, pero curiosamente huye de la improvisación que suele distinguir al hockey luso. El Barcelos quiso que el primer tiempo transcurriera bajo el extremo orden. Empantanar el partido con artimañas poco estéticas y alguna violenta. No lo consiguió. Pareció que el Reus había aprendido la lección.  Estaba avisado.
Coy mandó un aviso en el suspiro inicial. Su cuchara se estrelló en el poste. No importó. El equipo de Domínguez se sentía feliz. En una transición precisa apareció el premio. Costa la inició. Rubio, con el periscopio encendido vio a Platero llegar como un avión al segundo poste. Se coló llorando el remate del argentino. Valía igual.
Claro dominio
La ventaja consolidó una propuesta firme. El equipo no dejó de creer en ella. Incluso cuando tuvo que gestionar una inferioridad numérica por azul a Coy. Marc se había equivocado en un contragolpe claro para definir. En el regreso cometió el pecado. Molina, inmenso toda la tarde, solucionó el problema. A medias. Hubo que aguantar con tres de pista un buen rato. Lo lograron los chicos. Además con entereza.
Costa y Coy pudieron ampliar ventaja en el vértigo soñado del Reus. Ricardo Silva, el arquero luso, mantuvo con vida al Barcelos. Eso sí no impidió que el Reus alcanzara más botín antes del respiro. Costa recibió de Ollé y acercó al Reus a la final con el 0-2. Era oro puro.
Todo lo que ocurrió a partir de entonces lo provocó el Reus. Muy cerebral. Se jugó a lo que quiso. Descosió a un enemigo más pendiente de la pareja arbitral que de proponer hockey. Se arropó en el riesgo el Barcelos. No le quedaba otra. Lo hizo con excesivo corazón. Con cero sentido. Los de Domínguez decidieron que todo cayera por su propio peso. No perdieron ni un milímetro de concentración defensiva a pesar de su gobierno. Resultaba vital porque cualquier  resquicio podía resucitar a los portugueses. Jamás apareció.
Molina intervino en un tiro directo a los 28 minutos. En la décima falta del Reus. Ese detalle también ayudó a mantener el privilegio. Del resto se encargó Xavi Rubio, en su actuación más completa. Equilibró al equipo con su trabajo de desgaste. Encontró el gol en otra transición definitiva. Coy se apuntó a la fiesta de la definición a base de faltas directas. El 0-4 sacó el billete de finalista. A los 32 minutos. 
Los de Domínguez se dedicaron a esquivar palos en la recta final. Su rival se desquició y optó por perder los papeles. Ni siquiera el 1-4 de Querido le hizo recuperar el sentido común. Sus pulsaciones andaban demasiado alteradas. Coy y Salvar decoraron el resultado y certificaron la mejor aparición del Reus. Un gigante finalista 
La mística europea del Reus salió a pasear por Igualada, en el día más señalado. El calendario lo marcaba con fluorescente. El poder de un escudo prestigioso y la excelente puesta en escena de los chicos de Domínguez propician que el club pueda pelear de nuevo por un título. La final de la CERS espera mañana (20.30 horas). Una buena forma de situarse de nuevo en primer plano. 

Los reusenses conquistaron la clasificación con un atractivo indiscutible. No solamente ganaron. Sedujo la forma en la que lo hicieron. Con una contundencia poco reconocible en su trayecto actual. Por eso se ha activado el estado de optimismo. Ese crédito se lo trabajó el Reus, más colectivo que nunca. Más dominante que nunca. Más rotundo que nunca. Los vaivenes en su comportamiento le han situado en tela de juicio miles de veces. Por eso sorprendió la exhibición de criterio ante el Barcelos.

La oportunidad que aparece en Les Comes se presume como única. Cuesta mucho levantar premios. Lo saben los chicos. Además el encanto de alzar trofeos con el Reus es especial. Escribirían una página más en la majestuosa historia del club.

Nadie se atrevió a discutir la jerarquía del Reus en el primer tiempo. Imposible hacerlo. Manejó todos los aspectos del juego. Corrió cuando apreció campo abierto, acudió a la pausa para desgastar al rival y fue más solidario que nunca en el sistema defensivo. Sólo careció de lo que carece siempre. Es un equipo que necesita generar demasiado para relacionarse con el gol. Ocurrió ante el Barcelos, un rival extremadamente físico. De buen sentido colectivo, pero demasiado riguroso. Dispone de excelentes patinadores, incluso de buenos tiradores exteriores, pero curiosamente huye de la improvisación que suele distinguir al hockey luso. El Barcelos quiso que el primer tiempo transcurriera bajo el extremo orden. Empantanar el partido con artimañas poco estéticas y alguna violenta. No lo consiguió. Pareció que el Reus había aprendido la lección.  Estaba avisado.

Coy mandó un aviso en el suspiro inicial. Su cuchara se estrelló en el poste. No importó. El equipo de Domínguez se sentía feliz. En una transición precisa apareció el premio. Costa la inició. Rubio, con el periscopio encendido vio a Platero llegar como un avión al segundo poste. Se coló llorando el remate del argentino. Valía igual.

Claro dominio

La ventaja consolidó una propuesta firme. El equipo no dejó de creer en ella. Incluso cuando tuvo que gestionar una inferioridad numérica por azul a Coy. Marc se había equivocado en un contragolpe claro para definir. En el regreso cometió el pecado. Molina, inmenso toda la tarde, solucionó el problema. A medias. Hubo que aguantar con tres de pista un buen rato. Lo lograron los chicos. Además con entereza.

Costa y Coy pudieron ampliar ventaja en el vértigo soñado del Reus. Ricardo Silva, el arquero luso, mantuvo con vida al Barcelos. Eso sí no impidió que el Reus alcanzara más botín antes del respiro. Costa recibió de Ollé y acercó al Reus a la final con el 0-2. Era oro puro.

Todo lo que ocurrió a partir de entonces lo provocó el Reus. Muy cerebral. Se jugó a lo que quiso. Descosió a un enemigo más pendiente de la pareja arbitral que de proponer hockey. Se arropó en el riesgo el Barcelos. No le quedaba otra. Lo hizo con excesivo corazón. Con cero sentido. Los de Domínguez decidieron que todo cayera por su propio peso. No perdieron ni un milímetro de concentración defensiva a pesar de su gobierno. Resultaba vital porque cualquier  resquicio podía resucitar a los portugueses. Jamás apareció.

Molina intervino en un tiro directo a los 28 minutos. En la décima falta del Reus. Ese detalle también ayudó a mantener el privilegio. Del resto se encargó Xavi Rubio, en su actuación más completa. Equilibró al equipo con su trabajo de desgaste. Encontró el gol en otra transición definitiva. Coy se apuntó a la fiesta de la definición a base de faltas directas. El 0-4 sacó el billete de finalista. A los 32 minutos. 

Los de Domínguez se dedicaron a esquivar palos en la recta final. Su rival se desquició y optó por perder los papeles. Ni siquiera el 1-4 de Querido le hizo recuperar el sentido común. Sus pulsaciones andaban demasiado alteradas. Coy y Salvar decoraron el resultado y certificaron la mejor aparición del Reus. Un gigante finalista.

 

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