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El Reus, metido en su propia depresión, conquista la Rosaleda de Málaga con una actuación memorable y sella una goleada histórica (0-3)

06 enero 2019 22:46 | Actualizado a 11 enero 2019 13:21
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Hay misterios que sólo el fútbol conoce. Situaciones sin explicación que le encumbran como el espectáculo más adorado por la humanidad. Es así desde tiempos de la prehistoria. El Reus se presentaba en La Rosaleda, un estadio imponente, con una tradición detrás que asusta, metido en una depresión escalofriante. Con sus futbolistas inmersos en reuniones perezosas y la AFE añadiendo más leña de lo recomendable al fuego. Nadie pensó jamás en una exhibición rojinegra ante el Málaga, pero, de nuevo, ese espíritu de supervivencia que distingue a esos chicos ofreció una victoria histórica. No sólo por el resultado, también por el cómo. El primer tiempo del Reus resultó memorable. Una obra de arte.

La descomunal conquista queda manchada por las sospechas que generó Linares, que provocó una quinta amarilla estúpida a los 25 minutos y se pasó el primer tiempo ahorrando más que otra cosa. Hasta el punto que su entrenador le señaló al descanso. Lo cambió por la ambición juvenil de Planas.

Borja miró al cielo a los 10 minutos, cuando remató de cabeza un excelente servicio de su socio en la otra orilla, Bastos. El Reus trianguló con delicadeza en la derecha para generarle el espacio al carrilero. Sirvió de primeras y la testa de Borja se encargó de la munición. Nadie en el Reus celebró el gol, pero valía un imperio. Tomó tanta confianza el equipo que apenas soltó el balón en el primer tiempo.

El miedo del Málaga, un enemigo trotón y previsible, lo castigó el Reus con combinaciones deliciosas. Ayudó la aportación como interior de Carbonell. En ese rol se trata de un futbolista influyente, domina el juego de posición, dispone de una excelente relación con la pelota. Gus y Mario Ortiz rozaron la perfección en la cocina. Apenas se equivocaron. Actuaron con una jerarquía fascinante.

Pol Freixanet tomó el poder bajo el arco con una consistencia impropia. No se desconectó jamás del partido y eso que el rival no le generó violencia. Sólo un remate de N’Daye, tras una estrategia le obligó a mantener la alerta. Poco más. En cambio, el Reus visitó con mayor frecuencia a Munir, el portero boquerón. Ricardo y Querol le apuntaron a los ojos, pero no hubo certeza ni puntualidad. Sólo la precisión de un Reus que recuperó el feeling con la pelota. En realidad, recuperó su esencia.

Los biorritmos del Málaga tomaron mayor impulso con los primeros pitos de sus hinchas, que no podían creer que un rival moribundo tomara La Rosaleda. En el amanecer del segundo acto emergió una versión más arrolladora del Málaga, al que se le presume eso desde el inicio, porque dispone de exceso de argumentos en su plantel. Fue un amago de acoso y derribo. Hugo, que compareció desde la rotación, envió una rosca al limbo después de gambetear en la frontera del área. Ahí acabó la amenaza.

El cambio de Linares obligó a Querol a tomar la punta del ataque. El reusense ama el campo abierto, los espacios para exhibir esa zancada poderosa de fondista africano. Con el equipo más retrasado, Querol pareció sentir la plenitud. Se expresó con un ritmo rockero contagioso y atrapó la responsabilidad del Reus. En una transición descubrió una grieta para correr a la espalda de los centrales. Carbonell hizo el resto. Su servicio facilitó el trámite. Cuando Querol decidió acabar fue derribado por Diego González. Queda la duda de si dentro o fuera del área. Gus, un especialista confeso, convirtió el penalti con suspense. Se habían consumido 63 minutos.

El escenario maltrató al Málaga, que moría en la orilla en cada intento. El murmullo de su estadio acabó en bronca constante. El Reus, mientras, se dedicó a congelar el partido. Combinó cuando halló salidas descubiertas y se organizó con una actitud militar cuando le tocó contener. En ese oficio Gus Ledes recuperó la magia, el ángel. Anduvo estratosférico. Conquistó todas las disputas y además fue limpio en las entregas. Se arropó a la coherencia.

Con el juego totalmente anestesiado, La Rosaleda decidió corear cada pared del Reus y lamentó con fiereza la bandera blanca de su equipo. Entre oé y oé, Alfred Planas, descarado en el mano a mano, se atrevió con un pase filtrado, de nuevo a la espalda de los guardianes. Adivinen quién corría al espacio. Querol decidió de primeras. En el corazón del gol anotó el tercero y encendió el estadio, preso de la admiración ante la gesta del Reus y con un enfado de narices contra los suyos.

La gestión de la noche por parte de Xavi Bartolo reforzó su categoría como entrenador. No le tembló el pulso para prescindir de un peso pesado como Linares en el descanso y tampoco dudó con los chavales. Guerrero y Gonzalo Pereira se sumaron al acto heroico para ofrecer oxígeno y entusiasmo. De guardar el resultado mágico se encargó de Pol Freixanet, que maniató, con dos milagros de última hora, el hambre de Harper, uno de los dos atacantes del Málaga. En La Rosaleda, el Reus decidió visitar Walt Disney para olvidar su propia pesadilla.

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