Deliciosa tregua

Reus y Oviedo igualan en un buen partido (0-0), repleto de alternativas y con ocasiones para dos equipos que muestran una preocupante falta de puntería

27 enero 2018 20:17 | Actualizado a 29 enero 2018 12:16
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Con el Reus saboreas la extraña sensación del caramelo sin gluten. Te endulza con sus toques deliciosos, sobre todo cuando sus centrocampistas disfrutan creando sociedades, casi todas a un toque. Parece que el fútbol alcanza el nivel astral, el de la extrema belleza. Luego, cuando la pelota conquista las zonas de la verdad, las que dirimen el bien del mal, el Reus se apaga. No es un equipo caníbal. Devorador. Le ocurrió ante el Oviedo, un enemigo poderoso, al que por momentos sometió, sobre todo en el primer parcial.

Las ausencias de Olmo y Pichu, los guardianes indiscutibles del Reus, generaron más problemas de los que a simple vista puede traer la pérdida de dos centrales. Ese estilo de pureza que el Reus pretende se ve muy castigado cuando los dos no se encuentran en el césped, sobre todo en la salida del balón. A pesar del contratiempo, conocido de antemano, el Reus compitió con personalidad. Incluso con un añadido inesperado. Juan Domínguez se quedó en casa por un proceso vírico. No estamos hablando de actores de reparto. Nos referimos a auténticos Star Systems.

Gus regresó al once con espíritu juvenil. Entonó ecos reivindicativos porque no paró de ofrecerse. Huyó de la intermitencia y el Reus lo agradeció. Del resto se encargó Vítor, un libro de soluciones majestuosas. Volvió a manejar el partido. Fue la luz. Cuando Vítor acariciaba el balón en lugares de influencia, se iluminaba el firmamento. El Estadi enloquecía. El equipo soñaba. 

Fran inauguró su repertorio de aventuras imposibles en una disputa a corazón abierto con Verdés. El balón parecía una utopía, con ventaja para el central, que desconoce la pasión por las causas perdidas de Carbia. Éste creyó como siempre cree y generó confusión. Llegó a rozar el tesoro con la puntita, aunque el balón chocó con Herrero, el arquero del Oviedo, que fue portero de balonmano. La pelota, sin dueño, salió escupida hacia la frontal. Máyor, liberado, no impactó con limpieza. Se marchó al limbo. Sólo se habían consumado cuatro minutos. El Reus enseñó entusiasmo. No miró. Se activó sin avisar.

Vítor cosió telarañas en un dibujo plástico del Reus, que propuso de nuevo esa capacidad fascinante para combinar. La maniobra colectiva trasladó el balón a la izquierda, donde apareció Menéndez. El servicio del lateral cayó en la testa de Máyor. El remate, alto. No vio portería. Para entonces, Yoda ya había mostrado ese primer paso en el arranque demoledor. Si despega, a campo abierto, resulta una temeridad intentar sujetarle. Si chocas con él, pierdes, si pretendes aguantarle la carrera, pierdes. Si Yoda tuviera algo más de sentido táctico gozaría de un status privilegiado. En las piernas del extremo cayó un balón con aroma a gol merodeando el área chica. Impactó mal cuando el Estadi empezaba a celebrar. A todo esto, emergieron pocas noticias ofensivas del Oviedo. Sólo un par de intentos estériles de Linares y Verdés. 

Se levanta el Oviedo
Anquela debió tomar cartas en el asunto durante el cuarto de hora de Aquarius y charlas altisonantes. El Oviedo es un volcán, un amante fiel del vértigo. Recuperó valores en el segundo tiempo, se rearmó con categoría. En realidad, en el Estadi chocaron dos estilos casi antagónicos. El Oviedo no distrae, no enreda, se expresa sin adornos. Apenas utiliza el medio para transitar. Vuela hacia el arco enemigo. Si puede ser con tres toques, mejor que con cuatro. 

Linares dispuso de munición para cambiar el paisaje. Se plantó ante Badia después de una pérdida prohibida de Tito, central por necesidad. Badia ejerció de Supermán para solucionar un problemón. Volvió a desviar otro remate franco del atacante poco después, con el Oviedo más entero, más firme, lejos de las sospechas.

El Reus no perdió el cerebro ante la adversidad. Fue un equipo maduro. Guardó lo que tenía y esperó un instante de lucidez para armar alboroto. La lucidez volvió a hallarse en las botas de Vítor Silva, que se inventó un pase asombroso hacia el movimiento de Máyor. La humanidad vio un toque sencillo al compañero de al lado. Vítor imaginó un jardín de rosas, acostado a la izquierda, casi en una baldosa. Máyor, quedó liberado, algo escorado ante la salida de Herrero. Se entretuvo. Tantó él como Cámara, que había acompañado la acción. 
Envejeció un partido atractivo, de buen hacer por los dos costados. Quedó huérfano de goles. La esencia del fútbol.

Ficha Técnica

Reus: Edgar Badia; Joan Campins, Tito, Pablo Íñiguez, Álex Menéndez; Gus Ledes, Carbonell, Vitor Silva; Yoda (David Haro, m.85), Máyor (Edgar Hernández, m.88) y Fran Carbia (Cámara, m.71).

Oviedo: Alfonso Herrero; Johannesson (Guillermo Cotugno, m.90), Héctor Verdés, Forlín, Christian Fernández, Mossa; Ramón Folch, David Rocha; Yeboah (Toché, m.71), Linares (Varela, m.88) y Saúl Berjón.

Árbitro: Eduardo Prieto Iglesias (comité cántabro). Mostró cartulina amarilla a Yoda (min.64) y a Cámara (min.81), por parte local; y a Héctor Verdés (min.40), Linares (min.86) y a Toché (min.86), por parte visitante.

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